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Crónica

Ciudadanos, ascenso y caída de un partido diseñado en los despachos del poder

Inés Arrimadas y Carlos Carrizosa en el acto de inicio de la campaña electoral.

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Érase una vez un partido nuevo que llegó para cambiarlo todo. Érase una vez un cuadro de dirigentes tocados por los dioses del establishment patrio. Érase una vez una formación que generó más expectativas que resultados obtuvo en el proceloso mundo de la política. Érase una vez otro sueño del intangible centro político. Érase una vez una organización sin ideología  que penduló entre la socialdemocracia y el liberalismo pero nunca  definió con claridad sus principios básicos para moverse en la ambigüedad calculada y nutrirse tanto de la izquierda como de la derecha. Y érase una vez un grupo de irredentos que hoy lucha por sobrevivir en el mismo marco en el que nació contra el nacionalismo (todos menos el español).  Érase una vez lo que fue y lo que ahora es Ciudadanos. Por sus bandazos y sus delirios de grandeza. Por sus aciertos y sus errores. Por su grandilocuencia y su insoportable levedad.

Su historia da para una novela. Del todo al casi nada en una década. De la primera posición electoral en Catalunya a la ruina que le pronostican cuatro años después todos los sondeos. De tener un líder político incontestable acostumbrado al elogio y al ordeno y mando a un liderazgo desnortado y cuestionado que trata de encontrar un nuevo lugar en el mundo. De la obsesión por sustituir al PP como partido hegemónico de la derecha a conformarse con que a los de Casado les “sorpasse”  Vox para que la suya sea una derrota que se diluya en la desgracia de los demás. 

Todo empezó en 2006, en las trincheras contra el nacionalismo en Catalunya y en respuesta a un PSC que gobernaba con el independentismo de Esquerra. Entonces se hacían llamar “Ciutadans” y su existencia partió de un grupo de intelectuales cuyo objetivo era enfrentarse a la institucionalización del pujolismo para cubrir un espacio de centro equidistante. Sus promotores debutaron con un manifiesto que llamaba al olvido de los asuntos identitarios para ocuparse de los “problemas reales” de los catalanes. Comenzó un movimiento de respuesta cívica contra el nacionalismo, que atrajo al mal llamado “constitucionalismo” y se comprometió a restaurar la normalidad, la autonomía y la convivencia en Catalunya. Cuatro años después, en 2010, entrarían de la mano de un advenedizo pero locuaz Albert Rivera en el Parlament con tres diputados. En 2012, sumaría 9 y 25 en las elecciones de 2015, ya con Inés Arrimadas de cabeza de lista. 

“Una especie de Podemos de derechas”

La victoria histórica pero baldía llegaría en 2017, con 37 escaños. Arrimadas se impuso en votos y en diputados, tres por encima de la segunda fuerza, JuntsxCat, pero aquella hazaña se quedaría en agua de borrajas ante la mayoría absoluta que volvió a sumar el bloque independentista. Las grandes expectativas tornaron en frustración, pese a que la formación naranja ya se movía calculadamente por el espectro nacional, después de que Rivera diera el salto a Madrid animado por el poder económico y mediático. 

En 2014, el presidente del Banco Sabadell, Josep Oliu, había animado en público a crear “una especie de Podemos de derechas” orientado a pescar entre los desencantados del bipartidismo, a primar la iniciativa privada y el desarrollo económico para poner freno a “tanta regulación”. El flamante líder de Ciudadanos recogió el guante y puso rumbo a la capital con el objetivo que le habían trazado. La crisis económica que irrumpió en 2008 ya había golpeado duramente a España y los niveles de desempleo y descontento ciudadano con el bipartidismo ya andaba disparado como consecuencia de un goteo de casos de corrupción que un día salpicaban al PP y otro a la Monarquía que agravó la pérdida de credibilidad en los partidos tradicionales y en las instituciones. El marco favoreció la irrupción de nuevas formaciones y Ciudadanos, que hizo de la exigencia de regeneración política una de sus banderas, se convertiría en uno de los partidos emergentes junto a Podemos, cuando ya UPYD andaba en caída libre.

En 2015, con Rivera de cabeza de lista, Ciudadanos llegaría por primera vez al Congreso con 40 escaños, lo que les convirtió en cuarta fuerza política del Parlamento. La evolución desde entonces hasta hoy en el panorama nacional es de sobra conocida: el sueño húmedo del “sorpasso” al PP, el acuerdo programático con el PSOE de Sánchez, el giro a la derecha, la foto de Colón, la oportunidad perdida de formar un gobierno de centro-izquierda, la repetición electoral, el veto a los socialistas y el sonoro castigo de un electorado perdido ante tanta vacuidad y tanto bandazo, lo que hizo retroceder a la formación hasta los diez diputados y  provocó la dimisión de Rivera por vergüenza torera.

De aquellos polvos, estos lodos. La dirección actual cruza ahora los dedos para que ante el 14-F no se repita el batacazo electoral de 2019 en las generales que acabó con la carrera política de su primer líder y para que el partido no se vea abocado a un cierre por derribo. Arrimadas trata hoy de sacar partido a su escuálida tropa con un nuevo giro al centro que le permita pactar de nuevo con los socialistas en Madrid y hacerse imprescindible para la gobernabilidad de España.

En los pliegues de la memoria, la foto de Colón

Pero en los pliegues de la memoria del electorado aún asoman el acercamiento al PP, los gobiernos locales y autonómicos de coalición con el apoyo de la ultraderecha y la huida de Arrimadas a Madrid, después de ni siquiera presentarse a una investidura tras su victoria arrolladora de 2017. Hoy Ciudadanos es un partido del que los dirigentes salen en estampida en busca del cobijo y el sustento que les proporcionan otras siglas -como ha sido el caso de Lorena Roldán- mientras las encuestas reflejan que la mitad de su electorado tiene decidido no votarle y detectan fugas hacia el PSC, pero también hacia el PP, e incluso a la ultraderecha de Vox.

En Catalunya, como en España, la formación sufre los estragos de sus propios vaivenes ideológicos y de un liderazgo improvisado con un exaltado Carlos Carrizosa que en absoluto representa el giro que pretende dar Arrimadas al partido. Todo ello unido a un clima completamente distinto al de 2017, en el que la pandemia ha sustituido a los asuntos identitarios como eje central de la campaña, y una convocatoria que ya no tiene carácter plebiscitario sobre el sí o no a la independencia, hace que el resultado que esperan no sea demasiado prometedor. De ahí que la actual dirección estime que los datos que obtenga el 14-F deban compararse más con el resultado de 2015, cuando antes de la inflamación por el procés sumó 25 diputados, y no con los de la última convocatoria electoral en la que lograron 37 escaños.

 Aún así, la demoscopia no le da más de 15, que pueden ser incluso menos porque cuando un partido, advierten los sociólogos, entra en caída libre, como entró Ciudadanos con Rivera, el suelo no está escrito. Su único consuelo sería que el PP obtuviera peor resultado aún y que se produjera el sorpasso de Vox. ¡Menudo alivio para quien creyó rozar el cielo e incluso borrar del mapa a la derecha tradicional! En política no es lo mismo tomar decisiones con la cabeza que hacerlo con las tripas. Ni tampoco jugar con el equipo azul que hacerlo con el rojo. Los errores se pagan y las metamorfosis, más. Y  tanto Arrimadas como Carrizosa han asumido la herencia de Rivera en toda su amplitud. Mal presagio.

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