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La España vacía

Imagen de archivo de la localidad de El Haya, en el límite de Cantabria con el País Vasco. JOAQUÍN GÓMEZ SASTRE

Javier Pérez Royo

La pérdida de población y el empobrecimiento, en todo caso relativo y con frecuencia también absoluto, del mundo rural no ocurre solo en España. Es un fenómeno bastante generalizado y con tendencia a ir a más. El pasado 18 de marzo Paul Krugman dedicó su columna en el New York Times a la despoblación y relativo (ocasionalmente absoluto) empobrecimiento de la América rural. “Getting real about rural America” era el título del artículo, en el que sostenía la tesis de que “hay fuerzas poderosas detrás del declive relativo y en determinados casos absolutos de la América rural”. Y añadía que la verdad es que nadie sabe cómo revertir esas fuerzas. 

América tiene otros problemas, decía, como el sistema sanitario o el déficit de infraestructuras, que sabemos cómo se pueden resolver, aunque falte voluntad política en el país para hacerlo. Pero revitalizar regiones en declive, conseguir repoblar zonas que se despueblan, no es que sea una tarea difícil porque sea difícil alcanzar la voluntad política para abordar el problema, sino que es que no sabemos cómo conseguirlo. Ni en Estados Unidos, ni en ningún otro país. No hay historias de éxito convincentes en política comparada que sirvan como punto de referencia.

Paul Krugman terminaba su artículo pidiendo perdón por si era mal entendido.  Consciente de que mucha gente de la América rural podía sentirse herida por sus palabras, que podían ser interpretadas como la opinión condescendiente de alguien que habla desde la “gran ciudad”, subrayaba que nada estaba más lejos de su intención que molestar a nadie, pero que no se podía perder el sentido de la realidad. Es imposible intentar ayudar a la América rural sin entender que el lugar que solía ocupar en el pasado ha sido minado por fuerzas económicas poderosas que nadie sabe cómo parar.

Hay problemas que no sabemos cómo resolver. La despoblación y el empobrecimiento del mundo rural es uno de ellos. Porque el problema lo hemos generado nosotros, pero sin saber muy bien cómo lo hemos hecho. Ha sido la forma de relacionarnos entre nosotros mismos en el proceso de apropiación de la naturaleza en que consiste todo proceso productivo el que ha conducido a la concentración de los seres humanos en las ciudades y al despoblamiento del mundo rural. Es el creciente desequilibrio en la distribución de la riqueza generada en el proceso productivo el que está detrás de la superpoblación del mundo urbano y del vaciamiento del mundo rural. Cuanto más ha avanzado la desigualdad, más se ha acentuado el desequilibrio en la distribución de la población en el territorio.  

Por eso el problema se ha acentuado en estos últimos decenios de la forma en que lo ha hecho. Y de una manera general en todo el mundo. Porque esta ha sido una de las consecuencias de la globalización y de la incidencia de la misma en el desequilibrio en la distribución de la riqueza. Y mientras la globalización continúe operando sin control político de ningún tipo, el problema continuará acentuándose. Mayor cobertura de Internet y mejores infraestructuras pueden mejorar las condiciones de vida de quienes se queden, pero no ayudarán a revertir la tendencia. Allí donde se concentre la riqueza, se concentrará la gente. Se vaciará la meseta y aumentará la población de Madrid. Y sin tanta intensidad, ocurrirá lo mismo en todas las “nacionalidades y regiones”.

No hay nada más que seguir la evolución de la distribución geográfica de los equipos de fútbol de la primera división en estos últimos treinta años para comprobarlo. Mientras no sepamos cómo revertir el desequilibrio en la distribución de la riqueza estaremos condenados a reproducir dicho desequilibrio en la distribución de la población.

No hay nada que nos permita ser muy optimistas. Es verdad que al menos se está consiguiendo que la igualdad/desigualdad haya entrado de nuevo en el debate político, de donde ha estado ausente desde los años ochenta, pero no lo es menos que no hay estrategia convincente para revertir la tendencia que se puso en marcha a partir de ese decenio. Barack Obama, en uno de sus últimos discursos, definió la desigualdad y la consiguiente falta de movilidad social como el problema definidor de nuestra época. Pero el problema no hizo más que acentuarse durante sus años en La Casa Blanca. Y no cabe duda que contra su voluntad.

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