El Madrid que los madrileños no necesitan

Algunos madrileños sentimos en el Madrid marcado por la política y el estilo de Isabel Díaz Ayuso lo mismo que Sócrates cuando paseaba por el mercado de Atenas: “Cuántas cosas hay aquí que yo no necesito”. Salvando las distancias con el sabio griego, cualquiera nacido y/o ubicado en el barrio de la Latina o en el municipio de Alcorcón podría completar la reflexión con “y cada vez hay menos cosas que de verdad necesito”. En la red social X esto se traduce en “no tenemos cita médica pero al menos hay Fórmula 1”, porque Madrid es cada vez más el paraíso del pelotazo y los intangibles, un cóctel divertidísimo en el que se mezclan rentismo, terrazas, libertad, eventos deportivos y declaraciones inverosímiles y nadie parece usar el dinero público para nada, ni bueno ni malo.
La Comunidad de Madrid cada día se parece más a su presidenta y al PP que manda en el PP, el madrileño: nunca se sabe qué va a pasar ni va a ser verdad mañana y se olvida de inmediato qué pasó y fue verdad ayer. El estilo de Isabel Díaz Ayuso, el ayusismo, puro presente y retórica, impregna Madrid como una niebla embriagadora. Si uno se ve envuelto en ella es fácil que se despiste y todo le provoque una risa floja, aunque sea un asunto tan grave como no poder pagar el alquiler. Quién se va a acordar de eso si hay Fórmula 1, con el aliciente añadido de fastidiar a los catalanes, a los que el Estado puede espiar como acto de defensa preventiva y para proteger las fronteras, porque en Madrid se quiere olvidar que Cataluña es España más que en la propia Cataluña. La filosofía del PP madrileño, invención de Esperanza Aguirre, ha encontrado musa, líder y encarnación perfecta en su sucesora. Tanto es así que, si un madrileño se encuentra con Ayuso por la calle, no se le ocurre pedir más recursos para sanidad o educación: lo que le sale es pedirle un selfi. “El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre las personas, mediatizada por las imágenes”, escribía Guy Debord, y en ese Madrid del espectáculo Isabel Díaz Ayuso controla los focos, el escenario y a los actores, convirtiendo a muchos madrileños en figurantes que representan su papel a cambio de un cesto de fruta imaginario.
La izquierda madrileña empezó a entender la realidad alternativa de Ayuso cuando ya era demasiado tarde. Creyó que iba a resultar fácil ridiculizarla, primero, y descabalgarla del poder, después, y no ha conseguido ni lo uno ni lo otro. Mientras tanto, ella, entre chascarrillos y ataques a Pedro Sánchez, se ocupa de diseñar un Madrid al que se le pueda exprimir hasta la última gota. En ese camino, convierte la historia, la cultura y la riqueza de este territorio en calderilla, aunque sea una buena cantidad de calderilla para llenar los bolsillos de unos pocos. Metáforas de esta feria son las meninas que recurrentemente pueblan las calles de la villa, porque ni Velázquez ni el Museo del Prado se libran de la especulación, el uso partidista y el mal gusto de la propaganda madrileña. Las palabras, en boca de la presidenta madrileña, son material barato y ella es la primera que olvida lo que dijo ayer, o hace media hora, porque no quiere explicarse, ni explicar su política o sus acciones, tan solo atacar y mantener la simulación de que solo existe, y puede existir, la España que cabe en Madrid. En esa fantasía de ser el centro del universo han quedado atrapados los madrileños, rodeados eso sí, de carísimas cosas que no necesitan.
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