Sánchez y la diosa Razón
"Del templo de la Razón venimos al de la Ley para seguir festejando la Libertad"
Llevan desde el jueves preguntándome qué creo que va a hacer el presidente del Gobierno para salir de este estrambótico episodio. No puedo contestar. Analizar es una actividad que sólo se puede realizar en presencia de elementos racionales y con las normas de la lógica; en el momento en que las emociones forman parte de la ecuación no hay análisis posible. Es sorprendente porque la esfera pública debería estar dominada por las actuaciones analizables a la luz de la razón, que es en puridad la razón de ser del progresismo. Esa es la diferencia que se establece con el advenimiento del Estado moderno, que deja atrás la voluntad del monarca absoluto, sometida a su exclusivo arbitrio, capricho o emoción, para dejar paso al reinado republicano de la diosa Razón. El culto a la Razón como fundamento de la República es tan evidente que hasta la figura de la Diosa Razón entronizada en el culto revolucionario el 10 de noviembre de 1793 presenta la misma iconografía –una joven con túnica blanca y gorro frigio– que todas las sucesivas de la propia República, incluidas las españolas.
Vayamos a lo único que es posible analizar, para comprender que el sorprendente movimiento realizado por Pedro Sánchez el jueves pasado no responde en modo alguno a las premisas de la lógica y la razón. Lo último que fehacientemente yo oí decir al presidente del Gobierno en el Congreso fue: “En un día como hoy, yo sigo creyendo en la Justicia de mi país”. ¿Qué pasó entre esta frase y esa extraña forma de comunicarse con la ciudadanía, extramuros de las instituciones o cauces habituales, en la que demuestra precisamente no confiar en la Justicia a la que acusa directamente? No lo sabemos, puesto que nos dicen que nadie ha vuelto a hablar ni a comunicarse con Sánchez. Tal y como lo presenta, hasta podrían haberle puesto un arma en el pecho para obligarle a escribir esa carta. Entiéndanme, a mí me enseñaron que el pensamiento crítico siempre tiene que desconfiar de los marcos dados y nunca debe dar por sentados datos o secuencias de hechos que no haya podido contrastar.
Lo que había sucedido “en un día como hoy” era el conocimiento de la apertura de unas diligencias por acciones de su esposa. ¿Por qué ese cambio? ¿Por qué deja de confiar en el sistema y toma una decisión tan grave como plantearse una dimisión? Ya no entro en la legitimidad de un grupo tan apestoso como Manos Limpias para denunciar a Begoña Gómez –sin duda técnicamente la tiene, como la tuvo para iniciar el caso Bárcenas o para sentar en el banquillo a Cristina de Borbón– ni en lo chocante que es el juez que abre las diligencias por una denuncia que le llega por reparto aleatorio y que hace la jugarreta de declarar el secreto. No lo hago porque creo en el sistema. La sección de la Audiencia Provincial de Madrid que revisará esa apertura conoce perfectamente la jurisprudencia respecto a la admisión de denuncias y querellas. Si, como dice Sánchez, la denuncia y el ataque son “burdos”, ni a él ni a mí nos caben dudas de que fracasarán. Pretender como hacen algunos –completos legos en materia de justicia penal– que hay un “golpe de Estado” protagonizado de forma coordinada por los togados es producto de una emoción incontenida o una manipulación. Al introducir una denuncia en los juzgados de Plaza de Castilla, que luego va a reparto informático aleatorio para ser asignada a un juez, y de ahí en apelación a una sección de la Audiencia, decidida también por reparto aleatorio, no puede existir un hilo previo. Plaza de Castilla y Audiencia Provincial de Madrid no son comparables al intangible nexo Audiencia Nacional y Tribunal Supremo, dejémoslo claro.
