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Sentido y actualidad de la teoría política

Víctor Alonso Rocafort

La ciencia política española no supo prever ni en un principio reaccionar ante la monumental crisis política, ética y económica que se nos venía encima. Estaba literalmente a otra, y es algo aún pendiente de analizar. Sin embargo el que iniciativas como Podemos hayan surgido de ella, junto a la eclosión de politólogos en los medios haciendo un buen trabajo, parece mostrar que la ciencia política española se está recuperando de su fracaso inicial en esta crisis.

Pero, ¿y la teoría política? ¿Dónde ha estado? ¿Hay vida en la politología más allá de la acción estratégica y el análisis del comportamiento político? ¿Seremos capaces de fraguar los tímidos intercambios que en este sentido han surgido los últimos meses?

Decía Sheldon S. Wolin que en momentos de crisis se necesita más que nunca de la teoría política. Los fenómenos políticos dejan de encajar en las instituciones, los acontecimientos se vuelven más imprevisibles que nunca. Han sido así decenas de miles las personas que en esta crisis han gritado en las calles que esta forma de representación no sirve, que sus anhelos de participación real la desbordan. Desde hace un tiempo es evidente que se están rompiendo las costuras de lo establecido, pero aún no sabemos del todo el tamaño del descosido. Precisamos ordenar el nuevo panorama para así comprender, dotar de significado a lo que sucede.

Y a la vez crear proyectos de ciudad. La crisis lo es también del imaginario social instituyente, por usar el término que acuñara Castoriadis, de ahí que precisemos de toda nuestra radicalidad creativa de cara a construir la deseada —y poco clara— nueva política. Todo ello sin olvidarnos de desvelar críticamente dónde se ocultan las oscuras alianzas que nos han traído hasta aquí.

Un teórico o teórica política genuina, sostenía Leo Strauss, está en peligro en la ciudad. El ejemplo de Sócrates es recurrente, pero la lista es interminable. Su labor, si es veraz, es arriesgada; de ahí que a menudo haya que escribir entre líneas. No suele agradar a los poderosos que se escriba y difunda sobre lo que acontece en épocas de crisis. Asuntos feos la mayoría.

Ahora estoy dando clase en Chile.

La primera ponencia que he presentado en Santiago ha versado precisamente sobre el sentido y la actualidad de la teoría política. He sostenido que su compromiso, desde los inicios, ha sido mantener esa mirada fresca del viajero (theōrós) al que le salta lo que otras miradas ya han asumido como habitual o inevitable. He afirmado —de la mano de Wolin— que la teoría política desde el comienzo se ha desligado de los ritos mistéricos y ocultos, de la experticia, para defender sus argumentos públicamente y, más importante todavía, para lograr un acceso público a su formación y quehaceres. De manera integral logos, pathos, ethos y phantasía han de combinarse en esta labor, sin mutilaciones.

Atender a preocupaciones perennes que proceden del pasado, desde enseñanzas que se formularon en otros tiempos y que bajo nuevos contextos pueden iluminarnos. Esta es otra de las tareas. Pues si no fuera así, ¿de dónde proceden las bases desde las que defendemos la participación? ¿Quiénes hablaron en primer lugar de oligarquía y qué nos legaron? Estudiarlo sirve, vaya que si sirve.

Jugando con los tiempos de un modo no arqueológico ni cronológico, sino como ese acordeón que defendía Yosef Hayim Yerushalmi, es decir, entretejiendo tiempos diversos en busca de lo significativo para la actualidad, decíamos que la teoría política alienta además la imaginación propia, la creatividad, para describir y mejorar la comunidad política. Una voz original que no ha de tener reparos en nombrarse y firmar, huyendo de las asépticas batas de los científicos sin nombre. Abierta a lo foráneo, lo cosmopolita, pero sin despreciar experiencias y legados propios, es decir, sin importar acríticamente todo lo que sale de Massachusetts con destino a toda la galaxia.

Conscientes de nuestros límites, de que hablamos desde una posición determinada que a menudo comporta privilegios, liberados de las angustias de otras subdisciplinas aún aquejadas por la omnipotencia de obtener certezas verificadas sobre los asuntos humanos, dispuestos a escribir sin moldes preestablecidos, ensayando, la ingente conversación entre voces diversas que conforma la tradición teórico política —y el hallazgo a cada paso de ausencias excluidas de un canon injusto— nos enseña la pluralidad inherente a cualquier comunidad. También que las pequeñas verdades que podamos mantener con nuestro trabajo pueden convivir con otras muy distintas, incluso opuestas, igualmente bien trabajadas.

Ante el castrado ambiente universitario español, atacado desde dentro y desde fuera por endogamias y recortes, no sería de extrañar que parte de la teoría política más interesante girase hacia los márgenes, desde artículos y libros escritos no por académicos al uso, sino por activistas capaces de combinar su experiencia con cierta formación teórica. Algo de esto ya se empieza a percibir.

La filosofía política se dice que surgió en el ágora, en la plaza pública. Si nuestras Universidades no garantizan los recursos y protecciones necesarias para su desarrollo, si prosigue esta ofensiva contra las Humanidades y el pensamiento, es normal que florezca fuera de las aulas. Como me recuerdan en Chile, es difícil encontrar teóricos políticos en la Universidad durante una dictadura.

Resistamos pues este escenario. Estudiemos con pasión las obras del pasado en conexión con la experiencia, razonemos, discrepemos y dialoguemos. No rehuyamos la posición ni la reflexión ética. Demos libertad a nuestra imaginación radical, cultivémosla bajo el secreto anhelo de mejorar la ciudad. Y por último, allá donde sea posible, que no nos falte el coraje de desvelar lo injusto.

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