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Marín o hasta que el 'dedazo' me elija a mí

Juan Marín en una rueda de prensa en el Palacio de San Telmo en su etapa como vicepresidente de la Junta de Andalucía

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Pasa que en política hay líderes con los pies de barro y la lengua muy suelta. Pasa que los que dijeron llegar a la vida pública para cambiarlo todo, no han cambiado nada. Pasa que hay quienes generan más expectativas en los sondeos que resultados en las urnas. Y pasa que los que más abjuraron de los chiringuitos, los carguitos, la política de amiguetes y los “dedazos”, al final se tienen que comer sus propias palabras.

Ni venían de donde decían, ni eran lo que dijeron ser, ni muchos de ellos tienen donde volver, salvo que les dé cobijo el PP. Unos ya lo buscaron, otros están en proceso de encontrarlo y los que quedan -que son cuatro contando a Begoña Villacís e Inés Arrimadas- acabarán previsiblemente en el futuro “enchufados”, por utilizar la misma expresión que ellos usaban para desacreditar cualquier nombramiento que no tuviera que ver con sus emolumentos.  

El ex vicepresidente de la Junta de Andalucía ha sido el penúltimo de Ciudadanos en acomodarse donde ha tenido a bien situarlo Moreno Bonilla. Ha sido en el Consejo Económico y Social, pero podía haber sido en La Fundación Andaluza de Arte Ecuestre o en cualquiera de las más de 200 entidades públicas vinculadas a la Junta que el propio Marín, como responsable también de Regeneración, prometió liquidar durante su etapa de número dos del gobierno regional. Siempre será mejor, eso sí, un órgano consultivo de viejo cuño que sirve de canal de diálogo entre la sociedad civil y el gobierno regional que la Oficina del Español que se inventó Ayuso para Toni Cantó y que el actor ya ha dejado, no se sabe si por aburrimiento o porque flirtea ya con otras siglas, después de haber pasado por cuatro distintas.

Un sueldo de 5.500 euros mensuales no es moco de pavo ni probablemente muchas empresas estuvieran dispuestas a pagarlos, aunque Marín dijera que le habían llovido las ofertas privadas cuando perdió el escaño tras la defunción de Ciudadanos en Andalucía el pasado 19 de junio. Ya se sabe que los “chiringuitos”, la “administración paralela” o los “enchufes” son pasto de la crítica cuando uno es oposición, pero nunca cuando es gobierno, y mucho menos cuando se queda en paro y le ofrecen un cargo por 64.638 euros al año. En ese caso ya no importa nada. Ni la experiencia, ni la acreditada solvencia ni la idoneidad para el cargo. El capítulo de esta entrega trata sobre Marín o hasta que “el dedazo” me elija a mí.

El nombre del ex vicepresidente de la Junta es el último de una larga lista de cuadros del partido naranja que se han ido incorporando al organigrama de la Junta de forma paulatina desde el pasado julio en una operación similar a la que Ayuso hizo con los restos del naufragio naranja tras las elecciones madrileñas. Después de la victoria absoluta del PP de Juanma Moreno en las pasadas elecciones, el presidente andaluz siempre manifestó su intención de contar con Marín en su equipo, si bien el gaditano había rechazado la oferta de manera pública y se había apartado del foco de la prensa tras anunciar su dimisión de todos los cargos de Ciudadanos.

Marín es un ejemplo más de que la llamada nueva política acabó demasiado pronto pareciéndose a la vieja o de que quienes llegaron diciendo que su objetivo era higienizar la vida pública antepusieron sus intereses personales y económicos al cumplimiento de sus acreditadas arengas electorales o sus iniciativas parlamentarias.  

Aún se recuerda la vehemencia con que los naranjas defendieron hace cuatro años en el Congreso de los Diputados una moción para acabar con el “enchufismo” en los organismos públicos bajo el argumento de que esta práctica era la responsable de “unos altos índices de corrupción” porque al estar “enchufados”, probablemente cuando detecten una irregularidad “se callarán y mirarán hacia otro lado”. El texto proponía aprobar un nuevo Estatuto de la Dirección Pública, generalizar los nombramientos mediante un concurso de méritos, incluso para los directivos públicos, someter a estos cargos a una evaluación continua y vincular parte de su sueldo al cumplimiento de determinados objetivos.

Esto de la cosa pública a veces es como un boomerang, sobre todo para los que iban a acabar con el bipartidismo y, al final, es el bipartidismo el que tiene que pagarles la nómina mensual.

¿Quién será el próximo? Hagan ya sus apuestas.

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