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No son monstruos. Los monstruos son una excepción

Una mujer en el partido entre el Atlanta y el Nápoles con una pancarta en la que se lee 'Todas somos Giulia', tras el asesinato machista de una joven en Italia
26 de noviembre de 2023 21:05 h

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Dos chicos jóvenes, de familias acomodadas, universitarios, a punto de licenciarse en Ingeniería Biomédica. Una ruptura, como cualquiera de las miles que se producen en la época universitaria. Ella, una chica brillante. Él, un buen chico, según su entorno. Él, un buen chico incapaz de superar esa ruptura y, más allá de eso, incapaz de superar que ella le superase académicamente. Él, un buen chico acusado de asesinarla y desfigurarla tras asestarle 26 cuchilladas. Él, un buen chico que se da la fuga después de cometer el crimen. 

El asesinato de la joven Giulia Cecchettin ha sacado a Italia a la calle removiendo cualquier conciencia adormecida. Por la juventud de la víctima y del agresor, por el ensañamiento, pero especialmente por la braveza de Elena Cecchettin, la hermana de Giulia, que ha llamado a quemar el país, desdeñando reacciones puramente cosméticas como minutos de silencio. En una carta publicada en la prensa italiana, Giulia ha apuntado, además, a algo fundamental cuando se habla de violencia machista: el distanciamiento con el agresor. “A menudo se define a Filipo Turetta como un monstruo, pero monstruo no es. Un monstruo es una excepción, una persona ajena a la sociedad, una persona de la que la sociedad no debe responsabilizarse. En cambio, esa responsabilidad existe. Los 'monstruos' no son enfermos, son hijos sanos del patriarcado, de la cultura de la violación”, escribe.

Ayer leí en Twitter la noticia de la detención de hombre de 42 años tras estrangular a su pareja de 37 años delante de sus dos hijos en Puente de Vallecas, en Madrid. Ella está en estado grave. Las respuestas al tuit, sello premium del estercolero de Twitter, sugerían que el maltratador era extranjero. “¿Nacionalidad?”, “¿Come jamón?”, “¿Por qué no decís de dónde es?”, “Seguro que tiene alguna paguita”, escribían algunos sujetos. El agresor tiene nacionalidad española. Pero sugerir o pensar lo contrario también es un intento de marcar un distanciamiento emocional con él. 

Cuando se produce un asesinato machista a menudo se intenta encontrar una explicación o se establece un amago de razonamiento. “Fue un crimen pasional”, “Se sentía humillado”, “Se puso celoso”, “Se le tuvo que ir la cabeza por algún motivo”, “Es un puto loco”, “Ni siquiera es de aquí”, “Es un enfermo”, “Perdió el control”. El extraño en la calle, el abusador desconocido, el hombre al que se le fue la cabeza, el extranjero o el sociópata son fáciles de demonizar. Considerar a todos los hombres que son violentos con las mujeres como puntuales monstruosidades, en lugar de como parte de una sociedad intrínsecamente machista, aporta algo de consuelo y mucho de abstracción. El mito del monstruo valida una reconfortante falta de conciencia social. 

Resulta difícil asimilar que la mayoría de los asesinos machistas o agresores sexuales existen dentro de nuestras normas sociales y conviven con nosotros: son hombres con los que podríamos almorzar en el comedor del trabajo, hombres con los que podríamos compartir clase en el gimnasio o ascensor en nuestro edificio, hombres con los que podríamos conversar en la cola de la pescadería o con los que podríamos mantener una relación de amistad. Los asesinos machistas o agresores sexuales no son solo monstruos distantes e infrahumanos que esperan agazapados en callejuelas oscuras, como escribía Elena Cecchettin. Porque, como ella mismo dijo, los monstruos son una excepción. 

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