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La vida es un caos

El filosófo Ortega y Gasset.

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El político, incluso el famoso, es político precisamente porque es torpe

Ortega y Gasset. La rebelión de las masas

Observad a los que os rodean y veréis cómo avanzan perdidos por la vida. Los oiréis hablar con fórmulas taxativas sobre sí mismos, lo cual indicaría que poseen ideas sobre todo ello. Pero si analizáis someramente esas ideas, notaréis que no reflejan ni mucho ni poco la realidad a que parecen referirse, y si ahondáis más en el análisis, hallaréis que ni siquiera pretenden ajustarse a tal realidad. Todo lo contrario: el individuo trata con ellas de interceptar su propia visión de lo real, su vida misma. Porque la vida es por lo pronto un caos donde uno está perdido. El hombre lo sospecha; pero le aterra encontrarse cara a cara con esa terrible realidad y procura ocultarla con un telón fantasmagórico donde todo está muy claro. Le trae sin cuidado que sus “ideas” no sean verdaderas; las emplea como trincheras para defenderse de su vida, aspavientos para alejarse de la realidad. 

Cierro comillas.

No las he abierto antes para traerles sobre el terreno, para que degusten la actualidad de unas palabras que fueron escritas en 1937 por el filósofo José Ortega y Gasset. Solo para que vieran cómo en ese telón fantasmagórico que nos empleamos en tejer hasta nos parece nuevo lo que es tan clásico. Cómo seguimos corriendo para huir de esa sospecha: que la vida es un caos donde uno está perdido. Solo que ahora muchos ni siquiera huyen corriendo de esa idea que infunde pavor y obliga a buscar un sentido a la existencia. Ahora muchos ni siquiera hubieran sido capaces de formularla y, por ende, tampoco la leerán jamás en boca de otros. Si no saben que existe ni siquiera serán capaces de buscar en san gugel para encontrarla. No habrá un influencer que se la transmita.

Los idearios como aspavientos para alejarse de la realidad. No hay nada más actual ni más fatigoso. Nada más pobre. Nada más peligroso. Cavar trincheras frente a la realidad es solo un seguro de que sus legiones te aplastarán pasando sobre ti. ¿Cuántas personas quedan en cada generación que se hayan planteado las grandes preguntas? No digo que las hayan resuelto, que es imposible, digo tan solo que se las hayan planteado. ¿De dónde vienes? ¿A dónde vas? ¿Qué sentido tiene todo esto? Hay políticos y padres y profesores y empresas borrando con goma de engaño cualquier chispa que pueda llevar a estas preguntas. 

Las gentes se suicidan tras la pandemia, los jóvenes, los casi niños. No miremos hacia allá. Tal vez solo han descubierto la realidad del caos en que habitamos. Tal vez se han quedado sin trincheras para defenderse de la vida. Esa generación que clama porque acusa a otros de haberle dejado un presente y un futuro peor, ¿quién les ha hablado del caos? ¿quién les vendió la claridad? No les dieron a leer a Ciorán pero tampoco a Ortega, no les dieron a leer a Unamuno y no supieron del sentido trágico de la vida. Hacen aspavientos para alejarse de la realidad sin saber que, hagan lo que hagan, no la disuadirán ni la espantarán. 

Avanzan perdidos por la vida. Como tantos. Como casi todos. Amparados por un ruido creciente que evita sentir el pavor y el vértigo de la falta de sentido no solo de la existencia sino del mundo que nos rodea. 

Veinte años de la caída de las torres. Soflamas y recuerdos. Pocas respuestas a preguntas que nunca fueron planteadas con precisión. América se ha venido abajo como sus emblemáticos edificios porque nunca quiso entender que la vida es caos, porque se derrumbó al sentir que no era capaz de mantenerlo a raya, de dominar la realidad, de dotar de sentido a su existencia más allá de la mera fortaleza de esas “ideas” que les servían de trincheras. En una huida hacia adelante intentaron cambiarlas por otras trincheras cavadas en el desierto pero mover tropas, invadir terrenos, perderlos, replegarse es solo un remedo de una batalla que debe producirse en el interior de los individuos, en lo más profundo de las sociedades. La vida es un caos y los occidentales corremos a escondernos en las redes o en las compras o en los viajes low cost, como si el caos no fuera a alcanzarnos así, como si eso hubiera resumido y compendiado la angustia vital de la humanidad expresada durante siglos en la palabra vibrante o exhausta de tantos pensadores.  

“El hombre de cabeza clara –prosigue Ortega– es el que se libera de esas 'ideas' fantasmagóricas y mira de frente a la vida, y se hace cargo de que todo en ellas es problemático y se siente perdido”.

¿Se sienten perdidos? Están vivos. El que lo acepta ha empezado a encontrarse. El que lo reconoce está empezando a encontrar el camino de la solución. Buscará entonces una tabla de salvación dentro de sí. “Esas son las únicas ideas verdaderas, las ideas de los náufragos. El que no se siente de verdad perdido, se pierde inexorablemente”. Los individuos y también las sociedades que son poco más que amalgamas de individuos que se relacionan entre sí. 

Sé que esperaban que les hablara de cosas importantes: de lo de Malasaña, de un obispo, tal vez de una subida de 19€ que está muy disputada o de poner o no poner más dosis de vacunas o de esa disputa por presidir un partido. Les pido perdón, aunque me consta que les he hablado en realidad también de todo ello. 

“El exceso de buena fortuna había dislocado al cuerpo político romano”, continúa un poco más abajo el filósofo. Los problemas del primer mundo, nuestras ridículas cuitas, acabarán por dislocarnos y sepultarnos bajo los escombros de nuestras torres de Babel. 

La vida es caos y estamos perdidos en él. 

No podemos huir. 

¿Sabremos hacerle frente?

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