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Refundar la nada

Arrimadas durante su intervención ante la Ejecutiva de Ciudadanos

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Florecer, languidecer y morir. Su destino está escrito. Pero Inés Arrimadas se empeña en gestionar los restos de un naufragio anunciado. No dimite. Quiere seis meses de tregua. Para refundar la nada, porque en la nada se ha convertido Ciudadanos. Han desaparecido del mapa electoral y también del político porque allá donde mantienen aún una pírrica presencia, ya ni se les escucha. Tanto bandazo y tanto zigzagueo, al final se paga. Y no será porque no tuvieran apoyos, que los tuvieron todos. Empresariales, mediáticos y financieros. Pasa cuando la política o los partidos nacen de un contubernio de despacho, que se aterriza en las instituciones de forma súbita, los “elegidos” se emborrachan de éxito, les deslumbran los focos y confunden el liderato con el cesarismo. 

Le pasó al ególatra de Albert Rivera y en buena medida a su sucesora cuando eso que se conoce por el Ibex, y que no es otra cosa que la derecha económica, vio en su partido una opción liberal, que antes se había definido como socialdemócrata y que podía gobernar a lo Borgen en España.  Tanto se les subió el triunfo a la cabeza de sus comienzos en Catalunya, que hicieron las maletas con destino a Madrid y pensaron incluso en ocupar íntegro el espacio del PP, pese a carecer de experiencia, de implantación territorial y de ideología definida. 

Lo único que tenían eran puñados de advenedizos de la política que decían tener todos exitosas carreras profesionales, pero que resultaron ser poco más que unos “aprovechateguis” -que diría Rajoy- y abandonaron el barco antes del hundimiento definitivo para irse a otras siglas donde mantener el sueldo y el carguito. Toni Cantó es el paradigma del travestismo político, pero como él los hay por docenas en la Comunidad de Madrid, donde Ayuso les da hoy cobijo después de que le hicieran el trabajo sucio con Ignacio Aguado antes de romper la coalición de gobierno. Si mañana tuvieran que trabajar con Vox, muchos de ellos lo harían con el mismo agrado. Son de esos que dicen no tener ideología y que lo que no tienen son los mínimos principios éticos exigibles a un cargo público. 

Nadie lo expresó mejor y con más autoridad moral que uno de sus fundadores, Francesc de Carreras, al pedir hace más de un año ya la dimisión de Arrimadas, como antes había pedido la de Rivera, por haber convertido a la formación naranja en un partido de amateurs poco fiable y rodearse de una guardia pretoriana “sin autoridad ni inteligencia política”.

Tanto quisieron correr en su disparatada carrera por  sorpasar a los populares, que renunciaron a un gobierno de coalición con los socialistas y le dieron a cambio de nada todo el poder local y autonómico que sumaron en 2019 a un PP moribundo. Desde entonces, cayeron lentamente en picado hasta llegar a la marginalidad que les mantiene con la respiración asistida de los 10 diputados del Congreso y con una líder que no ha sabido darle a las siglas ni continuidad política ni una línea ideológica clara. 

El caso andaluz, que fue la última estocada que recibieron, tuvo un especial simbolismo, ya que en diciembre de 2018 superaron en aquella Comunidad los 650.000 votos, pisándole los talones al PP y sumando 21 diputados. Al año siguiente, en las generales de abril se quedaron muy cerca de superar a los populares, y en las autonómicas y municipales de mayo incluso arrebataron la hegemonía de la derecha al PP en algunas Comunidades y ciudades. Y desde ahí, con su política de pactos, todo fue cuesta abajo hasta quedar heridos de muerte con la repetición de las generales.

El inicio de su desgracia comenzó, en efecto, cuando Rivera se negó a dar el Gobierno de España a Pedro Sánchez para convertirse en socio preferente del PP, pero siguió cuando le entregaron gratis a los populares el gobierno de cuatro Autonomías y después, remataron, con la funesta doble moción de censura murciana. 

Ahora anuncian una refundación profunda para “volver a ilusionar” al electorado que “sigue ahí y tiene que volver a sentir que Ciudadanos es útil”,  dice Arrimadas, como si en algún momento hubieran tenido más utilidad que la de ser un experimento fallido de la derecha económica, y los electores no se hubieran enterado.

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