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La renta básica y la prueba de la felicidad

Fotografía: Ángela Armero

Begoña Huertas

Hace unos días el mundo del ajedrez se conmocionó ante la aplastante victoria de AlphaZero, la nueva inteligencia artificial creada por la empresa DeepMind de Google, sobre el hasta entonces mejor programa, Stockfish. Lo asombroso era el hecho de que a AlphaZero tan solo se le habían dado las reglas del juego y ella misma se había enseñado a jugar en tan solo unas pocas horas. Ni teoría de aperturas, ni finales de partidas, nada de bases de datos; la máquina, programada con la habilidad de aprender, aprendió jugando contra sí misma. Más allá del terreno ajedrecístico, se abren un sinfín de posibilidades para muchos otros campos. En el futuro no solo se automatizarán los trabajos más rutinarios y básicos sino también algunos de los más cualificados. Y esto ocurrirá en un mundo donde ya de entrada no hay empleo para todos.

Todos los lunes, pero este especialmente tras los días festivos del puente, las redes sociales se llenan de lágrimas y angustias, poniendo una vez más en evidencia la cantidad de gente que, aunque afortunada por tener un trabajo pagado, sufre este como un castigo necesario. En un libro apasionante, El diario de un hombre decepcionado, su autor, W. N. P. Barbellion, hace gala de una fuerte vocación como naturalista y capacidad para la investigación que se ven frustradas al tener que aceptar un empleo rutinario. En una entrada del año 1915 el joven amargado habla de “la prueba de la felicidad”, que consistiría en no saber en qué día de la semana se vive: “El hombre desgraciado lo tiene en cuenta incluso cuando duerme. Ser tan alegre y sonrosado en lunes como en sábado, en el desayuno y en la cena, es lo que hace de un hombre un marido ideal”. Un siglo después, sustituyendo “marido” por “persona”, podríamos decir lo mismo sin mover una coma.

En un contexto así la renta básica es un asunto que tiene que estar, que está, sobre la mesa. Se ha estrenado estos días el documental Free Lunch Society, del austriaco Christian Tod, que se pregunta qué pasaría si cada uno de los ciudadanos de un país dispusieran, por el mero hecho de serlo, de un dinero que les permitiera vivir con las necesidades básicas cubiertas. Varios estudios e investigaciones que se han hecho al respecto concluyen que, a diferencia de lo que pudiera pensarse, la gran mayoría seguiría manteniendo su puesto de trabajo, quizás algunos reduciendo la jornada. Lo que es seguro es que los empresarios acostumbrados hasta ahora a hacer caja gracias a la explotación o al trabajo semiesclavo se quedarían sin su poderosa arma de chantaje. También se destaca el efecto dinamizador sobre el consumo y la inversión productiva.

El multimillonario Götz Werner, que aparece en la película, hace una reflexión muy interesante sobre lo que supondría desligar la idea de trabajo de la de salario. ¿Trabajaría con más empeño Angela Merkel en sus relaciones diplomáticas con otros países si cobrara más?, se pregunta. Y es que pensamos en el dinero o el éxito como únicas categorías asociadas al trabajo cuando no siempre son, a la hora de la verdad, las determinantes. Al ajedrecista indio Vishy Anand últimamente le preguntan con insistencia cuándo se va a retirar, dados sus no muy halagüeños últimos resultados. Su respuesta: “No sé qué tiene que ver... Si me gusta jugar, pues juego... Qué tienen que ver mis resultados con mi deseo de jugar”.

Comentando la proeza de Alphazero, el excampeón mundial Gari Kasparov destacaba las maravillosas implicaciones que se derivan del hecho de que una máquina sea capaz de establecer reglas que los humanos no han sido capaces de detectar. En efecto, es en ese salto de máquina como mera receptora de datos a máquina con capacidad para crearlos donde está lo más interesante. En el mundo no es que falten recursos o que no haya riqueza para todos, lo que falta es dilucidar nuevas reglas que establezcan nuevas relaciones. La capacidad de aprender es después de todo lo que hasta ahora ha distinguido al ser humano.

Los políticos no están para prometer la felicidad pero sí para establecer las mejores condiciones posibles para que cada uno de los ciudadanos la encuentre. La felicidad no reside en la ausencia de dolor -estar tumbado mano sobre mano día tras día- sino en la actividad productiva satisfactoria, y cada persona tendrá una manera distinta de realizarse a través de una ocupación u otra. El documental Free Lunch Society termina con una breve escena de Star Treck en la que unos humanos le preguntan al capitán Jean-Luc Picard qué hacer en un mundo con todas las necesidades materiales cubiertas. Dónde está el reto, preguntan, desorientados. -El reto, Sr. Hoffmanhaus, es mejorarse a uno mismo, crecer -responde Picard-. Disfrútelo.

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