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París, sonrisas y lágrimas

Gabriel Medina tras salir de una ola y batir un récord de surf en París 2024
30 de julio de 2024 22:35 h

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Pasado el trago de la inauguración de los Juegos Olímpicos de París –como poco hay que reconocer la audacia y la osadía de una ceremonia que se atrevió a imaginar algo nuevo y a triturar lo obvio– ha llegado el de las competiciones y los cara a cara entre deportistas. Las Olimpíadas son verano, tele, generaciones juntas aprendiendo el conteo de esgrima o las faltas de waterpolo de tanto mirarlo. Son también lo inesperado, sorpresas, sonrisas, lágrimas y gestos que nos emocionan, porque se pone al límite la resistencia, la inteligencia y la superación del ser humano. Es deporte, pero lo podríamos trasponer al progreso, conflicto y los retos cotidianos.

El deporte de élite no representa a la mayoría de la población, pero sí refleja en muchos de sus sentimientos a la mayoría de la humanidad, junto a sus pulsiones más altas y bajas, sus alegrías y decepciones, sus rabias, su generosidad o sus peores instintos.

Por ejemplo, el del judoka japonés Nagayama, que quedó inmóvil cuando el español Fran Garrigós le ofreció su mano después de ganarle en el suelo tras una decisión arbitral polémica y perder la conciencia. La rabia tras no conseguir lo que querías o lo que consideras (incluso puede ser) injusto. Aun así, tienes que digerirlo. Garrigós siguió a lo suyo y se marchó de allí con su bronce pese al desplante, que luego se arregló en una foto conjunta de concordia.

También estos Juegos han sido ya, acaben como acaben, los de Simone Biles, y no por el medallero al que va a llevar a EEUU, sino porque ha vuelto después de admitir problemas mentales y anteponerlos al deporte: amo la gimnasia y a mi país, pero me amo más a mí misma. Es una de las lecciones más poderosas de una de las deportistas más admiradas: verla brillar igual de valiosa y valiente, aun admitiendo que es vulnerable (¿quién no lo es?) con un potente mensaje al mundo.

Hemos visto también a un Rafa Nadal que puede con su mente pero al que no le acompaña tanto el cuerpo. Perdió contra Djokovic y le tendió la mano amable y amistoso. Saber perder y saber irse es mucho más difícil que saber ganar. Como supo ganar Luigi Samele al egipcio Elsissy en sable: lo primero que hizo fue abrazarlo, besarlo y pedir para él un aplauso al público, que recibió humilde y agradecido el perdedor. Otra imagen potente para la retina y el entendimiento.

Difícil olvidar el llanto desconsolado y a gritos de la judoka Uta Abe, caída en octavos. El derrumbe incrédulo de saberte fuera sin haberlo siquiera imaginado. Las gradas, en pie y coreando su nombre, no hicieron efecto en la atleta, en un trance de frustración, que es también parte del deporte y una lección de humildad: por buenos que seamos, por mucho que lo intentemos, a veces se impone el destino y da un revolcón a las expectativas.

Pero si una foto representa los Juegos 2024 es la del surfista brasileño Gabriel Medina dominando el mar tras batir un récord mundial en unos Juegos Olímpicos. Una instantánea tomada en Tahití por Jerome Brouillet en la que se ve al deportista levitando en el aire, con naturalidad, con su tabla atada al tobillo, como ejemplo de lo que supone marcarse límites, superarse, superar al otro o incluso dominar, por el tiempo que dura un clic, a los elementos. Feliz verano olímpico.

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