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Un trapo de cocina

22 de enero de 2024 20:58 h

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Lo que más valoro (al igual que tantas otras mujeres en su pasar por la vida) es aquello que puedo disfrutar a diario: Así, considero muy importante el techo que me cobija, abrir la ducha y que el agua salga caliente, o lo más íntimo: usar mi propio váter; ir andando a comprar el pan, preparar la comida del mediodía (temprano para ahorrar luz); desayunar tomate con pan tostado (de días anteriores) y un poco de aceite (está caro). Además, en mi caso, recoger algunos días a los nietos que salen radiantes del colegio preguntando “abuela que vamos a comer”.

Por esto quizá insignificante para aquellos que están en la élite gobernante (económica o política), una mañana de mente inquieta pasando la fregona por mi piso, con la radio encendida de fondo (conflicto llaman a una guerra que se mueve por un fundamento económico -quizá de símbolo masculino- sobre el que opinan mientras la crueldad machaca a los que son como yo), imagino que debo empaquetar mis pertenencias en un “ordeno y mando” que ignora mi parecer y he de irme de mi cotidianidad sin un claro porqué y sin saber si podré volver. Salir ¡ya! de la ciudad cuyas calles camino, lugar que es mío porque en él cada día despierto y existo y en el que algunos de los míos (familia, amigos) viven o han quedado como referencia en el cementerio.

Miro los rincones y empiezo a organizar: Cogería dos bolsos poniendo en el más grande infusiones, galletas, hilo y aguja, cerillas, velas para encender a la Madre; pañuelos, toallitas, cepillo de pelo y el de dientes; un monedero con dinero, un libro con los papeles de identificación, tarjeta sanitaria, cartilla del banco. En el pequeño, móvil y cargador, dinero suelto, pastillas (de la tensión, del dolor de cabeza), crema de manos, cacao de labios, papel y bolígrafo, y, ¡las llaves de la puerta de mi casa!

Llevaría la mochila con más útiles de aseo (gel, pasta de dientes) una toalla, ropa interior, sudaderas y acoplaría como pudiera una bolsa con comida enlatada.

Una maleta ¿sábanas y mantas?, descarto las mantas (pesan y ocupan mucho), en todo caso cogería la vieja de cuna que arropa las rodillas; sábanas; además tendría que meter ropa, ¿cuál?, la útil: pantalones y jerseys, de invierno y verano, ¡ah!, un vestido, el que más me gusta aunque no sea el más nuevo. Y, al menos, dos libros.

Recogiendo pelusas reviso que es imprescindible para un viaje obligado: debería hacer hueco para una radio (la uso a diario).

¡No me puedo llevar todo! (alcanzo a opinar sin micrófono al lado).

Lo que diariamente compone mi yo, adorna o ensambla mi vida o abarca mi vista de una ojeada no cabe en maletas:

No se puede empaquetar el aire mañanero frío de esta tierra, el hinojo seco que resiste erguido al lado de una cardencha en los días más calurosos, o el claro horizonte con sus marrones cerretes cabezones. Tampoco se puede empaquetar el buenos días de la vecina, la sonrisa del pequeño que dentro de su carrito espera contigo al semáforo verde, o el hecho de girarte apartándote para que pase sin dificultad el anciano empujando su andador, ni a la chiquilla cajera del turno de mañana en el hiper de la Avenida, o la del super del barrio que te es tan conocida que charlas con ella al verla por la calle; no se puede cargar en un bolsón un domingo churrero o una mañana de jueves-mercadillo.

Ni yo ni nadie tiene maletas donde quepan hechos cotidianos o gestos y miradas compartidos noche y día.

¿Qué harán las palomas urbanas y los gorriones?

Volveré me digo a mí misma (no muy convencida); porque no es verdad que los que deciden sean crueles, no es verdad que los dioses sean vengativos y el humano un despiadado sin caridad en sus hechos, no es verdad que la sinrazón tenga el prestigio del triunfo, no es verdad que vivir sea un continuo desengaño y una vaya a morir cuando todavía era su tiempo de vivir.

Con este runrún he llegado a la cocina, y, sin posible remedio, aquí, el ánimo se va al suelo con las pelusas.

Miro y remiro los utensilios ¿qué me llevo de la cocina?: Escoger pensando en el espacio y peso que ocupan más que en su uso; empaquetar en un bolsón grande... ¿qué puedo cargar o arrastrar yo sola?

No soy capaz de decidir mucho más acorralada y abatida que cuando entré.

Sí, cogeré un trapo, quizá dos, ¡un trapo de cocina siempre hace falta!

Un trapo de cocina es tan cotidiano que es muchísimo más usado a diario que un arma de matar humanos.

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