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Matar a un ruiseñor
Matar un ruiseñor
Nací y crecí en un pueblo entre montañas con una impresionante biodiversidad de flora y de fauna. Las bandadas de todo tipo de pájaros es un recuerdo fundamental de mi infancia. Pero al ruiseñor, solo lo vi y lo oí cantar en dos ocasiones.
Ya de pequeño aprendí que lo que diferencia al ruiseñor de otros pájaros es la potencia, variedad y constancia de su canto y, también, que es capaz de cantar de día y de noche.
Por tanto, ya soy consciente desde mi infancia que los ruiseñores son, como decimos en economía, un bien escaso.
Pasado ya muchos años me volví a topar con el ruiseñor cuando vi la oscarizada película de 1962 , protagonizada por Gregory Peck, titulada “Matar un ruiseñor.” En esta película Peck encarna a Atticus Finch, un abogado con altos principios morales y de gran integridad. Atticus logra demostrar la inocencia del hombre negro acusado de la violación de una mujer blanca, pero aun así es declarado culpable, en este caso por los prejuicios raciales.
Los hijos de Atticus se enfrentan a ese hecho injusto y al trato que la sociedad da a un indigente que les ayuda. Empiezan a despertar a la vida dándose cuenta de la crueldad e hipocresía del mundo adulto y a la injusticia que, a veces, produce la “justicia”. Su padre les explica: “Matar ruiseñores que solo cantan y no hacen daño es un acto malvado”.
Todos estos recuerdos han aflorado como la consecuencia de la sentencia que ha condenado al Fiscal General del Estado en el que he vuelto a reconocer la crueldad y la hipocresía de nuestro sistema judicial.
Cinco “hombres sin piedad” han procedido a ejecutar en la plaza pública a una persona que ante un bulo que desprestigiaba a la fiscalía que dirigía trató de defenderla y que no se mancillara su profesionalidad.
Les han acompañado una campaña política y mediática, un colegio de abogados y una asociación de fiscales. No creo que ningún ciudadano, cuando tenga algún enfrentamiento con un juez o un fiscal, reciba el apoyo y defensa de estas dos asociaciones, como ha ocurrido con el presunto delincuente. No puedo comprender como los miembros de estas asociaciones no cuestionen esta implicación de sus dirigentes.
Tengo el honor de conocer a Álvaro desde hace muchos años y sé de su integridad, su calidad profesional, su vocación de servicio público y, fundamentalmente, que es una “bellísima persona” (como el exjuez García Castellón dixit).
Mi despertar a la realidad cotidiana, como los hijos de Atticus, tras la actuación del Tribunal Supremo, como un órgano que ilumina el sistema judicial español, me ha dejado perplejo y desolado con esta sentencia.
Hay muchas personas, que de buena fe, creen que esa sentencia está fundamentada, pero simplemente leyendo los votos particulares, podrán darse cuenta de la desfachatez con la que los cinco han actuado.
Se han cargado un ruiseñor, un gran servidor púbico y esto es un acto malvado. Es una gran pérdida para todos los demócratas y un desprestigio para el sistema judicial.
En nuestra democracia, como observamos en las noticias diarias, faltan personas íntegras al frente de nuestras instituciones. Los ruiseñores son un bien escaso y cuando aparece uno ya se encarga el corrupto sistema de matarlo.
He regresado a vivir al pueblo de la infancia y no he vuelto a ver un ruiseñor y ya casi no quedan pájaros. Constato que, efectivamente, los ruiseñores son un bien escaso.