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Pablo Casado os da las gracias

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Si yo fuera el líder popular estaría enviando enormes ramos de flores y cajas llenas de chocolates deliciosos a todos mis competidores con sentidas y afectuosas notas de reconocimiento. Como, afortunadamente, no lo soy, me ahorro una pasta, pero casi dan ganas de hacerlo en su nombre por pura justicia poética. 

A unas semanas de una cita electoral donde Pablo Casado necesita, no solo ganar, sino que Fernández Mañueco pueda gobernar en solitario Castilla y León, después de haberse metido en el jardín de las macrogranjas que no existen y por eso no se hace fotos en ellas –pero, aun así, son culpa de Garzón, con su liderazgo más cuestionado que nunca y con un gobierno del cual ya nadie se acordaba le habían apodado “Frankenstein”– van todos su rivales y juntos le regalan la precampaña más fácil de su vida. 

Si el PP no arrasa en Castilla y León el 13 de febrero, después de una campaña donde se habla de todo menos de la gestión y la realidad de la región, a Casado ya no quedará dónde esconderse. Todos se han ganado su agradecimiento y un regalito. 

A Santiago Abascal tiene que agradecerle esas impagables fotos en precampaña, vestido con los complementos del Ken granjero con un toque de Cayetano de línea blanca en fin de semana. Ningún castellano serio puede votar a semejante parodia. Además, aún tiene que reconocerle el detalle de haber presentado un candidato embarcado en una dura pugna por determinar qué avergüenza más: sus tuits del pasado o lo que dice ahora, en el presente.

Al Gobierno y a sus socios preferentes debe agradecerles sinceramente el enorme favor de haber convertido el gran éxito del acuerdo para la reforma laboral en un problema en apenas un par de días. Solo tiene que sentarse, pedir un refresco y unas palomitas; el espectáculo ya lo ponen ellos. De quedarse aislado y encerrado en el extremo con Vox y Ayuso a hacerse ojitos con la patronal, mientras unos y otros se lanzan ultimátums y reproches a través de los medios, en una mezcla absurda de culebrón venezolano y cortejo de documental de National Geographic.

Con los ministros Margarita Robles y José Manuel Albares también debería tener algún detalle de buen rollo. No todos los días se sirve en bandeja al líder de la oposición un conflicto dentro del Gobierno por ponerse más chulo con un conflicto que sucede a miles de kilómetros, sobre todo cuando podría haberse evitado con solo hacer una llamada entre los socios y haber pactado los límites de las discrepancias. No menos agradecido debería mostrase con Pedro Sánchez por no haber hecho lo que, al parecer, sus ministros no saben.

Tampoco estaría de más otro detalle cordial con Pablo Iglesias por irse a hacer campaña en Castilla y León con el No a la guerra en Ucrania. Tal vez convenga recordar que en Ucrania ya hay una guerra, aunque hagamos como que no la vemos, que Putin no va a parar hasta que alguien le fuerce, que nosotros no ganamos mucho con que Ucrania entre en la OTAN, pero que eso les toca decidirlo a los ucranianos, no a nosotros o a Putin y que eso es lo que solían defender los demócratas. Si en el PSOE y en Podemos creen que pueden derrotar al PP peleándose entre ellos, se merecen todo lo que les pase.