La refundación del PP
La campaña electoral catalana que mañana vive su conclusión, se le ha convertido a Pablo Casado en un vía crucis diario a consecuencia del inicio esta misma semana del juicio al ex tesorero del PP, Luis Bárcenas, y al miedo cerval instalado en el partido ante la posibilidad de que Bárcenas tenga algún tipo de información que termine dando la puntilla a Mariano Rajoy y, en consecuencia, derive en una necesaria limpieza, desinfección y refundación del partido
Nuevamente se constata la débil estructura política que rodea al actual mandatario popular, que es incapaz de librarse de ese torbellino que todo lo enfanga y que amenaza con dar al traste con las intenciones renovadoras de Casado. El pasado vuelve a ser presente una y otra vez, y pilla en este caso a los populares sometidos a una presión de tal calibre que en Génova recitan a diario una oración especial dedicada a San Judas Tadeo, el patrón de las causas perdidas, para que mañana no se produzca el sorpasso de Vox que anuncian los sondeos, y eso le dé cierto aire a Casado para atacar el resto de problemas.
Desde la Transición ha habido siete presidentes del Gobierno. Dos lo fueron de Unión del Centro Democrático, tres del Partido Socialista y dos del Partido Popular. Los dos primeros, claros representantes de la derecha tradicional, venían de la tradición franquista reconvertidos a la democracia. Suárez fue ministro secretario general del Movimiento Nacional y Leopoldo Calvo Sotelo, procurador en las Cortes franquistas y ministro de Comercio en el gobierno de Arias Navarro.
Los otros dos presidentes de la derecha española posteriores al periodo de la Transición se van a sentar en los banquillos de la Audiencia Nacional citados como testigos por el tribunal que dilucida si el pago de una parte de las obras de la sede central del PP en la calle Génova de Madrid se hizo con dinero negro procedente de la caja b que manejó Luis Bárcenas, y también si el PP cometió delito fiscal al no tributar por las donaciones presuntamente ilegales que recibió y si el tesorero se quedó con parte del dinero que aportaban los empresarios al partido.
El hombre al que Mariano Rajoy en su época de presidente pedía que fuera fuerte, ha bajado la guardia y ahora parece dispuesto a utilizar la información de la que dispone para atacar allí donde pueda hacer daño y lograr algún beneficio. Nadie sabe, salvo él, en qué consiste esa información, pero el nerviosismo instalado en los populares es colosal. Porque ese lugar donde puede hacer daño no es sino el partido que tan bien conoce y en el que manejó las finanzas al estilo con que siempre se habían manejado desde la época de los tesoreros anteriores, Rosendo Naseiro y Álvaro Lapuerta.
El juicio en la Audiencia Nacional no es un juicio más. No se trata de juzgar la actuación de tal o cual ciudadano, de tal o cual acción delictiva, sino que afecta directamente a la línea de flotación de un partido que durante años ha manejado el poder total de una manera total, con mayorías absolutas y, por lo tanto, con escaso control parlamentario. Es pues, un juicio que penetra directamente en el corpus institucional y que puede suponer un profundo análisis del sistema político que imperó en España.
Los balbuceos de la secretaría general del partido María Dolores de Cospedal al tratar de explicar lo inexplicable, como había sido el finiquito del PP a su tesorero Luis Bárcenas, definen claramente el sistema del que le acusan. Pagos ocultos, cajas B, doble financiación, y lo más terrible para un partido repleto de servidores públicos, ocultación a Hacienda. Que pague todo quisqui menos yo, que soy el listo.
En el sistema bipartidista que dominó en España hasta la eclosión de los nuevos partidos como Podemos, Ciudadanos o Vox, había una forma diferenciada de acceder al poder. En el PSOE, González tuvo que trabajarse a varias territoriales para lograr ser elegido secretario general en Suresnes. Zapatero llegó por los pelos con un 41,69% de los votos de los afiliados contra un 40,79% obtenidos por su contrincante, José Bono, y Sánchez lo hizo prácticamente a lomos de un Seiscientos, montado en aquel coche con el que salió en busca del voto de los afiliados para superar el muro infranqueable que le puso la dirección de su propio partido.
