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Disculpen mi atrevimiento
Desde hace ya algún tiempo he intentado desconectar parcialmente de la tediosa actualidad. Además, ciertas noticias afectaban negativamente a mi tensión. Sin embargo, he de admitir que en las últimas semanas he recaído en este vicio. Y es que he estado siguiendo la campaña electoral a la Comunidad de Madrid en sus retazos finales a raíz de hechos que acontecieron y que, a mi parecer, deberían hacernos reflexionar más de lo que me da la sensación que se está haciendo. Convendría tomarse un respiro y pararse a pensar lo que hemos llegado a ser y, más en concreto, lo que queremos ser de aquí en adelante. Pensar en lo que vamos a dejar a los que vengan que, de momento, no tienen culpa. No hablo ecológicamente, que también. Hablo socialmente.
Creo que hay un problema que podemos ver reflejado en los resultados de estas elecciones de Madrid y que está pasando desapercibido. Y no es algo que podamos achacar sólo a los ciudadanos de esta comunidad autónoma. No son ese irreductible pueblo que resiste al César, y que algunas personas quieren que creamos. Más bien son el reflejo de una sociedad que ha sido dividida. Y digo ha sido, porque no recuerdo personalidad alguna que apelase a la unidad sin palabras vacías. El centro político está desapareciendo debido al continuo enfrentamiento. Sólo hay que ver los resultados de estas elecciones y cómo los únicos grandes partidos que han perdido votantes son Ciudadanos, que se ha quedado sin representación, y el PSOE, que ha perdido el treinta por ciento de sus votantes respecto a las elecciones del 2019. Desaparece el centro y crecen los extremos.
No. Los partidos políticos no son un equipo de fútbol que gana un torneo por haber sido mejor que el resto durante una serie de encuentros. Son un equipo de personas que gestionan lo público de una u otra manera. Y a los que los ciudadanos eligen para tal cometido y con la esperanza de que administren el dinero de todos lo mejor posible y, sobre todo, de esa manera que han prometido. Y es que a veces conviene recordar que los políticos son personas cuya tarea es administrar lo público, es decir, lo de todos, con la máxima eficacia y en busca de un objetivo marcado por los apoyos de la ciudadanía.
Y sí. La política vive de grandes eslóganes. Pero no debe basar su proyecto en una frase que haya surgido en un momento de lucidez de algún asesor. Un partido político está obligado a presentar un proyecto de futuro para la región que desea gobernar y a la persona más idónea para llevar adelante ese proyecto. Un proyecto a largo plazo acompañado de decisiones a corto y medio plazo encaminados a lograr ese objetivo. Y tienen la obligación de explicárselo a la ciudadanía. Y la ciudadanía tiene el deber de informarse de los diferentes proyectos antes de darle su apoyo a alguno. No deberíamos dejar que la política se personalice en líderes. Un proyecto no debería basarse en un político y ningún político debería sobrevivir al proyecto que representa.
Es normal que unas ideas sean contrarias a otras. Pero no es normal que quien expone sus ideas, lo haga negando la validez de las otras. Cierto es que yo tengo muy claro en qué tipo de sociedad me gustaría vivir. Pero también creo que es una utopía irrealizable en este mundo. Y por eso, porque tengo la capacidad de imaginar situaciones hipotéticas, y de asimilar que se trata de eso, de situaciones hipotéticas, entiendo que ninguna teoría puede ser llevada a la práctica sin ser moldeada. Todas las teorías económicas en sí mismas pueden ser buenas. Pero a la hora de llevarlas a cabo siempre habrá que conjugarlas con otras, porque son eso, teorías. Y por eso, no valen sólo los eslóganes. Porque en la práctica no todo es tan sencillo. No podemos permitir que las campañas electorales se basen en una confrontación de frases resultadistas. No admito el “Comunismo o libertad” ni el “Fascismo o derechos”.
Creo que no deberíamos conformarnos con simplezas. Me gustaría pensar que sólo estamos aturdidos por el día a día de nuestra rutina. Aunque empiezo a sospechar que somos una sociedad que necesita un enemigo para creernos mejores. Y por eso calan tanto esos eslóganes. Hasta ese punto llega el egoísmo que llevamos marcado a fuego por un sistema educativo que nos impulsa, o fuerza, a ser los mejores y a pasar por encima de los demás si es necesario. A luchar por lo de cada uno, y no por lo común. Y es por eso por lo que tenemos políticos que actúan en función del número de votos que ganan, y no buscando el bien común de una sociedad diversa, que dice demandar puntos de encuentro, pero que no está dispuesta a ceder.
No suelo subirme al cajón a expresar mi opinión en público, así que pido disculpen mi atrevimiento…
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