A los putodefensores de España, sin rasca de monterías

La protagonista de las primeras jornadas de manifestaciones ante las sedes del PSOE a lo largo y ancho de España fue, indiscutiblemente, doña Esperanza Aguirre y Gil de Biedma, grande de España y condesa consorte de Bornos. No es habitual, pensaréis, que una grande de España y condesa consorte protagonice una manifestación. Menos aún que corte ella el tráfico, por su propia iniciativa, desatando las bridas de la protesta. Bien cierto es: también que, en estos momentos excepcionales, los nobles disfrutan sobremanera disfrazándose de plebeyos, fingiendo que defienden los intereses de una patria y no los suyos propios. Prendió ella sola tanto la esperanza en Ferraz que, al día siguiente, Abascal y García-Gallardo, es decir, el presidente de Vox y el vicepresidente de Castilla y León, de nombre completo este último Juan García-Gallardo Frings, hicieron lo propio para apropiarse de las manifestaciones.
A contribuir a esta caricatura cayetanesca han ayudado publicaciones en redes sociales como las de la emprendedora May López-Bleda de Castro, duro faro de las Españas, que declaraba en redes sociales, no sin resaltar el carácter políticamente incorrecto de sus reflexiones, y con tal de responder a quienes decían que la movilización “sería un fracaso por el frío”, que los progres “no han estado en una estación de esquí en su vida, no conocen el poder una Helly Hansen, no saben lo que es la rasca de las monterías; [nosotros] somos capaces de organizarnos cual retiro de Effetá o Emaús, e incluso de alquilar el local de al lado; somos capaces de todo lo que no son ellos, porque conocemos la prosperidad y amamos España”.
Qué fácil escoger bando cuando una tiene que buscar, por desconocimiento, qué significan algunos de esos nombres propios, distintivos de cuna. Y qué difícil no vivir con cierto estupor la estupefacción de los manifestantes ante la represión policial: sorprendidos cuando, por primera vez, los palos los reciben ellos… por parte de quienes se supone que están ahí para proteger sus posiciones.
No se trata, como dicen algunos, de afirmar tramposamente que la clase obrera no puede preocuparse de asuntos trascendentales, que la preocupación por la amnistía es un asunto de tranquilos y acomodados pijos, burgueses o aristócratas, mientras que lo propio de los trabajadores sería no tener siquiera el pan suficiente para dedicar un solo pensamiento al día a cualquier asunto político de interés nacional. A la clase trabajadora, claro, le preocupa España, le preocupan asuntos de máxima trascendencia, le preocupan discusiones abstractas y conceptuales, le preocupan imaginaciones y fantasías; del mismo modo en que le preocupa la subida del salario mínimo, la reforma del despido, la reducción de su jornada laboral, los alquileres e hipotecas imposibles, la privatización de los servicios públicos o el precio de la calefacción. Bastante más les inquieta el frío de sus casas, por cierto, que la rasca de monterías.
La cuestión, insisto, y sin negar lo que de relevante hay en los debates “de trascendencia”, es que estas manifestaciones no van de la amnistía. La amnistía es una excusa: discutible, matizable, con aristas, que se puede debatir, analizar pormenorizadamente. Pero el Gobierno era, en las cabezas de muchos, ilegítimo desde hace mucho tiempo, y los ministros unos sucios okupas que llevan ya demasiado tiempo anquilosados en instituciones que siempre tendrían que haber pertenecido a la derecha, según su concepción patrimonialista del Estado. El impuesto a la banca era ilegítimo y felón, el impuesto a las eléctricas era ilegítimo y felón, las medidas tomadas durante la crisis del COVID-19 eran propias de una autoridad dictatorial. Los cachorros de la derecha no se han radicalizado por arte de magia, ni sacan las bengalas por reproducción espontánea o por esporas: se sienten a ello legitimados por todo un clima político y social que la derecha, y también la derecha tradicional, ha permitido, alentado y autorizado.
Sin las Nuevas Generaciones del Partido Popular no habría prendido la llama del “Que te vote Txapote”. Sin Isabel Díaz Ayuso no habría exaltados putodefensores de España en peregrinaje de Goya a Ferraz. Lo trágico es que no pueden dar marcha atrás en ese afán de descrédito, en su erosión sistemática a la democracia: es ese impulso lo que alimenta a Ayuso y a otros tantos en el Partido Popular. De ahí su deriva infinita y el reto más grande para el futuro: defender España (y su democracia) frente a esos putodefensores de España y acabar con su gallardía artificiosa.
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