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Podemos y nuestro hemisferio cerebral derecho

El portavoz de Podemos, Pablo Iglesias. / Efe

Bruno Estrada

La diferencia entre las fuerzas políticas populistas y aquellas que aspiran a representar a un amplio espectro de la sociedad, es que las segundas consiguen que su discurso y sus propuestas sean sentidas y analizadas por los dos hemisferios cerebrales de los votantes. Para representar los intereses de amplios grupos sociales además de pasión en campaña hay que demostrar credibilidad en las propuestas, y sobre todo en la gestión para resolver los problemas de los ciudadanos.

Según el neurobiólogo, y Premio Nobel, Roger Sperry nuestro cerebro tiene dos maneras de sentir, entender, pensar y reaccionar, dos conciencias. Simplificando, la conciencia emocional reside principalmente en el hemisferio derecho y la racional la alberga el izquierdo. Una parte de nuestro cerebro, la derecha, siente, y la otra parte, la izquierda, piensa. La mayor parte de las decisiones que tomamos surgen de un conflicto permanente entre estas dos conciencias, como describe David Eagleman en su magnifico libro Incógnito. Albergamos multitudes, según las poéticas palabras de Walt Whitman.

La inteligencia política que ha demostrado Podemos en las últimas elecciones europeas tiene mucho que ver, además de con elementos estructurales derivados del profundo deterioro de la situación económica y social de nuestro país que no son objeto de este artículo (y que en todo caso era una materia prima política común a todos los partidos que se oponían a las políticas que nos han llevado a esta catástrofe social), con la capacidad de dirigirse, y conectar exitosamente, con el hemisferio cerebral derecho de los votantes, el que tiene que ver con las emociones.

El comportamiento de Podemos no ha diferido mucho de estrategias ya utilizadas en el pasado por los equipos electorales del PSOE y el PP, y por supuesto los partidos nacionalistas. Hace tiempo que estos entendieron que durante la campaña electoral los mensajes debían intentar conectar con el hemisferio derecho de aquellos votantes que todavía no habían tomado una decisión siguiendo las indicaciones de su hemisferio izquierdo. Sin embargo, a ningún medio de comunicación tradicional se le ha ocurrido tachar de populista al PP (y su programa electoral del 2011 fue todo un ejercicio de vaguedades, simplezas y propuestas incumplidas), al PSOE (recuérdese la campaña del dóberman) o a CiU y ERC cuando acusan a Madrid de robarles.

La apelación a las emociones del votante produce una sobreactuación, que en el caso de los partidos tradicionales implica cargar sobre el contrario (o sobre el genérico Madrid en el caso de los nacionalistas) todos los males del planeta. Esto queda completamente difuminado tras las elecciones, incluso generando acuerdos postelectorales absolutamente ininteligibles para el votante que ha creído en ese discurso emocional (sin ir más lejos en el tiempo véanse las actuales negociaciones entre populares y socialdemócratas para repartirse los principales cargos europeos, obviando las supuestas diferencias irreconciliables que mostraron hace apenas un mes).

La sorpresa es que por primera vez la izquierda no socialdemócrata ha utilizado esa estrategia de forma exitosa, lo que llama la atención, sobre todo en relación con la actuación de Izquierda Unida, cuyos resultados electorales, habiendo sido muy buenos, no han generado una ola de ilusión como ha logrado Podemos. El planteamiento de Izquierda Unida ha sido insistir en un discurso racional-ideológico, dirigido principalmente a nuestro hemisferio izquierdo, faltándole la pasión que reivindica Roberto Andó en la magnifica película Viva la Libertá.

El éxito de Podemos al conectar con el hemisferio derecho de miles de votantes, de generar pasión e ilusión, parte de dos elementos: por un lado han utilizado un lenguaje que a la vez que ha sido capaz de crear un marco de referencia distinto al del establishment, según palabras de los setenta, o de La Casta, según palabras del siglo XXI, ha estado despojado de la vaguedad terminológica y de la pedantería política, hablar sin decir nada, que aleja a los políticos de sus representados (han utilizado las palabras que cualquier ciudadano ha usado en estos siete años para definir los orígenes de la crisis y sus consecuencias); y por otro la elección de su principal representación mediática, Pablo Iglesias, genuino representante del “precariado ilustrado”.

No obstante para que este nuevo actor político de nuestro país se consolide deberá ser capaz de ampliar su discurso a ambos hemisferios cerebrales.

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