Se busca héroe o heroína (receta para resolver el conflicto catalán)
Soy de las que piensa que la opinión de cualquiera es tan valiosa como la de los analistas o la de los actores políticos responsables de las decisiones. De hecho, suelo atender en campaña más a lo que escucho en un taxi o en un supermercado que lo que pueda leer en los sesudos análisis de politólogos. Los votos valen lo mismo, tanto el del ciudadano raso como el del científico, pero los ciudadanos son muchos más. Esas son mis cuentas.
Ahora, como en campaña, es momento de que se escuche la voz de los ciudadanos y, además, de que se canalice. Si sabemos lo que la gente es, piensa, desea, teme, quiere, sabremos cómo moverla. Vean cómo se moviliza la gente cuando comprende que su opinión es importante y tomada en cuenta. Lo llevamos viendo varios años en las calles de Catalunya y en la resistencia exhibida el pasado domingo, en la jornada -llamemos- del “Votarem”. Creo que necesitamos una campaña nuestra, de los que defendemos los procesos democráticos, de los que no votaron, de los que no quieren que se rompa España. Cuántas veces hemos dicho que se necesitaba un relato emocional que rebatiera el relato independentista, y digo rebatiera, no que se enfrentara. Hablo de debate de relatos, no de guerra de relatos.
Hemos perdido la fe en la capacidad de los líderes políticos, todos ellos hombres rodeados de hombres, para resolver el problema, principalmente porque creemos que ellos no son la solución puesto que son el problema. Con su exhibición de testosterona, de medida de su fuerza, hemos quedado atrapados en la incertidumbre. Con esta confianza bajo mínimos parece que la única posibilidad es que sean los ciudadanos los que resuelvan el problema. La sensación que da es que los líderes naturales que podrán resolver la crisis serán de la sociedad civil y no de la política formal. “Hablemos” es una campaña emocional, de conexión, moderada y civilizada.
La receta que propongo es que los gobiernos de España y de Catalunya designen sus propios equipos de negociación, pero sin los líderes que han participado en los procesos que nos han traído hasta aquí, los dos por cortoplacismo electoral, uno por inacción y el otro por atropello a la legalidad. Que sean civiles, expertos, personas respetadas por todos, representativas. Sobre todo que predominen las mujeres. Sus conclusiones deben ser vinculantes y permitan abrir un proceso político consensuado que derive en un referéndum legal.
Las conversaciones deben ser discretas. Dejen ya de pensar que la transparencia genera confianza. No es así. Propondría un lugar neutro, fuera de España (y de Catalunya, claro), en algún lugar donde esto lo hayan sabido resolver. Digamos, por ejemplo, Canadá.
Cada vez más voces piden una mediación internacional para apoyar esta negociación que aparenta ser irresoluble. Es buena idea, puede sumar, pero debe ser aceptada por las partes y reconocida como entidad mediadora, “supranegociadora” y encargada de desempatar en los puntos en que los que se atasque el diálogo. Propondría que ésta fuera una entidad cuyo objetivo sea la paz y no la economía.
Y por último, antes de empezar tiene que acordarse el enfoque y el abordaje de la discusión, un mínimo acuerdo para arrancar. En mi opinión, se tendría que trabajar sobre dos líneas de discusión: la vía independentista (que ya está sobre la mesa, queramos o no) y la vía alternativa, digamos de profundización federal. Tomemos en cuenta que en la vía independentista, tendría ventaja el Gobierno español para imponer condiciones, porque en la secesión es el país madre el que debe ejercer todas las acciones para replegarse, es decir, el Estado español.
En cualquier receta para la solución debe imperar el interés general y, por tanto, no puede responder a intereses electorales, ni incluso legales, que pasen por encima de las personas. Cuanto menos, ya deberíamos saber quiénes ya no nos sirven para esto.