Es posible que la Unión Europea esté exhalando sus últimos suspiros. Al menos en su actual encarnación, la que empezó a diseñarse en Maastricht hace más de 30 años.
La decisión, finalmente negativa, sobre la cesión a Ucrania de los activos rusos congelados por la UE da una idea de cómo están las cosas y de cómo pueden evolucionar en los próximos años. Para empezar, los argumentos legales expuestos por Bélgica (que detiene el 62% de los 210.000 millones) sonaban razonables (“¿Y si llegado el momento tenemos que devolvérselos a Rusia?”) y a la vez extemporáneos: ¿queda alguna potencia en el mundo, al margen de esta pequeña comunidad rica en el extremo occidental de Eurasia, que respete los principios de la legalidad internacional?
Evidentemente, no lo hacen ni Rusia ni Estados Unidos. Cabe suponer que la relativa contención de China acabará un día u otro, a la vista de que en el mundo no impera otra ley que la fuerza.
Tras los argumentos legales acabó asomando la realidad, que ya no requiere disimulos: los gobiernos europeos de ultraderecha (Italia, Hungría) y filorrusos (República Checa, Eslovaquia) se alinean con el Kremlin en los momentos decisivos. Descartado el uso de los activos rusos para financiar el gasto bélico ucraniano, se optó por la solución habitual: pagar.
Si se quiere apelar al optimismo, puede resaltarse que el hecho de emitir nueva deuda mancomunada (90.000 millones de euros destinados a Ucrania) refuerza la unidad entre los miembros. Pero el realismo obliga a constatar también que lo de echar mano de la cartera y aumentar un endeudamiento global ya muy elevado implica perjuicios y tiene sus límites.
Siguiendo con el realismo, aventuremos hipótesis plausibles. Parece bastante posible que tras las próximas elecciones presidenciales, en 2027, la ultraderecha ocupe el palacio del Elíseo. También parece bastante posible que en 2027, o antes, PP y Vox (o, ya puestos en especulaciones, Vox y PP) alcancen una mayoría parlamentaria y el gobierno de España.
¿Podrá entonces la Unión Europea seguir siendo la Unión Europea? Los valores, por llamarlos de alguna forma, de la ultraderecha coinciden casi exactamente con los de Vladímir Putin y Donald Trump. ¿Qué pasará cuando imperen también en Bruselas?
Dejando de lado Francia, ya hemos comprobado en diversas comunidades autónomas españolas, especialmente en Valencia (a la espera del resultado extremeño), que Vox sabe imponer sus condiciones al PP. Hasta ahora, en ámbitos autonómicos, Vox ha preferido centrarse en los temas que le procuran mayor rédito electoral: el rechazo a los inmigrantes y la llamada “guerra cultural”, esa mezcla de nostalgia por un mundo pasado y nacionalismo rancio.
De llegar al gobierno, resulta esperable que Vox quiera y pueda imponer al PP al menos una parte de su programa en política internacional: supremacía del Derecho español sobre el comunitario, controles fronterizos, exigencia de unanimidad para cualquier decisión en Bruselas y abolición de los programas para moderar el cambio climático, entre otras medidas.
Más allá de lo que especifica su programa, Vox, como los partidos de Giorgia Meloni (entusiasta de las deportaciones) y Viktor Orbán, simpatizará de forma natural con cualquier iniciativa de Trump y Putin y privilegiará, como ellos, la ley del más fuerte.
Habrá que ver, si las cosas ocurren como vaticinan los sondeos, qué queda de la Unión Europea.