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¿Para qué podría servir un colegio público?

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“Que no se olvide nunca de que es gitana” le pide Saray (Vis a vis) a la pareja que va a acoger a su hija mientras ella termina de cumplir su condena, “que vaya a un colegio público con negros, moros y rumanos, que ahí sí que se aprende”.

En un colegio público sí que se aprende, dice. Y no se refiere Saray con esa afirmación sólo a la enseñanza de contenidos académicos, transmitidos por profesionales ampliamente competentes en su especialidad (que además también se forman posteriormente en cuestiones de pedagogía, inteligencia emocional, y hasta psicología). Saray quiere que su hija estudie en un colegio con negros, moros y rumanos. Y con gitanos, como ella, con hijos de obreros, de abogados, de maestros, de cajeras de supermercado, de parados, y de mujeres maltratadas. Con niños transexuales, discapacitados, homosexuales, musulmanes y ateos.

En un colegio público se aprende que nuestra sociedad es plural, que el mundo tiene mil colores y mil matices, que más allá de tu barrio hay otro, más o menos limpio, favorecido o peligroso. Que los que viven allí son también tus vecinos; y que el único modo de evolucionar como sociedad es construyendo una conciencia y un compromiso colectivos.

Consolidar una escuela pública fortalecida y protegida ante recortes y restricciones es la única forma de garantizar que todos, independientemente el barrio en el que se haya crecido, tengan opciones de aspirar a trabajos dignamente remunerados y no abusivos. Por supuesto, una escuela que abarque desde el colegio rural del pueblo más pequeño de la provincia de Cádiz a la universidad pública más prestigiosa de cualquier capital; que implique un sistema de becas adecuado, y másteres asequibles, para que nadie se quede a medio camino en su formación. Pero también una escuela que inculque el pensamiento crítico, el sentido de la justicia, la ética, valores que nos dignifiquen como sociedad.

En la escuela pública el único recorte asumible es el de los escollos que tienen que salvar los más desfavorecidos. Porque si lo que nos impide ser jueces, médicos, científicos o astronautas no es nuestro nivel académico o intelectual, sino la necesidad de encontrar un trabajo mañana mismo para costearnos esos estudios, y hasta para la manduca; seguiremos siendo una sociedad de clases en la que, según de dónde vengamos, podremos aspirar a ciertos puestos o tendremos que conformarnos con el primer trabajo de mierda que nos ofrezcan, sin rechistar mucho, porque detrás de nosotros hay cien más que están deseando ser explotados.

Si lo público no ayuda a todas las personas, a todas, llegarán a jueces, científicos o directores de banco sólo aquellos que se lo puedan “pagar”; llegarán a puestos de poder con capacidad de erradicar las desigualdades sociales gente de una cierta clase social a la que posiblemente le convenga la pervivencia de esas desigualdades; y con ello se condenará a muchos talentos por sus circunstancias sociales y económicas, y por ende al conjunto de la sociedad.

Una escuela pública cuidada, respetada, dignificada de verdad, y de calidad, en la que caben todos los estratos de la sociedad, aseguraría un Parlamento también plural, al que puedan llegar gitanos, hijos de obreros, de abogados, de maestros, de cajeras de supermercado, de parados, y de mujeres maltratadas; transexuales, discapacitados, homosexuales, musulmanes y ateos; bien formados y sensibles a los problemas y las dificultades de los que han crecido en las circunstancias más adversas; y dispuestos a trabajar por eliminarlas.

¿Te imaginas algo así? ¿A quién no le interesaría semejante escenario?

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