En cambio, en el PP las cosas han sido de otra manera. Manuel Fraga le cedió los trastos a Aznar con un palmeteo en la espalda, en realidad con una llamada de teléfono en agosto de 1989 en la que le comunicó su decisión de que fuera el candidato a presidente del Gobierno. Otro mes de agosto, pero de 2003, Aznar comunicó en su despacho a Rajoy que lo había elegido como su sucesor, aunque este le saliera rana. Precisamente por eso, Aznar recapacitó y expresó posteriormente sus preferencias por Pablo Casado, que ya había sido su jefe de gabinete, y sobre el que había expresado su famosa frase de “si alguien me tiene que renovar que sea Pablo Casado”. Es lo que tiene la sucesión a dedo, vas cargando con la mochila del anterior.
Es decir, en el PP, como en el salto del franquismo a la democracia, no ha habido ruptura, sino transición, una transición suave en la que el poder queda siempre en manos de esos círculos en los que se repiten nombres y cargos. Es cierto que tras el cese de Rajoy, Casado tuvo que enfrentarse por el poder dentro del partido con Soraya Sáez de Santamaría. Pero es cierto también que durante cuatro años fue director de gabinete de José María Aznar. Y, claro que Casado tiene ahora con Bárcenas un gran problema, porque comparado con el Rajoy presidente, le falta el poder que da tener acceso a los recursos del Estado. Lo de “sé fuerte” de Rajoy a Bárcenas llegó en un momento en el que aquel era presidente del Gobierno y la esposa de Bárcenas vivía en libertad. Bárcenas se las prometía muy felices porque pensaba que “su partido del alma”, que controlaba el poder, le iba a a sacar del atolladero. Al no ser así, está dispuesto a seguir disparando.
Esta semana Pablo Casado ha estado especialmente nervioso, y es lógico, porque los problemas se le acumulan. Lo curioso es que, dado ese nerviosismo, nos enteramos de que había “una norma no escrita” peculiar. El líder del PP se ha quejado de que había “una norma no escrita” según la cual, un juicio de estas características no debería comenzar en campaña electoral. “Es muy injusto, no hay derecho a que en plena campaña electoral tenga que estar respondiendo a esto”, se lamentó.
Cuanto más aparece Bárcenas, más se entiende esa actitud de cerrazón del PP para bloquear la renovación del Consejo General del Poder Judicial. El miedo cerval a lo que oculta, o dice ocultar, el ex tesorero del partido, ha marcado buena parte de su dinámica negociadora. Casado siempre se escuda en el “eran otros tiempos”, y anuncia que no le temblará el pulso para actuar caiga quien caiga. Pero esta semana conocemos más nombres, el del actual secretario de Justicia e Interior del Partido Popular Enrique López, quien hizo de mediador entre el abogado que representa al PP en el juicio por la presunta caja b, y un amigo íntimo de Luis Bárcenas para que se reunieran. López es el consejero de Justicia de la comunidad de Madrid y se ha convertido, de hecho, en el portavoz de Ayuso. Y el abogado del PP, Jesús Santos, es eso, abogado del PP. No son pasado, sino presente.
El plan de Casado de centrar a su partido, separarlo de la derecha escorada que defiende Vox, y tratar de sumar votos en las que fueron generosas aguas de Ciudadanos (más de cuatro millones de votos y 57 escaños en el Parlamento en su momento culminante) pasa también por pescar en las que cree aguas revueltas del socialismo, de los que piensa se oponen a la nueva dinámica planteada por Pedro Sánchez, esas aguas en las que navegan antiguos capitanes como Leguina, Corcuera o Rodríguez Ibarra. La cuestión estriba en saber si estos capitanes tienen todavía valor sustancial en ese amplio mundo de la izquierda y del centro izquierda, o resultan una rémora del pasado tan definitiva como la que Casado dice que son los antecesores de su propio partido.
El refuerzo que para Sánchez suponen las diferentes encuestas, añadido al hecho de que la pandemia y sus consecuencias no parecen haber dañado de modo sustancial al gobernante, y a la perspectiva de manejar, sin más citas electorales inmediatas, los fondos estructurales europeos, dibujan un panorama no excesivamente favorable para los planes de Casado de volver a convertir al PP en partido referencial de toda la derecha, cuando en el próximo horizonte tiene a un Vox que además de amenazar con fagocitarle, le sale negociador y pragmático.
Como decía el diario La Razón este pasado lunes, si cae Rajoy hay dirigentes de primer nivel en autonomías que asumen que deberán enfrentarse a una refundación que “limpie las siglas y que incluso borre del imaginario popular la identificación de la sede de Génova con la corrupción”. En el PP hay ya quienes han sacado la cheira y afilan su cuchillos.
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