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Rivera o la maldición de los ex

Albert Rivera, en su presentación en sociedad como presidente ejecutivo de una firma de abogados.

Esther Palomera

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Esa especie de melancolía que a uno no le permite disfrutar del presente ni vislumbrar el futuro. Ese empeño en mirar por el retrovisor para anclarse en los recuerdos de una forma tan obsesiva que puede llegar a doler. Ese perderse en el laberinto del tiempo sin saber cómo salir de él. Esa nostalgia de un paraíso perdido que igual ni siquiera existió como tal y son poco más que brochazos que no permiten ver el pasado tal y como fue.

Pasa en la vida y pasa en la política. Albert Rivera es uno más de esos líderes que se fueron, pero siempre encuentran una excusa para volver. O porque entienden que sus sucesores no reivindican las esencias o el legado que dejaron o porque creen que sin ellos el mundo será sencillamente peor. Es la maldición de los ex.

A Arrimadas le pasa con Rivera, salvadas todas las distancias personales y los contextos políticos, lo que le pasó a Rajoy con Aznar, a Zapatero con González o a Sánchez con Zapatero: que no termina de marcharse y siempre está o vigilante o poniendo palos en las ruedas. Ahora que la líder de Ciudadanos ha decidido retomar el rumbo de la moderación y la centralidad, cualquier disculpa vale para que su antecesor asome a la esfera pública, a pesar del estrepitoso fracaso del que fue su proyecto político.

Nadie le busca, salvo los que le empujaron a la deriva suicida que le llevó a la debacle electoral. Pero él se empeña en que se le escuche o se le lea. Cuando escribe un tuit, cuando carga contra Pedro Sánchez, cuando insulta a Zapatero, cuando jalea la enésima boutade de Marcos de Quinto, cuando impulsa un foro de debate por internet….

No se resigna. Y hasta ha conseguido que haya opinadores que den por hecho su pronto regreso, sin reparar en que segundas partes nunca fueron buenas, y menos tras un sonoro destrozo como el que provocó después de que le cegaran las encuestas, las laudatorias portadas y una legión de aduladores que le empujaron al ensimismamiento.

No hay nada peor que no saber marcharse. O sí, quizá empeñarse en un pasado que no volverá, después de haber dicho que se iría en silencio y sin molestar. Rivera quiere seguir, aunque haya dicho que lo suyo ahora es el ejercicio del derecho y disfrutar de la paternidad y la vida en familia…

Salvo Rajoy, que es un caso único en el espectro político, no hay uno que haya hecho honor a la palabra dada en el momento de la despedida. Aznar se las hizo pasar canutas a Rajoy y González a Zapatero porque nunca entendieron que marcharse es también que el que venga detrás tenga el mismo derecho que ellos a acertar o equivocarse con la toma de decisiones propias.

Al final, la realidad acaba desmintiendo las palabras que todos ellos hilvanan cuando se van si querer del todo marcharse. El ex líder de Ciudadanos está más presente ahora que en los tiempos en los que esquivaba a la prensa y levitaba dos palmos por encima de las alfombras del Congreso, creyéndose que le quedaban dos telediarios y una columna de la muchachada del liberalismo exaltado para llegar a presidente de Gobierno.

Ciudadanos ha encontrado durante esta crisis el espacio que nunca debió perder; ha dado una lección de responsabilidad política durante la pandemia; ha antepuesto la protección de la salud de los ciudadanos a sus intereses partidistas; ha tendido la mano al Gobierno para negociar unos presupuestos de reconstrucción nacional; ha anunciado su voto a favor del decreto para la nueva normalidad y acaba de escribir una carta a los liberales europeos en defensa de la candidatura de Nadia Calviño a la presidencia del Eurogrupo. Una decisión esta última que profundiza en su estrategia de acercamiento al Gobierno, no porque quiera ser comparsa de Pedro Sánchez, como dicen los iluminados de la brocha gorda, sino porque ha entendido que en política o se es útil y se está para la defensa del interés general o los ciudadanos, que cazan al vuelo la impostura y los discursos de cartón piedra, toman nota a la primer de cambio.

Pero los rebotados del partido siguen creyendo que formaron parte de un pasado brillante que no lo fue tanto como les hace ver esa nostalgia tramposa, que nunca deja ver las cosas que pasaron con exactitud.

Acierte o fracase Arrimadas con la senda por la que haga transitar en esta nueva etapa al partido, Rivera no volverá. Nadie le espera. Ni a él ni a la pléyade de dispensadores de incienso de los que se rodeó y hoy escriben y difunden, rebotados desde la amargura, barbaridades de la actual líder de Ciudadanos y del equipo del que se ha rodeado.

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