Tampoco es real que no haya precedentes. Los hay. Sin ir más lejos, al que fuera su vicepresidente le liaron una sin sentido que llegó al Tribunal Supremo y no me consta que Pablo Iglesias dimitiera ni por eso ni por el acoso injustificado a su domicilio y su familia. Sin ir más lejos, hay muchísimos más. Lo normal en esos casos es esperar a que el sistema anule el ataque, que es lo que sucede finalmente, tarde más o tarde menos. Excepto en el caso de los políticos catalanes, pocos recuerdo que no se hayan neutralizado por mor de la pirámide jurisdiccional, aunque esta deba llegar hasta el Constitucional. Si la cuestión además es muy burda y la admisión muy loca, desde luego acaba bastante antes. Por supuesto no es racional afirmar, como han hecho algunos, que esas diligencias pongan en peligro la democracia española o cosas por el estilo. La democracia española incluso en su niñez soportó asesinatos de la ultraderecha y tantas otras cosas. La democracia española no se derriba por una cuestión así: ni un Gobierno ni una persona son en sí la democracia.
Tampoco encuentro acertado equiparar todo el tiempo al Partido Popular con Vox o a la derecha con la ultraderecha. Lo cierto es que una democracia precisa de partidos que produzcan la alternancia. El mero hecho de deslegitimar al partido de la oposición para dar el relevo, vendría a significar que sólo hay una opción de gobierno. Eso no es una democracia. Discrepo también con el hecho de que la pertinaz oposición de los populares suponga una “no aceptación del resultado electoral”. De hecho, en nuestro sistema no hay una correlación directa entre el resultado electoral y el gobierno sino una relación entre las fuerzas parlamentarias y el gobierno. Eso es precisamente lo que convierte en legítimo al presidente Sánchez y al gobierno actual, aunque no obtuviera más votos que otros. Evidentemente la relación entre fuerzas parlamentarias podría cambiar y con ello el gobierno y sería igualmente democrático y legítimo.
El fango. El fango es una mierda pero me temo todos han hozado en él. El entorno familiar, otra cuestión. En primer lugar, claro que el entorno puede afectar a la honorabilidad o a la consideración del gobernante. A ver si no por qué se sostienen las invectivas políticas contra Ayuso. La mujer (o el novio) del César deben mantenerse dentro de los límites de la ley si no quieren perjudicar al cargo público. Cuando las acusaciones son espurias, en términos racionales caben las siguientes acciones: desmentirlas mediante la aportación de los datos reales, acudir a la Justicia para restablecer la honorabilidad, o esperar a que la Justicia la restablezca por sí. Lo acaba de hacer Brigitte Macron, a la que por cierto llevan años machacando con estupideces, que ha demandado a quienes lo hicieron. Un gobernante sólo puede confiar en el sistema, como Pedro Sánchez afirma que confía.
Por otra parte, una posible dimisión diferida tampoco soluciona nada. En términos racionales aunque Sánchez dijera mañana que abandona tampoco pararía el procedimiento judicial, que sólo se detendrá según los esquemas prefijados en nuestras leyes. Tampoco lo detendrán las manifestaciones o adhesiones. La razón no alcanza a explicar por qué la dimisión sería la respuesta. Con este movimiento –si lo admitimos como puramente emocional, lo que me sorprendería– quedándose sólo consigue convertirse en un presidente cuyo flanco débil ha quedado al descubierto, y marcharse no sólo no soluciona nada sino que le dejaría incluso a él sin el paraguas del aforamiento, a expensas de cualquier nuevo movimiento “burdo”. Esto que sé yo, y que sabe él, me impide racionalmente aceptar que lo que se nos muestra es todo lo que hay. Presuponiendo la demostrada inteligencia y habilidad del político, sólo cabe plantearse más interrogantes que respuestas.
Pedro Sánchez no es ni el progresismo ni el socialismo ni la democracia. Todos esos conceptos le precedieron y le continuarán. No están en peligro. Es muy grande el número de ciudadanos que los comparten en muy diversas generaciones. Están bien asentados. Quién los defienda, los encarne o gobierne según su espíritu no es determinante. Si finalmente Sánchez dimite, seguirá habiendo un partido socialista en España, votantes para todas las izquierdas e ideales progresistas.
La razón no ha de temer por nada de eso, los ciudadanos, progresistas o no, tampoco.
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