Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Por qué ya no comparto fotos de mi hijo

Logos de las aplicaciones Facebook e Instagram.

12

Cuando nació mi hijo, yo trabajaba en una editorial que tenía una revista sobre maternidad, así que me pareció una gran idea que mi bebé saliera en la portada de esa revista y abrir un blog sobre mis experiencias como madre primeriza. No hubo nada malo, de hecho, en aquellas decisiones. Monetizaba y me venía muy bien para costear los pañales, el carrito y esa ropa que se queda pequeña con mirarla. Solo tenía que contar tres veces a la semana cómo es la vida de una madre moderna y un poco frívola pero entregada. Mi hijo estaba presente en reportajes y vídeos sobre los temas más diversos, desde el gateo a comprarle sus primeros zapatos, yo contaba mis neuras maternales y recomendaba ropa de bebé en el blog (y lo hacía gratis) y aquello coincidió con la expansión de las redes sociales. Mi hijo nació en 2009, así que calculad, era el momento de Facebook, los más modernos se hacían su Twitter y nadie tiene una bola de cristal. Tu hijo te parece el más guapo y listo del mundo y como tú te quedas asombrada de que un día se ponga en pie y camine, quieres que todo el mundo lo celebre. O quieres fardar o quieres justificarte o quieres compartir o quieres tener más seguidores o quieres ganar dinero. Cada uno tiene sus motivaciones. Y, de verdad, creedme, entonces aún no habíamos perdido la inocencia ni existía el concepto instagrameable.

Con el tiempo, cerré el blog y dejé de publicar fotos de mi hijo. Empecé a entender que yo no podía usar su intimidad y que el contexto en el que había tomado esa decisión ya no existía. A todo esto se le puso nombre después, en un inesperado homenaje al García Márquez que dice que a las cosas que carecen de nombre primero se las señala con el dedo. En nuestro caso, subimos fotos de nuestros hijos a la red con aquel dedo ignorante y decisor antes de saber que aquello se acabaría denominado sharenting y era una exposición no consentida de menores ante un público muy variado que, en el mejor de los casos, no quiere a tu hijo como le quieres tú. Algunos padres abrieron cuentas a nombre de sus hijos que ellos administraban con el supuesto objeto de controlar un negocio que se basa en vender lo que ni tú conoces de ti y aquello fue el principio del fin. Según los términos de uso de Instagram, la edad mínima para abrir una cuenta es de 14 años. ¿Cómo puede ser que haya menores de 13 años influencers con cientos de miles de seguidores? La respuesta es la misma de siempre: los reyes magos son los padres.

The New York Times publicó esta semana su investigación sobre los seguidores de las cuentas de IG protagonizadas por menores influencers. El reportaje relata como hay un mercado de niñas influyentes administrado por sus madres y padres que han convertido sus cuentas en un lugar de reunión de hombres pedófilos, a los que le gustan sexualmente niñas de 10 años. El periódico encontró 32 millones de conexiones con seguidores masculinos entre las 5.000 cuentas examinadas de niñas menores de edad. Un mensaje de uno de estos supuestos pedófilos me pareció definitivo: Dios bendiga a las instanmamás. Respondía a la foto de una niña de 9 años con un biquini dorado que había posteado su madre. Al monitorear los chats de Telegram, The New York Times encontró hombres para los que Instagram y los servicios de suscripción de los menores son una vía para satisfacer sus fantasías. Intercambian información sobre padres considerados receptivos a la venta de imágenes y chats privados.

Yo llevaba semanas leyendo sobre las Sephora Kids, como se conoce a las niñas que recomiendan productos y rutinas de belleza a los niños que no han llegado a la adolescencia, pero aquel mensaje me causó la suficiente conmoción como para revisar mis redes y llamar a mi hijo. Casi uno de cada tres menores de 13 años considera la influencia como un objetivo profesional, y el 11 por ciento de los nacidos en la Generación Z , entre 1997 y 2012, se describen a sí mismos como personas influyentes, según la investigación de The New York Times. No soy alarmista. Por naturaleza, me cuesta creer en submundos terribles, en peligros sin nombre. Ahora jamás publicaría las fotos de mi hijo en redes sociales. Y, por suerte, ya no tengo que tomar estas decisiones. 

Etiquetas
stats