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El síndrome Calimero

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ante la bancada del PP

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En política dar pena solo acaba sirviendo para tener un funeral más bonito. Buscar la conmiseración o la lástima vale para ganar festivales o premios de alguna academia, pero no para gobernar; ni siquiera mal. El Gobierno de coalición contaba estar a estas alturas navegando un verano sin restricciones y con millones de turistas mientras daba buenas noticias a diario. En su lugar le ha tocado encadenar una guerra, otra crisis económica y un escándalo de espionaje de la España de antes de la pandemia y la Catalunya del procés. La política y el fútbol son así. Supérenlo.

Con todas las cosas buenas que hemos hecho –la vacunación, los presupuestos, los ERTE, la subida del SMI, el IMV, la actualización de las pensiones, la reforma laboral, la ley de cambio climático, las ayudas al combustible, la isla ibérica…– “¿por qué no nos quieren más?”, parecen preguntarse sin decirlo en voz alta todos los miembros del Ejecutivo de Sánchez cada vez que hablan en público; como lo hacía el pobre Calimero, el pollito de plumaje negro del cual renegaba su familia de plumaje amarillo, aunque fuera solo en apariencia.

“Lo que le importa al ciudadano”, como proclamó Sánchez en su primer mitin de precampaña andaluza, las “cosas de comer” como resumen los gurús de la Moncloa, van bien, en el extranjero todo son aplausos y felicitaciones; pero en España todo se torna barullo y polémica. Hay tanto ruido que a Núñez Feijóo le ha bastado con bajar un poco la voz para ponerse primero en las encuestas. 

Concluir que el mundo les es hostil acostumbra a ser el final del camino para quienes se dejan atrapar por este síndrome. No le faltan razones al Ejecutivo para sentirse un poco Calimero. No hay más que mirar la distancia que existe entre la buena valoración de las políticas del Ejecutivo de coalición y la regular valoración de sus responsables, como si no tuvieran nada que ver. 

A pesar del enorme ruido generado por el propio Gobierno y sus socios, sus votantes saben y reconocen las muchas cosas buenas que se han hecho. No es ese el problema. Como la familia de Calimero, en el fondo, sus votantes aún le quieren. El problema es que no ven claro qué viene a continuación. Y la gente, de derechas o de izquierdas, vota mirando hacia adelante, no hacia atrás. Las elecciones son entrevistas de trabajo, no exámenes finales. 

A mitad de la legislatura aún hay demasiados actores que van de farol y juegan como si aún estuvieran negociando al principio y pudieran hacerla terminar mañana. Por eso se genera tanto lío y tanta contaminación acústica. Contrariamente a lo que se suele decir, el principal problema de Pedro Sánchez reside en que es el único que no va de farol y siempre ha dicho claramente qué quiere: acabar la legislatura. 

A lo mejor, en vez de andar a lo Calimero, le convendría mantener la mano a ver hasta dónde aguantan tanto farol tantos. A ver si es verdad que Feijóo tienen tantas ganas de elecciones y gobernar con Vox, a ver si al “Frente Amplio o como se llame” –Pablo Iglesias dixit– le apetece escuchar ya a la ciudadanía y que vote, o a ver si a Esquerra le conviene tanto ir a unas elecciones generales antes de poner más distancia con Junts en la Locales del 2023. Los partidos vascos lo entendieron al día siguiente de la investidura. Por eso nunca van de farol.

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