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Contra el miedo

Ramón Soriano Cebrián

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En la edición digital de un diario local vienen apareciendo hace días, diversas “noticias” con llamativos titulares tales como: “Nostradamus anuncia un fuerte ataque a España en 2023” o “Las sombrías predicciones de Nostradamus para 2024 ponen en alerta a los líderes mundiales”. Sorprende de entrada que este tipo de “artículos”, evidentemente pagados por alguien, aparezca no a primeros de año, en que suelen ser habituales gracias a redactores con pocas ganas de trabajar, si no en pleno mes de mayo. Si al final, y picado por la insistencia con que se publican lees su contenido, se hace un poco de luz. Textualmente en uno de ellos se dice que España “sufrirá grandes cambios climáticos y un fuerte ataque, así como disputas internas que dividirán al país y lo llevarán directo a la deriva”. Si relacionas el sentido de frases como esta y el periodo electoral en que se publican, empiezas a encontrar sentido al enigma.

No hace falta indagar mucho para identificar a los que continuamente lanzan mensajes apocalípticos anunciando día sí, día también, el mayor de los desastres si las cosas continúan como hasta ahora, ofreciéndose para arreglar lo que sólo ellos ven mal. Son los mismos que utilizan la más abyecta y despreciable táctica, la de generar el miedo irracional e incontrolado, en la búsqueda de lograr un beneficio propio.

Históricamente la humanidad ha padecido miedo. La incertidumbre, inseguridad, desconocimiento del mañana y las propias experiencias vividas pueden ser causa de un pavor capaz de llegar a ser anestesiante, dejando a quien lo padece inerme y en manos de quien sabe manejar ese tipo de sentimientos. Cierto es que muchos de los miedos que vivimos pueden vencerse con un poco más de información y un somero análisis de la realidad, pero no es menos cierto que no todo el mundo está entrenado o tiene a su alcance los elementos e instrumentos necesarios para vencerlos. Por eso es más grave y rechazable la actitud de quienes se aprovechan de ello. Estos propagadores del desasosiego son los actuales trileros, o los timadores de la estampita que operaban en las cercanías de estaciones de tren para aprovecharse de la ignorancia de los aldeanos que visitaban la capital.

Juegan con ventaja ya que han tenido buenos maestros. La iglesia católica ha hecho del miedo a las penas del infierno el eje de sus políticas de captación de adeptos desde sus inicios. Para quienes hemos sido educados en el nacional catolicismo es un recuerdo sangrante el terror que sentíamos cuando, pillados en falta, al castigo terrenal se unía el anuncio del pecado cometido y la sentencia de pena eterna en el infierno si persistíamos en la falta. La sumisión y aborregamiento de las masas logradas a través de tales procedimientos es el gran triunfo de las religiones y no faltan profetas menores que, a lo largo de la historia, y aun hoy, se han subido a ese carro.

Desgraciadamente la reciente pandemia ha abonado el terreno para que broten con fuerza las flores del miedo. Hemos salido de ella con la sensibilidad tan endeble que cualquier amenaza, real o ficticia, penetra rápidamente en nuestro intelecto. Lo malo es que quienes sacan tajada de ello no propagan solamente miedos referentes a la salud, inculcan el temor a los inmigrantes, a los científicos, a los sexualmente diferentes, al independentismo, o a todo aquello que perturban ese orden natural que pretenden intocable y eterno, y del que se proclaman amos y señores.

Desgraciadamente no sólo en el terreno ideológico se mueven los vampiros del miedo. No es necesario traer aquí a las empresas que agitan el miedo a la okupación como instrumento para vender más alarmas, o a las que asustan con el colesterol u otra enfermedad común incitándote a consumir sus productos, pretendidamente curativos.

Volviendo al principio, estoy convencido de que si preguntásemos al director del diario que publica esos insertos si está de acuerdo con la propagación del miedo irracional, diría que no, que las normas deontológicas de la profesión están contra la propagación de falsos alarmismos. Lo que nos lleva a interrogarnos si las normas éticas tienen el límite de los ingresos por publicar determinados contenidos. No vale decir después que el diario no es responsable del contenido de lo publicado por dinero, fomentar una vida sin miedos es responsabilidad de todos y los medios tienen reservado un papel protagonista en la misión.

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