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España Vs Moderdonia

bandera

Carlos Hernández

Moderdonia es un país inventado. Una nación digital con un himno estridente de letra irreproducible y una bandera color rosa con estrella de cinco puntas. Un estado ficticio creado por los humoristas David Broncano, Ignatius y Quequé para dar cobijo a los seguidores de su programa La vida moderna que emite la Cadena Ser. En este espacio radiofónico, durante 30 irreverentes minutos, el trío improvisa y, sobre todo, desvaría sobre los temas más variados, ya sean de actualidad o no. ¡Qué más da! Todo es absurdo en Moderdonia… casi tanto como en España.

Nuestro país se ha convertido en una parodia sin gracia de lo que debería ser una democracia avanzada. La principal razón, aunque no la única, es que nos gobierna un partido que lleva años huyendo desesperadamente hacia delante, tratando de escapar de las probadas acusaciones de financiación irregular, comisiones ilegales, amaño en las adjudicaciones de obra pública y cobro de sobresueldos en dinero negro. Me sorprende que algunos opinadores aún busquen sesudas razones para explicar por qué el PP fue tan torpe de no limpiar su casa y no depurar responsabilidades en su momento. No es torpeza, es sentido de supervivencia. Si lo hubieran hecho… si lo hicieran, decenas de dirigentes y cargos públicos, empezando por el presidente del Gobierno, tendrían que marcharse a su casa por su culpabilidad directa, su complicidad o su mera responsabilidad política.

Hace casi 9 años, cuando se produjeron las primeras detenciones en Boadilla y Correa maldijo “el puto pen drive” repleto de información sensible que cayó en manos de la policía, la cúpula del PP se vio en la picota, o más bien en el banquillo. Fue entonces cuando tomaron la decisión, humanamente comprensible, de intentar sobrevivir a toda costa. Rajoy y los suyos sabían que contarían con poderosos aliados entre el empresariado, la judicatura y los medios de comunicación. Hoy se ha olvidado, pero no está de más recordar algo tan simbólico como que las dos primeras víctimas de la corrupción masiva de la Gürtel fueran el magistrado que la destapó, Baltasar Garzón, y el ministro de Justicia que pasaba por allí en aquellos momentos.

Necesitaría cien artículos para relatar los hechos ocurridos desde entonces repletos de mentiras de estado, discos duros destruidos, finiquitos en diferido, fiscales incómodos cesados, amnistías fiscales para los amiguetes, coches de lujo y maletines llenos de dinero que aparecen por arte de magia en garajes y armarios, policías honestos relevados de sus puestos, testigos que sufren extraños accidentes... Sí; harían falta muchos folios para contarlo todo y, sin embargo, solo necesito cinco líneas para recordar que esta estrategia andreottiana no habría triunfado, probablemente, sin una crisis económica, mal gestionada por el PSOE, que llevó a Rajoy a la Moncloa en 2011 y sin la irresponsable torpeza de las izquierdas que le permitió seguir en ella cuatro años después.

Es imposible entender todo lo que nos viene ocurriendo en estos últimos tiempos sin hablar de Gürtel o de Púnica. Todos los casos que salpican al PP son los que han ido marcando la estrategia política del Gobierno. Fue Correa y no Mas el que animó a Rajoy a dejar que se enquistara la cuestión catalana, seis años atrás, para tener una bandera rojigualda en la que esconderse de la corrupción. Hoy, el presidente del Gobierno estará feliz al comprobar cómo su estrategia fue acertada. Los españoles estamos a hostias, los unos contra los otros, sin tiempo para escuchar a una fiscal o a un responsable de la UDEF señalar con el dedo acusador al PP y al propio Presidente. Todo muy eficaz, muy maquiavélico, muy irresponsable.

El problema hoy, cuando creíamos que ya no nos quedaba nada más por ver, es que el éxito de quienes se sentían carne de banquillo parece habérseles subido a la cabeza. Si siguen en el Gobierno después de todos los desmanes que han cometido, ¡qué diablos! ¿Por qué no ir un paso más allá?. La aplicación del 155 en Catalunya lejos de ser el final, parece que es solo el principio. Montoro, el muñidor de aquella vergonzosa amnistía fiscal, ha sido el primero en subirse al carro para intervenir la ciudad de Madrid. El martes, Ignacio Escolar detallaba, punto por punto, la arbitrariedad intolerable que supone esta medida. ¿Alguien cree que estas evidencias van a intimidar a quienes crearon una policía política para atacar a los partidos rivales? Siguen en la carrera, en la huida hacia delante... y como les va bien, nos seguirán atropellando.

Lo peor, me temo, está por venir. No estamos en una dictadura, ni en un estado fascista como dicen algunos. Por favor, no hagamos esas comparaciones que banalizan el verdadero fascismo que sufrieron nuestros padres y abuelos. Sin embargo, sí hay que decir alto y claro que la calidad democrática de nuestro sistema está en sus cotas más bajas desde 1979. Para percatarse de ello basta observar el vergonzoso papel que están jugando, en estos cruciales momentos, tanto la televisión pública como buena parte de los medios de comunicación tradicionales. Basta también analizar la última y grotesca polémica generada en torno a la camiseta de la selección española de fútbol. Hordas de nostálgicos franquistas (lo son, aunque se nieguen a reconocerlo) han llegado a llamar basura a una equipación deportiva porque sus colores recordaban a la bandera constitucional y democrática que fue abolida por el tridente formado por Franco, Hitler y Mussolini. No sé si ha sido más patético escuchar o leer a los opinadores ultras, por cierto, secundados por el Gobierno, o ver la ignorancia, la insensibilidad y la ambigüedad con que abordaban el tema numerosos periodistas deportivos y no deportivos.

España, insisto, no es una dictadura, pero está podrida y cada día que pasa será más difícil sanarla. Ojalá lo consigamos y si no, siempre nos quedará Moderdonia.

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