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La normalidad Podemos

El líder de Podemos, Pablo Iglesias. / Efe

Carlos Fernández Liria

Más que nada, escribo estas líneas en apoyo del artículo de Santiago Alba Rico El lío Podemos y los tres elitismos. Estoy completamente de acuerdo con sus argumentos y entiendo que su conclusión es clara: hay que apoyar el modelo propuesto por Pablo Iglesias y Claro que Podemos. A mí, lo que Santiago Alba llama el peligro del “elitismo democrático” es sin duda alguna el que me parece más peligroso y el que más me preocupa en estos momentos. Tras ganar las elecciones, por supuesto me darán más miedo los elitismos políticos y mediáticos. Pero es que el “elitismo democrático” puede provocar que sencillamente todo se venga abajo antes siquiera de empezar.

Comienzo por advertir que mi artículo solo es interesante porque no tiene ningún interés. Y que, además, mi único argumento va a ser que no pienso aportar ningún argumento. En resumidas cuentas, estoy haciendo tartas para el cumpleaños de mis mellizos de cinco años (Podemos debería reflexionar sobre qué hacer con este asunto de los cumpleaños infantiles) y no tengo tiempo para leer ninguno de los 200 borradores que dicen –porque tampoco lo he comprobado– que se han colgado con propuestas organizativas y electorales. Y esto es lo único que tengo que decir: hay unos cuantos de millones de futuros votantes de Podemos a los que, por uno u otro motivo, les ocurre lo mismo que a mí. Conozco incluso algunos insospechados votantes de Podemos que ni siquiera saben que hay una página web con esas cosas colgadas y que no tienen ni idea de si tienen cerca o lejos alguno de los círculos Podemos. En cambio, creo que los votantes de Podemos capaces de militar en los círculos son a lo sumo algunos cuantos miles.

Cada cosa en su lugar. Los círculos son imprescindibles para organizar y movilizar a la ciudadanía. Siempre lo han sido, desde antes de que surgiera Podemos. Ahora, han cobrado, desde luego, una vida inesperada llena de posibilidades. Sin ellos, de nada valdrá ganar las elecciones. Pero una cosa es movilizar a la ciudadanía y otra cosa ocupar el lugar de la ciudadanía. Unos cuantos millares de militantes no pueden suplantar a millones de ciudadanos que no tienen tiempo para militar, ni, a lo mejor, ninguna gana de hacerlo. Creo que esto es lo que, de forma inequívoca, señalaba el artículo de Santiago Alba como el mayor peligro que corremos en estos momentos: “El elitismo democrático acaba queriendo convertir a todos los ciudadanos en activistas permanentes y privilegiando la minoritaria militancia como fuente de decisiones soberanas”.

He oído rumores de que la propuesta de Pablo Iglesias está siendo considerada presidencialista y que otras como las de Echenique o Victor García son consideradas mucho más democráticas. En tanto que ciudadano atareado que soy, tengo que protestar. Yo tengo derecho a votar por confianza. Tengo derecho a fiarme de un equipo que desde hace seis meses no ha hecho más que sorprenderme y asombrarme, hasta el punto de que me ha parecido estar en el circo del más difícil todavía. Han obrado un milagro. Por mi parte, en todo este tiempo, no he tenido ni una idea mejor que la que luego veía exitosamente materializada ante mis ojos. Y cuando se me ha ocurrido alguna crítica o me ha asaltado alguna duda, he tenido en seguida que reconocer que me había equivocado.

Por otra parte, no puedo comprender que se pueda acusar de presidencialismo a un señor que comienza por someter su modelo organizativo a una votación que puede sin demasiados problemas desautorizarle y marginarle. Yo pienso, más bien, que el mismo hecho de que sea posible desautorizarle es un motivo para no hacerlo. Sobre todo, cuando el modelo organizativo que él propone ha dado por ahora los mejores resultados.

No estamos jugando. Si Podemos logra ganar las elecciones, tendremos por delante una tarea ingente, dificilísima y muy peligrosa. Ganar las elecciones será tan sólo el punto de partida para lo importante. Pero a mí no me cabe duda de que hay que comenzar por ganarlas. Y para ganarlas no podemos seguir estrategias ya ensayadas otras veces y que se ha demostrado que no son capaces de movilizar más de veinte mil votos. El camino que estamos siguiendo -que ya estamos siguiendo- es bueno, y es una tontería ponerse hacer ahora experimentos organizativos. Podemos puede ganar las elecciones con millones de votos, o puede convertirse en un movimiento militante con 60.000 votos. Creo que es preferible ganar las elecciones y contar con 60.000 militantes y activistas capaces de plantar cara a lo que se avecina. Algunos hemos creído entender que esta es la propuesta de Pablo Iglesias.

