¿Y qué hará España ante el giro de América Latina a la izquierda?

La estrechísima victoria del domingo de Luiz Inácio Lula da Silva en las elecciones presidenciales de Brasil frente al ultraderechista Jair Bolsonaro consolida el giro histórico hacia la izquierda que está experimentando Latinoamérica y que, por vez primera, incluye a las cinco principales economías de la región. El candidato del Partido de los Trabajadores asumirá por tercera vez la jefatura de Estado del país más poblado del subcontinente (212,6 millones de habitantes) y con el mayor PIB, después de pasar 19 meses en prisión por un escándalo de corrupción que se ha archivado parcialmente y en cuyo proceso afloró una campaña de la derecha, con la complicidad del juez de la causa, para destruir políticamente al entonces popular mandatario de izquierdas.
La victoria de Lula se suma a las que ya han conseguido Andrés Manuel López Obrador en México, Alberto Fernández en Argentina, Gabriel Boric en Chile y Gustavo Petro en Colombia, país que se mantenía hasta el 7 de agosto pasado como una excepción en Latinoamérica por ser el único que nunca había tenido un presidente de izquierdas. A ellos se suman Pedro Castillo en Perú, Luis Arce en Bolivia y Nicolás Maduro en Venezuela, así como Xiomara Castro en Honduras, Daniel Ortega en Nicaragua, Laurentino Cortizo en Panamá y Nayib Bukele en El Salvador, aunque la clasificación de este último como izquierdista es hoy más que discutible. Y, por supuesto, está la incombustible Cuba, presidida por Miguel Diaz-Canel tras casi seis décadas de férreo poder de los hermanos Castro.
Se trata de un auténtico seísmo en el escenario político de la región, que las izquierdas europeas no dudan en celebrar como una victoria propia y como la constatación de que es posible contener la ola de derechización que está cobrando cada vez más fuerza en el viejo continente y en buena parte del mundo. La incógnita es si Latinoamérica será capaz de aprovechar esta coyuntura de oro para cumplir dos de sus mayores ambiciones –superar las profundas brechas económicas y sociales de su población y tener un peso mucho mayor en la comunidad internacional- o si, por el contrario, las expectativas depositadas en este cambio de rumbo se harán añicos, como ha sucedido en otros momentos de su historia, ya sea por errores propios o por la acción de fuerzas reaccionarias promovidas en muchas ocasiones desde Washington.
A todos los mandatarios antes citados se les llena la boca hablando de la unidad latinoamericana y, más allá de que consigan apuntalar una comunidad del corte de la Unión Europea –algo hoy improbable-, hay puntos coincidentes en sus visiones geoestratégicas. Quizá el más importante es la voluntad de reafirmar su independencia frente a los dictados de EEUU y de mantenerse al margen de la incipiente guerra fría entre el poderoso vecino del norte, apoyado por la UE, y China. La relación de América Latina con el gigante asiático ha sido, de momento, muy provechosa para la región en el terreno económico, hasta el punto de que se ha convertido en su segundo socio comercial y, en algunos países, incluso ha desplazado a EEUU como el primero. Otro punto de consenso es la necesidad de potenciar la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), organización creada en 2011 con el evidente propósito de desafiar a la OEA, donde Washington ejerce un incuestionable mando.
Dicho lo cual, el bloque de izquierdas dista de ser homogéneo. Tres ejemplos: Lula ha sido dos veces presidente y procede de un partido tradicional. Boric llegó al palacio de La Moneda aupado por los movimientos que protagonizaron uno de los mayores estallidos sociales en la historia del país. Petro también ganó las elecciones tras una explosión de descontento social que fue brutalmente contestada por el Gobierno del uribista Duque, pero tiene una carrera política institucional de la que carecía el chileno. También se pueden apreciar las diferencias en su relación con la izquierda bolivariana hoy encarnada por Maduro. Ni Boric ni Petro invitaron al mandatario venezolano a su posesión, y ambos se han desmarcado públicamente de él, si bien una de las primeras decisiones del colombiano fue restablecer las relaciones con Caracas. Mientras, el mexicano López Obrador declinó acudir a la última Cumbre de las Américas, celebrada en Los Ángeles, en señal de protesta porque no se había invitado a los presidentes de Venezuela, Cuba y Nicaragua.
En este escenario complejo, uno de los mayores interrogantes que cabe hacerse en España es qué estrategia prevé seguir el Gobierno con respecto a América Latina, más aún teniendo en cuenta que se trata de un Ejecutivo de coalición de dos formaciones progresistas. Eso sí, cada cual con sus afinidades particulares. Es bien conocida la simpatía de Boric y Petro con Podemos, pero al mismo tiempo figuras como Lula o Fernández son más próximas a los postulados socialdemócratas. Sin duda, los socios de la coalición de gobierno celebran la derrota de personajes como Bolsonaro o el ultra chileno Kast, pero no está nada claro que compartan la misma visión sobre la forma de relacionarse con la ‘nueva’ Latinoamérica. No es difícil suponer que los socialistas mantienen muchas más cautelas que los morados a la hora de celebrar como un todo la ola izquierdista en la región, que ha llevado aparejada, en distintos países, el resurgimiento de un discurso fuertemente contestatario contra la presencia española, en particular contra el pasado colonial.
Un informe del Real Instituto Elcano sobre la reputación de España en el mundo en 2021 revela que, en Latinoamérica, el país es superado en prestigio por Canadá, Francia, Reino Unido o Alemania. España sigue siendo un socio comercial relevante para América Latina. También se ha convertido en uno de los principales destinos de la emigración latinoamericana, con lo que ello significa en el volumen de remesas que esta envía a sus países de origen. Además, la cooperación española considera prioritaria aquella región para sus políticas de ayudas. Sin embargo, al mismo tiempo, está en marcha un proceso de desafección de América Latina hacia España promovido primordialmente desde las izquierdas de la región, que entienden que la relación entre las partes es desigual y que España, pese a los discursos de buenas intenciones, continúa cultivando una actitud de tintes coloniales en sus antiguas posesiones.
Sería interesante saber qué opinan los asesores en temas latinoamericanos de La Moncloa. Si están trabajando en alguna estrategia ante el nuevo escenario de la región, más allá de esperar pacientemente la celebración, en el segundo semestre de 2023, de la cumbre UE-América Latina, que no se realiza desde hace siete largos años precisamente por el desinterés que ha habido hacia aquella parte del mundo. Ahora, a raíz de la desestabilización provocada por la guerra en Ucrania, Latinoamérica vuelve a ser cortejada por su potencial exportador de materias primas y productos energéticos, a tal punto que EEUU y la UE no saben cómo sacudirse de encima a Guaidó, a quien reconocieron en su momento como presidente interino de Venezuela, sin que España moviera un dedo para evitar ese despropósito. ¿Tiene capacidad el Gobierno de Sánchez para imprimir un nuevo giro en las relaciones con Latinoamérica, claramente diferenciable del vínculo actual, sobre todo teniendo en cuenta que la política exterior española está en gran medida condicionada a los designios de Bruselas? Antes deberá responder a otra pregunta: ¿Tiene voluntad de hacerlo?
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