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Estrago

René Barjavel en una imagen de archivo
12 de octubre de 2022 22:25 h

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Sobre la faz de la tierra, los motores de todo tipo se han parado

René Barjavel

Si no fuera por esta cita semanal, sería para mí también este un día de descanso. Lo es si hacemos caso a esa frase atribuida a Confucio. Podría aseverarse que lo más cansado de la actualidad es tener que prestar atención a cuestiones que no la merecen. Eso agota. Eso está provocando el gran abandono de los ciudadanos de sus medios de información.

El tiempo libre puede ser muy rico. Incluso puede traerte sobre ese tipo de cuestiones. En el tiempo libre vas a caminar a un monte y decenas de águilas y rapaces se meten en vuelo ante tus sorprendidos ojos. No lo hacen por ti sino atemorizadas por el paso de la formación de cazas que se dirige a embocar un desfile. Pero no caes. No hablarás de lo que sucedió en él. Es prescindible. En el tiempo libre lees, y leer te abre sin duda a la conversación. La buena conversación nos da estabilidad emocional -dice el neurocientífico con razón en una contraportada- nos ayuda a pensar y a pensarnos. 

Estoy leyendo estos días a René Barjavel. Un tío sorprendente y sorprendentemente olvidado en español. Lo primero que les diré es que en 1942 terminó una obra que ya les hubiera gustado a los guionistas de “Apagón” -un quieroynopuedo de serie en mi humilde opinión-. Barjavel escribió una distopía en la que el mundo en 2056, bajo un clima anormalmente recalentado, sufre un apagón generalizado de todos los motores por desaparición de las fuentes de energía. Es un trabajo loable cómo Barjavel nos relata lo que sucedería y el rápido descenso de la humanidad superviviente -al tórrido clima, a la falta de agua, al pillaje, a la violencia, al fuego, al hambre- hacia una civilización de mula y siega. Treinta años después de publicar esta “Ravage” (Estrago), durante la crisis del petróleo de 1973, declaró: “Esta crisis es un advertencia, la vida misma de nuestra sociedad depende de la energía. Si no nos damos prisa en preparar el día de mañana, un día llegará en el que todo se apagará y se parará y nuestros hijos, tras una horrible crisis, volverán al asno”. Leo de pasada que critican a Borrell por haber manifestado que el bienestar europeo se confió a la energía barata que venía de Rusia. El invierno de la energía. O lean “La tempestad” en la que relata una hipotética III Guerra Mundial -él, que vivió la anterior- pero en la que Europa es neutral y se enriquece y en la que es justamente la prosperidad, una vez la guerra acaba, la que se convierte en amenaza.

Barjavel no se quedó ahí. Es el inventor de la paradoja del abuelo, en “El viajero imprudente” o el que reflexiona sobre el momento en el que la humanidad descubre los medios para prolongar indefinidamente la vida en “El Gran Secreto”. Es capaz de construir historias potentes en las que el hombre se enfrenta a sus grandes dilemas: la humanidad traiciona su destino biológico y, a fin de cuentas, la biología se venga porque el amor, nos viene a decir, es más fuerte y más humano que la inmortalidad. El hombre que hablaba de ecologismo -con un fuerte componente panteísta-, de las ideas del 68, de la muerte, personal y colectiva; de su antimilitarismo, que insistía en la necesidad de hablar de los horrores que nos acechan “porque los demonios solo florecen en las tinieblas”. Ahora ¿qué lugar tendría? Ahora que las gentes dicen huir de las noticias porque solo les estresan con cosas malas. 

Este hombre escribió en su diario el día de su 74 aniversario: “Amo la vida. Cada segundo de la vida. Nunca he sido indiferente, he mirado, escuchado, gustado, tocado, respirado y amado. Amado toda cosa y todas las cosas, hermosas y feas, maravillado siempre por los milagros que me rodean y de los que yo mismo estoy hecho. Soy un universo de milagros. Lo sé. (…) La felicidad de saberme vivo y de saber alrededor de mí el universo en marcha. Maravillarse del gran infinito y de la grandeza infinita, tan bien terminada hasta en cada mota de polvo. Y de la ingeniosidad de cada detalle, la mano, la oreja, el mundo organizado en cada célula, los torbellinos de un átomo, el vacío infranqueable de la madera de mi escritorio (…) Para qué escribir de todo esto, puesto que todo ello es y nada puede impedirle ser lo que es. Vivo y sé que vivo”.

Y el Barjavel, ficcionador de todos los desastres que nuestra humana soberbia podía desatar se declara un hombre feliz “porque amo la lluvia igual que el viento, el sol como la lluvia, el frío como el calor, el invierno como el verano, lo peor como lo mejor. Siempre lo que es en lugar de lo que podría ser. ¿Son conscientes ustedes en cada instante, como lo soy yo, de que están vivos?”

El prodigio de vivir y la armonía con lo conviviente. Todo esto daría lugar a una gran conversación, una conversación real, una conversación que nos afectara como seres humanos y como sociedad. “Yo no odio, no podría odiar a nadie” escribió. 

¿De verdad podría pretender tras esto escribir sobre un abucheo?  

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