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Yo votaría al PP (si nécessaire…)

Marine Le Pen en foto reciente durante un acto de su campaña electoral.

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Una singular ventaja que Hitler poseía era que su propio pueblo se creía todo lo que decía mientras el resto del mundo no lo hacía

Upton Sinclair

Yo votaría al PP, si fuera necesario. Si en España hubiera un sistema de segunda vuelta y hubiera que elegir entre Feijóo y Abascal, por ejemplo, o en cualquier otra circunstancia en la que la otra posibilidad fuera que la extrema derecha llegara al poder. Supongo que esa convicción es la que me lleva, a mí y a muchos compatriotas, a contener el aliento ante las elecciones francesas de este domingo que, esta vez sí, revisten una relevancia máxima para todos los europeos y, obviamente, para nosotros españoles. La cuestión es de tal gravedad que, por primera vez desde que la extrema derecha francesa llegó a la segunda vuelta en 2002, tres dignatarios europeos socialdemócratas –el español, el portugués y el alemán– han suscrito una petición de voto para Macron. En esto no te puede temblar la mano, como tampoco tendría que haber temblado a la hora de impedir que Vox llegara al poder en Castilla y León. Jamás el partido de Marine Le Pen ha tenido el gobierno de ninguna región en Francia.

Lo cierto es que la llegada al poder de Marine Le Pen significaría un cambio tan profundo en la Unión Europea que, sin duda, nos afectaría de pleno en un momento en el que hasta los más escépticos han comprendido que para los españoles es un paraguas formidable: económico, social y jurídico. El mero hecho de que quiera unirse a sus amigos húngaros y polacos para discutir la supremacía del derecho comunitario sobre el nacional debería alertarnos a todos. Y cuidado, porque es obvio que hay una parte del Poder Judicial español al que le toca las puñetas no ser la suprema cúpula incuestionable, ya lo habrán notado ustedes. 

La política francesa y la española no son totalmente equiparables, pero el viraje hacia regímenes iliberales tiene pautas comunes. Una de ellas son las propuestas para destruir la democracia desde dentro, afirmando usar “la ley” pero destruyendo de hecho el Estado de derecho. Sobre esto quiero hacer ver los paralelismos entre lo que se trae entre manos “la dulce Marine” y lo que replica de forma evidente Vox. Es evidente en ambos casos que sus programas recogen propuestas que para ser puestas en práctica exigen una ruptura con las respectivas constituciones, es decir, son claramente inconstitucionales. Es común al populismo defender que las garantías constitucionales constituyen una especie de corsé insoportable que les impiden poner en práctica sus novedosos programas para devolver la democracia al pueblo o para romper de forma radical con el estado precedente de derecho. 

Los que disculpan a Vox, los que lo ven como “un partido cualquiera”, los que son capaces de pactar o gobernar con ellos, suelen alegar que a fin de cuentas nuestra Constitución no es militante y que, por tanto, es perfectamente legítimo hacer propuestas que no entren en sus límites, una capacidad que normalmente les niegan a los partidos nacionalistas o independentistas, pero esa es otra vaina de la que ya tocará hablar. En el caso de Marine Le Pen, esas propuestas anti constitucionales pasan por la instauración de lo que ha dado en llamar “prioridad nacional” para los “verdaderos franceses”, que no son los inmigrantes, y que afecta al derecho a la vivienda y al trabajo y al principio de igualdad consagrado por la constitución francesa. Lo mismo sucede con su promesa de poner en causa la primacía del derecho comunitario, que está consagrada en el artículo 55 de esa norma fundamental francesa. En el caso de Vox se trata de la anulación del estado de las autonomías –todo el Título VIII de la CE– de la inmigración o de la devolución de competencias al estado central. Sin ir más lejos el flamante vicepresidente de Castilla y León recordaba en su investidura que esos son los objetivos fundamentales de su formación. 

El argumento de fondo es que de forma “totalmente democrática” pueden cambiar las reglas del juego puesto que lo que el pueblo ha refrendado –las constituciones– el pueblo lo puede cambiar. Si las normas constitucionales son contrarias a lo que el pueblo quiere, deben ser cambiadas. Lo cierto es que ni Le Pen, ni Abascal, ni Orbán en Hungría, tienen ni tenían la fuerza suficiente en votos para poder poner en marcha sistemas de reforma constitucional que respeten las normas de reforma recogidas por esta y que pasan, entre otras, por mayorías muy reforzadas en ambas cámaras. ¿Cómo piensan salvar ese pequeño escollo? Pues haciendo la trampa de vender que basta con la simple vía del referéndum. Así lo ha manifestado Le Pen y así lo decía Abascal en 2019: “¿Por qué no nos dejan hacer un referéndum consultivo sobre la emigración, sobre qué hacer con los violadores y asesinos, sobre qué hacer con las autonomías o si el Estado ha de recuperar competencias en materia de educación o sanidad?”.

En Francia voces jurídicas y constitucionalistas muy reputadas ya están haciendo saber que esto se parecería mucho a “un golpe de estado democrático” refiriéndose a las propuestas de Le Pen. Hay que estar atentos y velar porque así es como corremos el riesgo de perder lo que tenemos. En este paso reside la diferencia entre una democracia y el populismo. “Una democracia no es el gobierno del pueblo sin límites. La finalidad de una Constitución es instaurar principios fundamentales y ordenadores, jurídicamente superiores a la ley para garantizar las reglas de expresión del voto democrático. La estabilidad de esta ley constitucional es necesaria para asegurar que el Estado de Derecho no pueda ser pervertido por un dirigente populista que buscaría, con el aval del pueblo, librarse de instituciones que garantizan la separación de poderes”, escribía el jurista Spinosi. La extrema derecha europea intenta librarse de esos corsés democráticos apelando a lo que podría parecer la máxima expresión de la democracia y ahí reside la trampa de todos los populismos y entre las derechas liberales tradicionales y estos nuevos partidos. Por eso un demócrata acepta la alternancia, con el gobierno de aquellos a los que no vota, pero con la seguridad de que el juego democrático será limpio y que los principios básicos y los postulados comunes de la sociedad de que se trate no serán alterados. Por eso es un problema comparar o asimilar al Partido Popular con Vox y por eso es un suicidio alentar que se lancen en brazos de la extrema derecha. Por eso en una disyuntiva como la que tienen los franceses hoy, las prioridades deben estar claras. 

Solo si tu postura es tan populista como la de Le Pen o solo si tu objetivo es tan igual de destructor del Estado de derecho existente, puedes plantearte no cerrarle el paso a la extrema derecha. Ese es un gran error de la derecha tradicional española pero no solo de ellos. Por muy chuleta que te parezca Macron o por muy liberal o por muy inaguantable. Macron asegura a todos los europeos que la constitución francesa se encuentra al abrigo de las fluctuaciones de los gobiernos, como aquí lo hacen otros partidos. Ahora menos que nunca hay que destruir los diques que pusieron los forjadores de las democracias occidentales para impedir que estas saltaran por los aires. 

Ahí es donde flojea el antifascismo de muchos. 

Yo votaría al PP si fuera necesario antes de dejar que llegara al gobierno Vox.

Conviene no equivocarse con las cosas de comer. ¡Ojalá no lo hagan los franceses! 

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