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Si quieres, puedes

Muchos propósitos rondan nuestra cabeza al comenzar un nuevo año. (DP).
2 de abril de 2023 23:18 h

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Entre los muchos consejos de vida que nos han llegado de Estados Unidos a través de las revistas y los libros de autoayuda, uno de los más dañinos, a mi entender, ha sido el que da título a este artículo, ese “si quieres, puedes” que ha destrozado y sigue destrozando la vida de muchos jóvenes, y de otros que ya no lo son tanto. Esa lapidaria frase, unida a otras del estilo de “persigue tu sueño”, “no te rindas nunca” y similares han convencido a buena parte de la población de varias cosas realmente nocivas para una vida y un equilibrio mental sanos que nos permitan vivir tranquilos.

Primero, nos han hecho creer que todo el mundo tiene que tener un “sueño” que cumplir, lo que no es cierto ni tiene por qué serlo. Durante generaciones, la mayor parte de las personas tenía proyectos, metas, ilusiones... Los sueños se tenían en la cama, de noche, mientras dormías, y todos teníamos claro que no eran realidad ni lo iban a ser jamás; que si una soñaba que volaba sobre los rascacielos de Shanghai, era una cosa muy bonita mientras duraba, pero ni era verdad ni iba a serlo nunca. Las metas eran ideas de futuro que tenían posibilidades de realización, siempre que se concretaran a través de planes, que uno pusiera los medios a su alcance y diera los pasos necesarios, uno tras otro, para alcanzar lo deseado. Si querías ser pianista, tenías que aprender solfeo, ir a clases con un buen maestro o al menos con alguien que supiera más que tú, y practicar durante muchas, muchísimas horas. Los proyectos eran planes de futuro muy concretos que te ayudaban a no perder el rumbo en la realización de algo que tenía claras posibilidades de llegar a suceder. Las ilusiones -preciosa palabra y precioso concepto que parece haber desaparecido del mapa, absorbido quizá por esa mala traducción de “dream”- eran deseos irrealizables (o casi) que una disfrutaba por sí mismos, sabiendo que nunca se harían realidad; eran locuras que sabías que lo eran y te daban placer por el mero hecho de imaginarlas, sin sentirte fracasada ni deprimida por que no sucedieran. 

Ahora no. Ahora ya no hay ilusiones, hay “sueños” que deben ser perseguidos. Y además, da la sensación de que lo único que tienes que hacer es desearlo de verdad, con toda tu alma, para poder realizarlos. Nadie te dice que hay cosas que no vas a poder conseguir, por mil razones: porque no estás dotado para ello, porque no tienes las posibilidades de estar en ciertos lugares o conocer a ciertos maestros, porque no dispones de bastante dinero, porque has nacido en un lugar o un estamento social y económico que te lo pone todo en contra, porque no tienes suficiente talento, porque no tienes disciplina, porque la suerte, que es un factor que siempre hay que tener en cuenta, no te acompaña.

En la famosa obra “El principito”, de Antoine de Saint Exupéry, cuando el protagonista visita al rey y este se muestra dispuesto a concederle el deseo que pida, el niño le dice que le gustaría ver una puesta de sol. Entonces el rey le dice: “pídemelo dentro de unas horas y te lo concederé”. Hay deseos razonables que solo pueden cumplirse cuando se dan las circunstancias necesarias. Desear ver una puesta de sol a mediodía es posible, pero no se puede conseguir, porque el sol se pone por la tarde.

Ahora hay gente que decide de pronto que quiere ser estrella del rock y se compra la mejor guitarra que puede permitirse, sin darse cuenta de que no puede comprar el talento musical ni las miles de  horas necesarias para hacer sonar el instrumento de un modo que destaque en el mundo de la música rock. Hay quien se apunta a un dojo, se compra todo el equipo y al cabo de unos meses está harto de practicar, de no ser ya un Bruce Lee, y abandona. Con estos ejemplos me refiero a cosas que con talento, paciencia y esfuerzo se pueden conseguir. En estos puede ser cierto que, si no llegas a dominar una disciplina, es porque no has invertido bastante. Pero, incluso si llegas a dominarla, no es verdad que puedas llegar a lo más alto solo con desearlo.

Nos han convencido que todo depende de nosotros y eso, además de ser mentira, hace que la culpa del fracaso esté en nosotros mismos. Además de no conseguir lo que deseabas, de no poder “vivir tu sueño” resulta que la culpa es tuya, no del sistema ni de la mala suerte, ni de que, siendo quien eres, no es razonable desear algo que no podrás alcanzar.

Muchos adolescentes entran en terribles espirales de autoconmiseración cuando descubren a los catorce o quince años que no han llegado a nada en su vida, que “no son nadie”. Les han lavado el cerebro con la idea de que todo es posible y todo tiene que suceder muy deprisa, que si a los veinte años no eres rico y famoso, nunca llegarás a nada, y además, por tu propia culpa, porque no has tenido un sueño lo bastante grandioso y no has luchado por él. Conozco a muchos chicos y chicas que no tienen la menor idea de lo que quieren hacer en el futuro. Es lo normal. Yo tampoco sabía con claridad cuando estaba en el instituto a qué quería dedicarme el resto de mi vida. Como parece que imaginar futuros en los que uno es electricista, peluquero, impresor, periodista, abogada... resulta poco glamuroso, empiezan a imaginar profesiones y situaciones más esplendorosas. Muchos desarrollan “sueños” hacia profesiones creativas o artísticas -escritora, bailarín, pintora, actor, cantante, directora de cine...- y entonces, a la presión a la que ya están sometidos se añade la presión de que, incluso si estudian, trabajan muchísimo y consiguen ejercer una de esas profesiones, también se sienten fracasados cuando no pueden vivir de ello o no llegan a lo más alto. Porque, hoy en día, se nos hace creer que si no estás en primera fila, cobras honorarios de seis cifras y te reconocen por la calle, no ha valido la pena, no lo has logrado.

La verdad es que nos han hecho un flaco favor diciéndonos que todo lo que podamos imaginar es alcanzable. Creo entender cómo hemos llegado a esta situación: las generaciones anteriores eran mucho más modestas en sus aspiraciones, el mundo estaba claramente dividido entre los que podían tenerlo todo y los que habían nacido para estar abajo y obedecer. Era una situación injusta y nociva, y fue un desarrollo muy positivo el que empezáramos a atrevernos a tener ilusiones, esperanzas, a poner la vista en metas más altas y a generar proyectos de vida. Tenemos un proverbio español que dice “Querer es poder” y en inglés uno, que casi me parece más acertado “Where there is a will, there is a way” (si hay voluntad, hay manera). Era importante saber que puedes luchar para alcanzar lo que deseas, pero, en los tiempos pasados, todo el mundo sabía que no había garantía de lograrlo, que el desear algo desesperadamente no te garantizaba que lo consiguieras, mientras que ahora la culpa siempre es tuya si no llegas, y además, solo es porque no lo has deseado bastante. Es mentira y hace mucho daño, igual que lo de no rendirse. ¿Qué tiene de malo darse cuenta de que lo que deseabas no es alcanzable, por mucho empeño que pongas? Es muestra de inteligencia saber hasta cuándo luchar y cuándo dejarlo. Es una forma de salvarse uno mismo. No es un fracaso ni una muestra de debilidad. Es saber cuándo has llegado a tu límite, dejarlo con elegancia, para no romperte, y buscar otra meta que puedas alcanzar.

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