Hay que insistir en que el éxito de Podemos es que ha sabido plantear cosas que conectan con el sentido común, con un mínimo sentido de lo que es la verdad y la justicia. Podemos no se propone pedir la Luna, aunque algunos le estén acusando de ello. El más destacado entre los recientes, ha sido José Luis Pardo, en varios artículos, en los que venía a decir que si Podemos odiaba tanto a la “casta política” era porque ellos no quieren, sencillamente, la política, “sino algo mejor que la política”. La verdad es que José Luis Pardo no mencionaba a Podemos. En eso imita el truquito que hizo famoso a su maestro Savater: escribir artículos con argumentos impecables contra un interlocutor que no existe. Savater y Pardo llevan toda la vida haciendo eso: ser muy brillantes contra un interlocutor que no se dice quién es, inventarse su postura y luego vapulearla cargados de razón. Y dejar, eso sí, que todo el mundo piense que se está refiriendo a alguien o a algo bien y real y concreto, aunque, en el fondo, se parezca a lo que han refutado como un huevo a una castaña. Luego, si alguien se lo hace notar, salen con que, en realidad, se estaban refiriendo a Badiou (al que no han leído ni cuatro gatos). Esta sofistería es, sobre todo, de una cobardía chocante (me choca, porque yo creo que, sin embargo, los dos son personas íntegras).

El caso es que, si el “elitismo democrático” del que habla Santiago Alba llegara a imponerse en Podemos, Pardo empezaría a tener cierta razón (y de hecho la hubiera tenido si hubiera identificado de qué estaba hablando). Aunque yo no veo que se corra mucho peligro de que vaya a ser así.

Por el momento, todo indica a todo lo contrario de lo que dice José Luis Pardo. Podemos no busca algo mejor que la política. No es que hayamos encontrado una nueva forma insólita de hacer política hasta ahora jamás ensayada. Lo que busca Podemos es que la política sea sencillamente un poco más parecida a lo que la política dice ser. Y a lo que dice ser no un mítico Cuéntame que alguien se inventó. No: algo parecido a lo que la Constitución dice que es la política. Algo parecido, incluso, a lo que José Luis Pardo, Fernando Savater o Antonio Elorza dicen que es la política –una cosa bastante prosaica que tiene que ver con la posibilidad de reformar las malas leyes y convertirlas en mejores–. Estamos de acuerdo con ellos en que la política es, sobre todo, eso. Es lo que recoge la Constitución, cualquier Constitución. Lo que no entendemos es que estos señores puedan creerse en serio que esta dictadura económica de los poderes financieros y mafiosos, en los que la ley no sirve más que para encarcelar a los pobres, dejando a toda una casta en una paraíso legal y fiscal inexpugnable, pueda considerarse un “orden constitucional” (y no, precisamente, un “régimen” gestionado por una pandilla de bandidos). No, Podemos no pretende volver al estado de naturaleza para empezar de cero. Uno se pregunta ¿pero dónde diablos habrá leído José Luis Pardo que Podemos pretende eso? ¿Será leyendo a Luis Alegre, escuchando a Pablo Iglesias, a Carolina Bescansa, a Ínigo Errejón? En un artículo de hace poco, resumí el programa de Podemos en una sola frase: “Hacer que se cumplan las leyes”. ¿Qué leyes? Bastaría, incluso con que se cumplieran, en su mayor parte, las que ya existen. Algunas (como la LOMCE), sin duda, será mejor cambiarlas. O el artículo 135 de la Constitución, porque ese artículo anula la posibilidad misma de hacer política. Fue introducido por un chantaje mafioso de los poderes financieros, que amenazaron a los gobernantes legítimos de este país.

En estas condiciones no es que tengamos una política normal y prosaica que deja insatisfechas las aspiraciones apocalípticas de una supuesta masa populista de lectores de Badiou y Toni Negri –¡toda una generación de cabezas de chorlito, venía a decir Pardo!–. Son los intelectuales como Pardo los que no quieren la política, porque abogan por algo peor que la política. Nosotros, en Podemos, queremos una política de lo más normal. Queremos un Parlamento que pueda legislar sobre la economía. Unos inspectores de Hacienda que puedan investigar las tarjetas negras, las contabilidades B, los paraísos fiscales. Una prensa libre, tan libre y plural, al menos, como lo es la escuela pública estatal (lo que desde luego es incompatible con el oligopolio mediático al que Pardo llama “libertad de prensa”). Queremos salvar la escuela, la sanidad, los juzgados, de la ofensiva neoliberal que los está socavando. Queremos, en fin, cosas que José Luis Pardo o Antonio Elorza también dicen querer. Lo mismo que unos cuantos millones de potenciales votantes que están hartos de vivir en esta “soberanía de las quimeras”, en la que se nos pide todos los días comulgar con ruedas de molino. No queremos algo mejor que la democracia o el parlamentarismo. Queremos salvar la democracia y el parlamentarismo de la dictadura de los mercados. No es que –como dicen los que nos acusan de populismo– estemos en contacto directo con la atávica voz intangible, misteriosa y profunda de las aspiraciones populares, es que, como una gran parte de la ciudadanía, estamos hartos de aquellos sacerdotes que dicen escuchar en privado la voz totalitaria de los mercados como si fuese la palabra de Dios.

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