Hora de despejar la x
En los momentos de crisis, solo la imaginación es más importante que el conocimiento.
Despejar la x es sinónimo de hallar la solución de una ecuación. Y hay cosas que tenemos que solucionar. Una de ellas es, sin duda, nuestra relación con esa X antes llamada Twitter y con las reglas del juego impuestas por su nuevo dueño sin ninguna transparencia ni lógica. Mi teoría, se la desvelo, es que tanto para las personas que usan identidad real como para los profesionales que permanecemos en esa red, ha llegado la hora del gran abandono. Lo mismo, pero con más fuerza, propongo para políticos, partidos políticos, instituciones españolas y europeas, servicios públicos, etcétera. Todos a la vez. Si todo lo interesante sale, nadie se queda desconectado de algo que morirá seguro. No se encalabrinen, hay argumentos.
Primero voy a remontarme a los orígenes de Twitter. No hay otra forma de tomar perspectiva sobre algo que nos ha seducido primero, capturado más tarde y puede que abducido al final. Allá por el 2008 -quince años, no más- sólo unos pocos aventajados exploradores se habían abierto cuenta en esa red social. La mayoría, no vamos a negarlo, periodistas y uno de ellos el director de este diario. En los dos años siguientes, más periodistas entre los que me cuento y algunos profesionales fueron sumándose a una red en la que se podían mantener conversaciones, se podía hablar, conocías gente interesante y conectabas de una forma eficiente con fuentes. Los periodistas incluso tuiteaban sus actividades antes en la red que para sus medios. Tuiteaban las ruedas de prensa, tuiteaban los acontecimientos que cubrían, Twitter se convirtió en un gigantesco teletipo que nos ponía muy cachondos. Tanto que los medios tuvieron que intervenir y pedirles a sus profesionales que respetaran algo tan obvio como que la información obtenida mientras trabajaban debía ser en primer lugar para sus empresas. Así se hizo.
Tan emocionados estábamos con la cosa que los responsables de los medios se dieron cuenta de que podían utilizar la red social para conseguir feedback y para seguir los movimientos de las audiencias en directo, antes de que llegaran las mediciones oficiales. Así aparecieron las etiquetas para comentar los programas a la par que se hicieron objeto de los programas las cosas que aparecían en Twitter. Esa interacción y esa publicidad hizo que se incrementara el número de usuarios que querían contactar con sus programas, presentadores, artistas, jueces o políticos preferidos. Ya estábamos casi todos, incluidos los emboscados, los bots, los haters y los que siempre utilizarán cualquier oportunidad para sacar lo peor de ellos. Las instituciones y los políticos pensaron que era buena idea saltarse a los intermediarios y llegar directamente a la gente, pero los mediadores en una democracia son importantísimos, porque son los que aseguran la calidad del mensaje y los que cierran el paso a las manifestaciones intolerables en una democracia cumpliendo las leyes.
Este sistema ha contribuido de forma grave a la polarización porque esa red social no es un medio de comunicación ni tampoco es una línea como la de teléfono. Ni tiene una responsabilidad definida como un medio ni es neutra, como una teleco, sino que es una red manejada por un algoritmo secreto que aplica los sesgos que desea a la distribución de mensajes. Los anteriores propietarios buscaban un cierto equilibrio, por eso verificaron a las personas, los políticos y profesionales reconocidos y a las instituciones y organizaciones de las que podían aseverarle a la audiencia que eran quienes decían. Eso lo mató Musk. Ahora mismo la verificación en esa red depende del dinero. Como verán, la mayoría de los antiguos verificados ha optado por no darle pasta a Musk en un sistema en el que la verificación real ha saltado por los aires. Es más, la mayoría de los grandes tenedores de seguidores en Twitter, profesionales sobre todo, han dejado de tuitear sus ideas o pensamientos y se limitan a usarla como escaparate para su trabajo en otros medios: artículos y contenidos que se quieren promocionar. Por supuesto, nadie con dos dedos de frente contesta ya a desconocidos. X es una broma monstruosa que nos puede costar mucho. La polarización y los problemas que se derivan de ella no compensan ni de lejos lo que ofrece. Como me dijo una vez alguien con mucha cabeza: “Elisa, ¿tú te meterías en un bar lleno de encapuchados beodos a contestarles y debatir con ellos? Pues eso es esa red en realidad”. Llevaba razón. Por eso creo que debería haber un gran abandono, al menos de las personas que tienen algo que jugarse, su reputación sobre todo, pero también su tranquilidad anímica y su hartazgo de leer bobadas y participar en debates falsos, banales y amañados.
Voy ahora con lo de las instituciones y los gobiernos. No alcanzo a ver aceptable que ningún gobierno democrático ni sus partidos o instituciones tenga que utilizar un instrumento cuyo funcionamiento se escapa de sus normas y le es desconocido. ¿Por qué un gobierno tiene que someterse a las reglas secretas que se le ocurran a un tipo que ha pedido el Coliseo para darse de leches reales, que no figuradas, con otro que tal baila como es Zuckerberg? No es sino una forma de reconocer que el poder real lo ostentan ahora no los electos sino unas multinacionales tecnológicas, nada transparentes, y regidas por megalómanos narcisistas a los que no se les debería conceder ningún soporte institucional. ¿Qué sería de Musk si todas las élites, las gentes que no se esconden, los partidos, las instituciones, los gobiernos y los servicios públicos lo dejaran plantado? Si la respuesta es que le duraría el juguete tres días sin todos ellos, el corolario es que el poder se lo están dando quiénes continúan sometidos a sus caprichos. Ningún elemento democrático europeo debería admitir bailar al son que le marcan unas mega empresas sin principios definidos, que no sean los propios, a las que no consiguen someter a las normas propias de las democracias occidentales y los estados de Derecho.
No va a pasar porque los humanos en general somos demasiado estúpidos, pero debería. Todo es mucho más mierda desde que las supuestas redes sociales llegaron para esclavizarnos. A unos con la opinión, a otros con la imagen, a los más con el secuestro de una atención que ya no son capaces de centrar en lo que en la vida merece la pena.
Despejar la X es sólo el principio para reconocer que nuestra vida no es mejor con ellos -ni revoluciones primaverales ni reivindicaciones- que ningún empoderamiento es real, que sólo hemos conseguido banalizar la realidad, destrozarla, dar voz a quien no merece tenerla y someternos a un permanente impacto de estupideces que nos impiden vivir como personas.
Ahí es nada. A veces regresar es el mayor avance.
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