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Un fascismo impregnado de franquismo y estulticia

Rocío Monasterio y Pablo Casado charlan en el Congreso.

Rosa María Artal

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No hay duda ya ni en la primera semana: el mayor obstáculo para el Gobierno es un bloque granítico que suma las fuerzas conservadoras del país, se hayan presentado o no ante las urnas. Su peso es impropio de una democracia consolidada porque no se corresponde con las preferencias políticas de la mayoría. Así, vemos que las derechas no han ganado en ninguna de las últimas y múltiples convocatorias electorales pero están incrustadas con notable desproporción en órganos clave.

Los primeros pasos del Ejecutivo de coalición van renovando las cúpulas de las Fuerzas de Seguridad, se vive el acoso –más que el enfrentamiento en la terminología periodística- de la judicatura conservadora, la empresarial da “toques” y la política es un fiero desbarre, tanto o menos que la mediática a su servicio. La sociedad entre tanto vive preocupada por ese escenario y por el ascenso de la ultraderecha que está impregnándolo todo. ¿Hay motivos?

La “letra pequeña” del barómetro del CIS de diciembre nos dice que la mayor parte de los españoles se autoubican en el centro y el centro izquierda, hasta casi un 59%. En 2011, se situaba a la derecha más del 50%, entre el 5 y 8 de la tabla. Otro aspecto es la subjetividad con la que se vive la propia adscripción ideológica. Ahora, prácticamente solo los votantes de Vox se sienten de derecha máxima. Y no se pierdan a cerca de un 10% que no saben de qué son.

El 85% de los encuestados por el CIS consideran que “la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno”, frente al 5% que optaría por un gobierno autoritario en determinadas circunstancias. El desglose es curioso. El 21% de Vox, 750.000 de sus más de 3.600.000 votantes; el resto, al parecer, no es consciente del ideario de su partido. Hay un rescoldo por todo el espectro político.

Lo cierto es que el ruido de una derecha extrema se extiende sobre una ciudadanía que elige posiciones más templadas. El mundo entero esta sobrecogido por esta epidemia intencionada. De ahí que surjan numerosos análisis para enfrentarla. Su poder vírico es mayor que su realidad. Todavía. Múltiples análisis describen características comunes en los nuevos fascismos –a los que eufemísticamente llaman ultraderecha e incluso, en medios españoles, centro derecha-.

En España, es esencial enfrentar el problema. Aquí se agrava porque este fascismo de hoy convive con el franquismo, impune aún varias décadas después de su término oficial, y con una especial estulticia que entra casi en el terreno de los terraplanistas.

Todos los fascismos tienen en común apelar a un pasado mítico, el espíritu de Nación y la unidad de la Patria, según cita, por ejemplo, Jason Stanley, profesor de filosofía en Yale, EEUU, en su libro superventas “Facha”. Otros le llamarían disfunción patriótica exacerbada. Vemos a Vox como genuino representante, incluso glorificando los Tercios de Flandes, pero Pablo Casado apeló, recién nombrado, al descubrimiento de América. Llegó a declarar que “la Hispanidad es la etapa más brillante del hombre junto al Imperio romano”. Desde Trump a Bolsonaro, desde Orban a Le Pen, todos invocan esa misma grandeza idealizada.

El anti intelectualismo une a esta pléyade de ultras. Estorba la cultura, el mismo hecho de pensar. Jair Bolsonaro ha comenzado el año diciendo que a partir de 2021, los libros de texto distribuidos a las escuelas tendrán la bandera brasileña en la portada y un estilo “más suave”, porque hay “mucha escritura” en las publicaciones actuales. En Missouri, EEUU, han propuesto una ley para que los padres puedan censurar los libros de las bibliotecas públicas y mandar al bibliotecario a la cárcel si la incumple, según cuenta la periodista y docente Azahara Palomeque. En Arizona ya censuraron los libros que hablaban de la cultura mexicana, dice.

En la misma línea, Vox ha conseguido el apoyo del PP y Ciudadanos para introducir la 'censura parental' en Murcia que suprime contenidos a los escolares. Sobre feminismo y LGTBi de momento. El gobierno lo va a recurrir. Pero, como vemos en otros países, hay una tendencia a criar niños “fachas” e ignorantes a imagen de sus progenitores y dirigentes

Porque el machismo como identidad en una lucha de sexos que impone la primacía del hombre y, en diversos grados, está en todo fascismo del siglo XXI. Múltiples ejemplos lo avalan. Por el Orden Público tienen obsesión como toda ideología autoritaria. Le dedicarían el grueso de los impuestos que paga el contribuyente, dado que desmantelar el Estado del Bienestar es otro de sus objetivos, algo más disfrazado en una presunta “libertad” de economía ultraliberal.

La propaganda, los bulos, las Fake News constituyen elementos fundamentales de la expansión ultraderechista. Algunos, como Rocío Monasterio, los llevan a la práctica. Según El País, la factótum de Vox tramitó planos de obra con visados falseados hasta 2016, noticia que se une a las numerosas irregularidades detectadas en sus trabajos de arquitectura con su marido, Iván Espinosa de los Monteros.

El fascismo se refuerza en España con el franquismo impune, empapando soportes fundamentales del Estado. Seguimos conociendo datos espeluznantes de la represión que ejerció sobre los disidentes políticos. Esta exclusiva sobre el comisario Roberto Conesa, cuyas primeras víctimas fueron Las 13 rosas, es una muestra más del aparato nunca encausado.

Y, además, la estulticia. Esa generación de políticos inauditos, diciendo una estupidez tras otra y que, como Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid, abordan el cargo como un juego y hasta una pugna de triunfos que machaque al “enemigo” de su propio país. Un peligro público del que no es la única exponente y tanto como quienes ponen en manos de tales incompetentes asuntos esenciales de la vida de las personas.

Fascismo, franquismo y estulticia impregnan élites decisivas con notable desproporción sobre la realidad del país. Mienten, manipulan declaraciones y cargan sobre cuantos entorpecen su camino de abusos. A veces las cloacas se desbordan en actos que esta sociedad tolera mirando para otro lado como los asaltos a despachos de abogados incómodos o dilatan los procesos de figuras relevantes en tramas de alta alcurnia. Todo esto es lo que hay que limpiar y enfrentar.

A quienes creen solo lo que quieren creer, incluso lo mas absurdo, y ni la verdad consigue que varíen su opinión, aconsejan los expertos tratarles con cariño para que no se alteren más. No lo comparto. La seguridad del poder que han adquirido, unido a la falta de criterio, no hará sino acrecentarlo.

Para desmontar el grueso de la operación, con toda la batería ideológica cargada de mentiras, parece funcionar la técnica del bocadillo. Se expone la realidad, en medio el bulo tal como lo digan, y de nuevo la realidad demostrada.

El Estado del Bienestar debería defenderse por sí mismo. Y definir con ejemplos lo que realmente es la libertad. Amplia, de elegir, de pensar, de comer, de tener, de ser.

La España real es el país que vive en su tiempo, labrado con los logros del pasado y reconocido sus errores a erradicar. Una sociedad del siglo XXI, ha de vivir su presente. Limpio, con proyección hacia el futuro, trabajando por el bienestar de los ciudadanos que lo habitan. Y son esos mismos ciudadanos los que deben implicarse en los objetivos esenciales del país en el que quieren vivir. Y hoy por hoy no son -todavía- de la pesada derecha fascista, franquista y no muy espabilada. Todavía.

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