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La sal en el postre

Luis María González

Coordinador del Departamento de Comunicación de CCOO —
  • Cuesta entender es que la llamada “comunicación alternativa” se sume al lamentable festival de acusaciones y sentencias que la prensa extramuros de la democracia ha puesto en circulación contra el sindicalismo. A propósito de la reflexión de Carlos Elordi.

En las últimas semanas leo opiniones de periodistas amigos empeñados en teñir de negro el futuro de los sindicatos. En sus alegatos progresistas nos abruman con las “ingentes subvenciones que reciben los sindicatos del Estado”, en buena parte producto de “trampas e irregularidades”, lo que a su juicio puede ser el principio del fin de UGT… Y también de CCOO. Ellos, siempre sensibles a los rectos ideales, no dudan en reducir la lucha del movimiento sindical y su incierto futuro, a un estricto y severo balance de números y resultados. Son la sal en el postre.

Y lo peor de esta turbia campaña, que con tanta pasión llevan a cabo los heraldos mediáticos de la derecha, las fuerzas políticas conservadoras y algún que otro grupo ultra con una larga nómina de abogados a su cargo, es el recurso a un argumentario de acusaciones contra los sindicatos que está plagado de lugares comunes, todos ellos comprometidos con el discurso antisindical y, si me apuran, con el decidido propósito de dejar a los sindicatos sin futuro. Lo vuelvo a repetir, a la derecha española la financiación de los sindicatos, su actuación en los ERE o las subvenciones para la formación son la coartada perfecta en su objetivo por acabar con la última trinchera que se antepone al programa de acoso y derribo al estado de bienestar, al derecho del trabajo, a la negociación colectiva y a los derechos sociales; es decir, al ideario liberal.

Entendería, porque es un debate que desde hace un tiempo afrontamos en CCOO, que el pensamiento crítico nos hiciera llegar sus cabales preocupaciones por el futuro del sindicalismo al calor de la deriva que está tomando el complejo proceso de las facturas y la financiación de algún sindicato. Sobre todo por el impacto del sostenido y furioso ataque del que es objeto el movimiento sindical en los últimos años a manos del aparato mediático de la derecha. CCOO, por ejemplo, está empeñada en cortar de raíz todo lo que de responsabilidad propia pueda haber en la intervención sindical en los ERE, la formación o cualquier otro aspecto de la acción sindical. Y al efecto, constituimos una Comisión de Investigación que no fue una mera exhibición de formalidad o justificación retórica, sino que precisó con el mayor rigor jurídico los campos de juego de unos y otros, y con la mayor solemnidad proclamó que, de existir alguna actuación irregular individual o colectiva del sindicato, sería sancionada de inmediato.

Lo que cuesta entender es que la llamada “comunicación alternativa”, use la brocha gorda y se sume al lamentable festival de acusaciones y sentencias que la prensa extramuros de la democracia ha puesto en circulación contra el sindicalismo. Ni siquiera cuidan el lenguaje, que se contagia del peor manual de estilo de la derechona: la formación como principal fuente de financiación, ingentes subvenciones del Estado, opacidad e irregularidad en la financiación, trampas, prácticas fraudulentas, subvenciones por silencio, conductas equiparables a las de cualquier empresa. Incluso se remite, como gesto de autoridad, a un informe de una resucitada CNT, para cargar contra el sindicalismo de clase.

La estética de la opinión

Con frecuencia los sindicatos son observados por el ojo crítico. Es algo consustancial a la democracia y es de agradecer que la información vigile de cerca a los grandes activadores de las políticas públicas, ya sean partidos, sindicatos, movimientos sociales o instituciones del Estado. Es imprescindible que estas organizaciones sean sensibles al ejercicio honesto de la información, porque ambos son necesarios para renovar la política y la democracia.

Distinto es el oficio de la opinión. Sus autores reparten títulos igual que respiran. Defienden una opinión y su contraria como quien ve llover. Simpatizaron con Zapatero, elogiaron el 15M, cantaron a las barricadas, agitaron la huelga general (aunque muchos no la hicieron), alabaron a ONG y censuraron a los partidos con el mismo entusiasmo que se hicieron eco de su peor versión. Todo lo que les rodea es susceptible de ser vilipendiado. Nunca se preguntan “¿qué hacer?”; como mucho improvisan “¿qué decir?”. Así nadie les echará en cara una actuación poco decorosa… Y las palabras se las lleva el viento.

Somos conscientes de nuestras debilidades. Los sindicatos cometen errores, pueden llegar a protagonizar prácticas irregulares; incluso, alguno/a de sus representantes pueden extralimitarse en el ejercicio de su función sindical. Todo lo que se nos diga al respecto debe ser considerado, sin perjuicio de que las direcciones de los sindicatos corrijan, erradiquen o sancionen a la mayor brevedad aquellas actuaciones. Pero no parece que forme parte del debate abierto y plural entre el sindicalismo y el periodismo campañas sobre las predicciones de futuro, la cuantificación de las eventuales prácticas fraudulentas, el silencio sindical ante los gobiernos, lo que podrían haber recibido los sindicatos del Estado, la trampa de la financiación, lo que decía la CNT, la posible quiebra sindical. Y estas perlas no van a un papel o a un espacio digital de la mano de un genuino informador del periodismo conservador. No, las firman quienes anuncian nuestra defunción aunque la lamenten.

CCOO acumula decenios de transparencia y crítica con los medios de comunicación. Desde 1978 compartimos con ellos, los momentos más solemnes –sin excepciones- del hecho sindical, congresos incluidos. Pero que no nos confundan ni se equivoquen. El futuro del sindicalismo de clase dependerá, sobre todo, de la voluntad decidida y consciente de una organización por defender a las trabajadoras y trabajadores, no de una cuenta de resultados.

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