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Una fecha y mil preguntas

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto a la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo

Elisa Beni

“Abril es el mes más cruel: engendra lilas de la tierra muerta, mezcla recuerdos y anhelos, despierta inertes raíces con lluvias primaverales”

T. S. Eliot. La tierra baldía

Va a haber elecciones anticipadas. El lunes, tras la manifestación de las derechas y los ultras, yo misma aposté a que no. Fallé pero a buen seguro no soy la única sorprendida por este último movimiento en el tablero. Lo cierto es que teníamos argumentos para aventurar que una exhibición de fuerza, que no le salió especialmente bien a la derecha, no iba a cambiar las cosas y, por otra parte, que los presupuestos no tenían pinta de ir a salir tampoco era ninguna novedad, aunque ahora se hable de jugadas a último aliento. Por otra parte, unas elecciones ahora no las quiere aparentemente ninguno de los socios naturales o de fortuna del Gobierno Sánchez, porque no termino de creerme que los independentistas hayan apostado a arriesgarse a que lleguen al poder los castigadores del 155 para agitar la factoría de sus seguidores, pero el presidente del Gobierno las va a convocar. Más allá de la fecha, las preguntas se agolpan en la mente sobre todo de los votantes de izquierda.

No parece que los números de las últimas encuestas permitan reeditar unos apoyos similares a los que propiciaron la moción de censura y, sin embargo, si parecen apuntar a una posible mayoría del ya llamado “trifachito” que ha pactado en Andalucía. Vox incluido. ¿Por qué arriesgarse justo en este momento?, ¿qué saben Sánchez y Redondo que no sepan Iglesias ni Garzón ni el PNV, que tampoco debe estar nada contento? ,¿qué creen que va a suceder que no controlen los propios simpatizantes de sus partidos?

El viraje se produjo de forma radical y un poco incoherente, si uno se para a mirarlo, porque justo tras haber tomado la decisión de aceptar relator como animal de compañía, un paso que sin duda debieron sopesar bien, se produce un frenazo en seco que rompe no sólo con tal idea sino que pretende marcar bien las distancias y levar todos los puentes en un golpe de mano rápido y coordinado. ¿Tan fuerte era la presión dentro del propio partido?, ¿tan malas eran las cifras respecto a la plasmación electoral que tendría esa apuesta por el diálogo? Lo cierto es que en estos tres días han saltado por los aires los dos principales ejes sobre los que pivotaba el gobierno socialista salido de la moción de censura: uno la mejora de las condiciones sociales y del estado del bienestar, que se ha desplomado con los presupuestos y otro era el abrir una senda de diálogo que permitiera reencauzar la crisis catalana. Uno por otro u otro por uno, ambos se han desvanecido.

Tenga los datos que tenga el presidente del Gobierno, y sea cual sea el pálpito de Iván Redondo, lo cierto es que se adentran en un territorio, nos adentramos, no explorado hasta ahora y del que es difícil que ni ellos ni nadie puedan establecer ya no un destino claro sino ni siquiera esa famosa hoja de ruta. Nunca se ha producido una campaña electoral, que arrancará efectivamente este viernes, con un juicio en marcha en el que se sienten políticos cuyos partidos se presentarán a esas elecciones. Políticos acusados de rebelión y que se juegan un número insufrible de años de prisión. Nunca se ha dado el caso de que un candidato a esos comicios esté en estrados acusándoles. Podría ponderarse la posibilidad de que el juicio se detuviera para no solaparse con un periodo electoral, pero hay muchas más cosas que apuntan a que el proceso seguirá en marcha. Uno de ellos, no baladí, es que se trata de un juicio con presos preventivos que, desde la perspectiva del tribunal y de las partes, no pueden ver prolongado su periodo de privación de libertad en función de decisiones políticas. Sobre todo si lo que se quiere dejar claro, aquí y en Europa, es que no se trata de un juicio político. ¿Cómo explicar que va y viene en función de las decisiones del presidente del Gobierno?

En otro plano juega la sensación de intromisión en el espacio del Tribunal Supremo que tenga la convocatoria allí dentro. Supongo que a quien ha andado midiendo los tiempos para no extenderse hasta la campaña de las municipales, no va a gustarle un pelo la idea de que ahora sean los políticos los que alteren el escenario a su conveniencia. Así que, y todo esto son chapuzones porque ya saben que yo soy de mojarme, no creo que el juicio se aplace aunque la fecha de Sánchez sea en abril. Abril, el más cruel de los meses. Nadie puede saber cómo interferirá el juicio en la campaña ni la campaña en el juicio ni ambas cosas en las cifras que obtengan los partidos independentistas. Incluso puede que el juicio pase a un segundo plano más allá de las frases o las intervenciones que permitan, realmente o de forma espuria, ser usadas como soflama por unos o por otros.

Hay que esperar además que la única respuesta que nos sea dada no sea que los independentistas han quedado retratados votando con las derechas en contra de unos presupuestos que mejoraban las condiciones de vida de la gente y también de la gente catalana. Ha comenzado a rodar ya como relato pero los votantes progresistas van a precisar de muchas más explicaciones y de una mayor comprensión de la jugada si lo que se busca es una movilización masiva del voto para frenar el avance de una derecha cada vez más montaraz. Es lo que tiene este voto, que quiere entender y no avanzar a tientas y es posible que exija más que ese inventillo del relato y que quiera verdades y argumentos y respuestas para no quedarse en casa.

Va a haber elecciones anticipadas. Sólo falta saber la fecha. Todo apunta a que Sánchez se la jugará antes que sus barones y antes que sus alcaldes. Ir por detrás, recogiendo el panorama arrojado por esos comicios, es siempre un riesgo. Ya puestos, yo sí fuera él iría antes aunque, ya saben, abril sea un mes cruel.

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