Hace ya desde que los mercados dieron el primer giro decisivo hacia la abstracción, desde que dejaron de limitarse a comprar y vender bienes tangibles y comenzaron a negociar, especular y conjeturar -tres verbos cuya divisa oficial es el dólar- con el propio futuro. No con lo que existía, sino con lo que podría llegar a existir. O dejar de existir. Los cultivos y el clima fueron las primeras variables que la economía aprendió a transformar en cifras. Luego iban apareciendo sucesiva y espaciadamente el petróleo, la energía, los bienes industriales o la deuda soberana. Con el tiempo aparecieron productos más sofisticados, diseñados para capturar cualquier fluctuación del mundo: desde las expectativas sobre una empresa hasta la simple posibilidad de que algo ocurriera antes o después de una fecha concreta. Si algo puede suceder, se puede apostar sobre ello. Y si no sucede, en realidad, también. Ese proceso fue estirando un mismo hilo: la tentación de convertir la incertidumbre en un objeto comerciable.
A esa tentación de comerciar con la incertidumbre se le ha ido sumando otra que viene de la propia lógica de nuestras sociedades: la ilusión de que todo puede medirse, anticiparse o reducirse a una probabilidad manejable. Pienso en esto con la página de Pentagon Pizza Index delante y la sensación de que la extinción nunca ha sido un destino opcional para los seres humanos. Polyglobe, como la llamaremos a partir de ahora, es un mercado de predicciones geopolíticas propiedad del sitio web Polymarket. El mundo de los eufemismos es apasionante. Antes de ahondar en explicaciones más complejas: es una casa de apuestas. Consiste en un mapa, un globo terráqueo a lo Google Earth, con una interfaz que lo hace parecer una herramienta de inteligencia como las que usan en las películas. Sobre el mapa hay unos puntos en los que si se cliquea, aparece un pop-up con una pregunta. Por ejemplo, sobre el territorio español hay, en este momento, un solo punto con una sola pregunta: ¿Seguirá siendo Pedro Sánchez presidente de España de 2027? La apuesta tiene un precio de tres centavos.
En el frente del Donbás, las preguntas son escalofriantemente precisas: “¿Tomará Rusia el territorio en Kucheriv antes de nochevieja?”. Lo que empezó con los futuros agrícolas en Chicago en el siglo XIX ha terminado colocando precio a si Sánchez seguirá en la Moncloa o si Rusia tomará un pueblo ucraniano cuyo nombre casi nadie sabía pronunciar hace tres años. En 2025, este “hilo” se ha estirado hasta el punto de que el volumen combinado de apuestas en plataformas como Polymarket y Kalshi supera los 42.400 millones de dólares solo en el último año, con un enfoque creciente en eventos geopolíticos como la probabilidad de un alto el fuego en Ucrania (71% según Polymarket a inicios de 2025) o la salida de Netanyahu del poder en Israel (27%).
Lo cierto es que poner cifras al porvenir es anestesiar el miedo al futuro. La lógica es que si puedo simular el mañana en una gráfica, el mañana asusta menos. Además de que este sistema de apuestas geopolíticas es peligroso porque alguien con mucho dinero podría apostar por un bando en una de estas guerras satelitales que se dan en el corazón de África, por ejemplo, el genocidio de Sudán, y decidir apoyar al bando por el que se ha apostado. Puede parecer una tontería, pero un millón de dólares de inversión en drones para un conflicto de este tipo puede sacudir la geopolítica del continente durante años. Pero, más allá de las apuestas, lo que deja tras de sí cada punto en el mapa es una preocupación, una ansiedad individual que el colectivo consigue validar a través de la especulación económica. Vivimos instalados en una ignorancia consistente en el exceso de información. ¿Dónde carajo está Kucheriv y por qué de pronto tengo en mente una cuenta atrás hasta el 31 de diciembre? Vivimos en un desorden cognitivo permanente en el que lo importante se ve solapado por lo instantáneo y lo visible desborda lo verificable. Nadie apenas puede permitirse el lujo de entender lo que pasa y en esa intemperie mental, estas herramientas como Polyglobe ofrecen una prótesis para aliviar el vértigo de reconocer que no sabemos qué va a pasar.
Cada punto del mapa de Polyglobe es un cliffhanger; cada fluctuación, un hilo argumental, un plot twist; cada fecha límite, un recurso dramático para reordenar el caos. Y lo aceptamos sin torcer el gesto porque la ficción, al contrario que la política, siempre ofrece una continuidad: todo conduce a algo, todo tiene consecuencias, todo se explica al final. El mundo, en cambio, no. Lo que me inquieta es la pregunta implícita que plantea: ¿quién tiene derecho a anticipar el futuro político de un país? Durante años esa tarea perteneció -con todos sus defectos- a instituciones, analistas, diplomáticos, organismos internacionales. Ahora, en cambio, basta con que alguien compre una posición para que su intuición aparezca incrustada en la geografía global. Ahora hay muchas más razones que antes para que el interés particular siga alimentando, día sí y día también, a la bestia de la muerte. El capitalismo nunca necesitó sentarse en el Consejo de Seguridad de la ONU porque le ha bastado con desplazar la ética con la misma naturalidad con la que, en cualquier hipódromo del mundo, se acaba dopando al caballo después de apostar.