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¿Y si la guerra va todavía a mucho más?

Columnas de humo sobre Kiev, Ucrania.

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La guerra de Ucrania es ya una catástrofe. En el plano humanitario, en el económico y comercial, en el geopolítico y para las perspectivas de la paz mundial. Una catástrofe que no se podrá reparar sino a largo plazo y que por sus consecuencias ya es mucho más grave que las que se han venido produciendo en Oriente Medio. Pero Vladímir Putin le ha dicho este jueves al presidente francés que “lo peor está aún por llegar”. ¿De qué forma y en dónde?

Esta negra premonición se suma a las que el presidente ruso ha hecho en los días pasados respecto a la utilización del armamento nuclear ruso. Y aunque muchos tienden a pensar que esas son sólo balandronadas, amenazas demagógicas seguramente solo destinadas a obligar a Occidente a que se repiense la durísima respuesta que ha emprendido contra Rusia, queda la duda: ¿Y si el horror que hemos contemplado hasta ahora no es sino el anticipo de lo que puede venir?

Llevado al terreno de lo concreto, de lo que está ocurriendo, la amenaza de Putin puede interpretarse como que la ofensiva rusa contra Ucrania se va a intensificar hasta que el poder ruso alcance sus objetivos, que consisten en deponer por las bravas al gobierno de Zelenski y en controlar las instituciones ucranianas. Para eso tiene que conquistar la capital, Kiev, y esa batalla se prevé terrible. Pero, según Putin, las fuerzas armadas rusas están dispuestas a darla sin miramientos. 

En la práctica, son un tanto ridículos los esfuerzos que están haciendo algunos especialistas por demostrar que el avance ruso está yendo más despacio de lo previsto, que a Putin las cosas no le están saliendo como tenía previsto. Porque, ¿cómo saben lo que tenía previsto el presidente ruso si prácticamente todo, salvo algunos indicios detectados por los servicios secretos norteamericanos, ha pillado de sorpresa a casi todo el mundo?

Lo más probable es que Moscú no se esperara una resistencia tan fuerte por parte de los ucranianos y que esta esté dificultando su avance más de lo previsto. Pero seguramente no conviene exagerar este extremo, que, además, dejará de ser una referencia a medida que las tropas rusas vayan alcanzando sus objetivos.

Si las cosas transcurren de acuerdo con ese guion, habría guerra, cada vez más terrible, eso sí, para un par de semanas o tres, como mucho. Ese el tiempo infame durante el cual habrá que cruzar los dedos con la esperanza de que la situación no derive por otros derroteros mucho más tenebrosos. Y de que la premonición de Putin se quede en el horror que aún les espera a los ucranianos y no el que podría caer sobre los habitantes de otros países europeos.

¿Cómo rebelarse ante esos fatídicos designios, ante la brutalidad sin escrúpulos que el mundo contempla en directo día tras día desde hace una semana y la que está por venir, particularmente en las mayores ciudades de Ucrania? Pues sencillamente haciendo lo que están haciendo los gobiernos occidentales y prácticamente todos los gigantes empresariales impelidos por estos. Tomar todas y cada una de las medidas necesarias para aislar económica y diplomáticamente a Rusia, haciéndole pagar su brutal osadía. Aunque los ciudadanos de ese país puedan también resultar duramente golpeados.

Se espera de un día para otro que Occidente deje de comprar petróleo y gas ruso y también que varios países tomen medidas mucho más contundentes contra los activos que los oligarcas rusos, los primeros aliados de Putin, tienen en ellos.

Frente a las dudas iniciales, la respuesta occidental ha sido de una contundencia imprevisible, que no tiene precedentes y que se va a mantener en el tiempo. Seguramente sumiendo a Rusia en algo parecido al ostracismo internacional en condiciones de grave penuria económica. Sí, China, que sigue siendo un firme aliado de Moscú por mucho que se diga en algunos mentideros, puede paliar algo ese desastre que irá a más según pasen las semanas. Pero no todo, ni mucho menos. La única incógnita que queda en ese marco es si la población rusa reaccionará contra los afanes imperiales de su presidente. Pero no cabe hacer predicciones en un terreno tan desconocido.

Occidente no puede dar el paso más allá de lo que la lógica de los hechos y de la historia haría pensar que es el único que hoy valdría para parar los pies a Putin: el de atacar militarmente a sus tropas desplegadas en Ucrania o a sus bases en Rusia. Porque eso, prácticamente de una manera automática, supondría la guerra total. Y nadie, salvo algún fanático, quiere eso. Ni en Europa ni en Estados Unidos. Aunque las cosas se pongan mucho peor en Ucrania, como ha anunciado Putin. Habrá pues que apretar los dientes y conformarse con el daño terrible que se está haciendo a la economía rusa. La alarma que ha producido el hundimiento de un carguero estonio, un país que es miembro de la OTAN, frente al puerto de Odessa, al parecer tras chocar contra una mina, sugiere que el miedo a una escalada del conflicto es generalizado y consistente. Y puede que haya nuevos incidentes de ese tipo.

Aunque parezca mentira, la vida política de cada país sigue en un contexto tan dramático. No pocos analistas creen que la crisis va a ayudar y mucho al presidente francés a ganar las elecciones presidenciales del mes que viene. Entre otras cosas porque su principal rival, la ultraderecha, ha entrado en un marasmo como consecuencia de sus muy estrechas relaciones con Putin.

También en España la guerra ha alterado algunas perspectivas. La más significativa es que ya no se puede excluir que el PSOE de Pedro Sánchez, llegue, dentro de un tiempo relativamente breve, a un entendimiento con el PP de Núñez Feijóo para acordar un plan para hacer frente a las cada vez peores consecuencias que la crisis está teniendo sobre los precios y sobre la actividad económica. Ese entendimiento, si se produce, no sería indoloro. Es muy posible que Podemos se niegue a aceptarlo. Pero aun en ese supuesto, Sánchez iría hacia delante. Guardándose siempre en la manga la posibilidad de adelantar las elecciones. 

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