Pedro Sánchez bajo el “efecto halo”
Para dedicarse a la vida política hay que tener elevadas dosis de autoestima. Sólo así se justifica la capacidad de los líderes para resistir la crítica pública permanente de los medios de comunicación, de sus oponentes políticos y, muy a menudo, de sus propios compañeros de partido. A veces, llama la atención cómo muchos políticos buscan entornos que les sean lo más confortables posible. Hay quien piensa que se equivocan no contando con personas de confianza que sepan ver sus defectos para ayudarles a corregirlos. La realidad es que sus defectos ya suelen ser suficientemente destacados por tierra, mar y aire como para necesitar aún más caña. Es difícil encontrar una metedura de pata de un candidato que no sea objeto generalizado de escarnio. Por eso, muchos recurren a rodearse de un círculo que precisamente les ayude a mantener un suficiente nivel de autoestima. Es casi un tópico reflejado por el mundo de las series y las películas, la presencia de personal demasiado “entregado” a alabar a su jefe por muy desafortunadas que sean sus decisiones.
En la actual política española, no hay un solo líder que no sepa lo que es recibir todo tipo de somantas de palos: muy habitualmente de forma merecida, aunque todos suelen verlo con cierto espíritu victimista. Es pura necesidad de supervivencia. Estamos finalizando un largo período electoral. Vivimos tiempos convulsos, muy intensos, en los que los candidatos buscan el choque directo con sus oponentes, en algunos casos, a la desesperada. Eso les obliga a exponerse más de la cuenta. Necesitan desgastar a sus rivales y puntuar a favor en cada aparición pública. Ese juego estratégico obliga inevitablemente a asumir riesgos. En el mundo del deporte, estamos acostumbrados a entenderlo fácilmente. Cuando un equipo de fútbol, por ejemplo, necesita lanzarse al ataque por la urgencia de meter un gol, se ve obligado a desguarnecer su defensa y se puede convertir simultáneamente en peligroso atacante y frágil defensor.
Las coyunturas en política cambian vertiginosamente. El ritmo marcado por la constante información en directo, acentuado en los últimos tiempos por la permanente presión impuesta por las redes sociales, condiciona situaciones muy diversas en cortos espacios de tiempo. Cualquiera de los principales líderes políticos españoles vive hoy una realidad absolutamente diferente de la que tenían hace menos de un año. Pensemos en el caso de Pedro Sánchez. Hace doce meses, las encuestas daban al PSOE un panorama incierto. Casi ni se hablaba de él, más allá de criticar su falta de iniciativa y de resaltar de forma cotidiana la guerra abierta dentro del partido por desplazarle de su liderazgo. Sin embargo, el 25 de mayo de 2018, la historia cambia por completo con su anuncio de la presentación de una moción de censura contra Rajoy. Casi de un día para otro, Sánchez pasaría de desempeñar un papel secundario en la serie, a convertirse en un protagonista emergente que terminaría siendo el personaje central.
En el mundo del marketing político, suele utilizarse la expresión del “efecto halo” (Halo effect) para definir ese estado de gracia que viven en ocasiones algunos líderes que cambian la manera de ser vistos por los ciudadanos. Esta acepción está trasladada del sesgo cognitivo que en psicología se atribuye a las personas más atractivas físicamente que, por su buen aspecto físico, generan en la gente un sentimiento de simpatía. En política, tener el efecto halo coincide con los períodos en los que parece que de repente un político parece envuelto por una aureola que le ayuda a que todas sus apariciones sean vistas con agrado por parte de los espectadores. Evidentemente, se trata de fases poco prolongadas pero que pueden ser de gran rentabilidad si coinciden con una etapa de cierta trascendencia, como es el caso de una campaña electoral. La victoria del pasado 28 de abril parece haber dado al tantas veces denostado líder socialista una tarima desde la que contemplar el debate actual. La posición ganadora crea una cierta desigualdad frente a sus oponentes, marcados por la reciente derrota en las urnas y por la consiguiente crisis que suele venir a continuación. Todo ello, teniendo que afrontar sin descanso una nueva y preocupante batalla. Cuando un líder consigue ocupar una posición preponderante sobre el resto, suele decirse que habla desde el Bully Pulpit (El púlpito del abusón). Suele producirse cuando alguien cambia la posición de simple candidato a hablar como presidente de un gobierno. Desde ese momento, todo lo que dice cobra mayor trascendencia y la sociedad en general suele contemplarlo con mayor respeto y significación.
Por el contrario, también existe el revés de la moneda. Cuando las cosas salen mal, todo parece ir a peor. Es una especie de injusticia del destino. Cuando las situaciones se vuelven en contra de un político da la sensación de no poder controlar ni siquiera su propio camino. Al perder una posición que transmita seguridad y eficacia, todo lo que dice y hace tiende a ser juzgado como errático o fallido. A esta situación desfavorable suele denominarse como el “Horn Effect” (efecto Cuerno, como referencia a la cabeza del demonio). Suele darse en esas personalidades públicas que, casi de repente, parece ponérseles cara de malo de película y que frente al espectador suele aparecer como un merecido perdedor. En psicología, el Horn effect se aplica al sesgo cognitivo que penaliza a las personas poco agraciadas físicamente y que, independientemente de su capacidad o sus valores morales, despiertan poca empatía en otras personas.
Nadie puede saber qué va a ocurrir el próximo domingo en las urnas. Cuando se conozca el escrutinio, todos realizaremos nuestro personal análisis para interpretar lo que haya ocurrido. Multitud de factores contribuirán a conformar lo que finalmente resulte. Uno de ellos, será sin duda, el impacto que pueda tener el efecto halo del que circunstancialmente disfruta Pedro Sánchez. Los tiempos del desgaste llegarán en su momento.