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La vida, el espacio público, la pandemia y la arquitectura

Hipódromo de la Zarzuela (imagen de la Semana de la Arquitectura de este año)

José María Torres Nadal

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Son muchas las voces que están tratando de entender y repensar, en las actuales condiciones de pandemia, la idea de “lo público”. Por evidentes afinidades, y también por el papel que han jugado en el diseño y la construcción del espacio público, gran parte de esas personas tienen que ver con la arquitectura. Yo también soy uno de ellas. Pero hace tiempo que tanto en los proyectos que he desarrollado últimamente, como en mis escritos, en la docencia impartida o en pequeñas instalaciones y montajes, he hecho todo lo posible por desviarme de las teorías y de las prácticas que ortodoxamente atendían los destinos de nuestra actividad profesional. También ahora al escribir sobre “el espacio público” siento la necesidad de seguir siendo un tránsfuga de esa ortodoxia. En primer lugar, para que este artículo no se sume al oportunismo de la urgencia, y no sea una respuesta acuciada por el desacuerdo con lo que he leído, y encontrar, en ese tiempo más largo, la libertad en la que articular una respuesta que tanto hoy como mañana tenga sentido. Y en segundo lugar para poder formular un argumento no profesional, un registro no procedente de esa misma lógica institucionalizada por la arquitectura por el diseño o por el urbanismo, con el que poder re-hacer los argumentos y dirigirme, además, a esos muchos otros seres que no podrán leer este artículo: esas otras materias vivas y esas otras especies, las raíces de los árboles y las plantas, los gusanos y el viento, el agua y la tierra seca, las flores y la lluvia de la tierra, los perros y los pájaros, todos los seres vivos no humanos a los que nunca les hemos dado voz, pero sin los cuales no tiene sentido pensar ni construir una nueva idea de espacio público.

Para realizar este viaje les propongo que nos pongamos en la piel de Rachel Carson mientras escribía Primavera silenciosa (1962). Si de lo que trato al escribir este artículo es de seducirles y convencerles de la necesidad de que vivamos la transición de un espacio público moderno a ese otro nuevo espacio público alternativo, que funcionando como un territorio de vida sea hacedor e inspirador de ecologías, tendré que argumentar esa necesidad con la ayuda de referencias que hablen de nuestra situación. Referencias que además de científicas, rigurosas y lógicas, nos sean comunes: que no estén atrapadas ni por una cultura tan hegemónica y ensimismada como la arquitectónica, ni codificadas desde unas disciplinas como el diseño o el urbanismo en profunda revisión. Este libro de Rachel Carson, tan hermoso por la belleza de su prosa como creativo por el potencial revolucionario de sus argumentos y denuncias, puede ser el aliado que necesitamos.

Sobre las alas de las abejas y mariposas, en las aguas de los ríos, por los campos y las cañadas, o desde la muerte de los juncos y desde el silencio de los pájaros, en la contaminación de nuestra comida de cada día, el libro recorre las consecuencias de la tragedia que supone el aniquilamiento sistemático de otros seres vivos y otras materias vivas, al haber basado nuestra relación con ellas en el uso sistemático del DDT y otros pesticidas. También esas otras especies y seres buscaban su espacio en la tierra. Pero ha sido nuestro posicionamiento “humanista” el que ha desplegado procesos de exterminio y devastación para resolver nuestros conflictos en el seno de ese espacio común que es la naturaleza. Y la tesis que subyace en el libro es que si se hubieran desarrollado procesos de negociación y conciliación cultural y científica con esas otras especies, si hubiésemos sabido renunciar en nuestros conflictos con ellas a aquellos registros económicos que funcionaban exclusivamente en provecho de lo humano, si hubiéramos dispuesto de procedimientos de mediación y de dialogo, dispondríamos en este momento de un caudal inmenso de experiencias y un archivo fantástico de datos y recursos que nos estarían permitiendo construir nuestra relación con lo otro en términos mucho más amables y nobles. Si hubiésemos negociado nuestros antagonismos con esas otras especies como sujetos de derechos de un mismo espacio político que es la naturaleza, todo hubiera mutado en una dirección no regida por la imposición y normalización química y farmacológica como única salida.

Y es desde ahí desde donde surge una hipótesis, que no es improbable y que es perfectamente posible: pensar que, si hubiéramos desplegado esos otros procedimientos de mediación más cultos y más amables, científicamente más nobles y económicamente menos mediados por el beneficio extremo, es probable que ya tuviéramos la vacuna que ahora necesitamos, o al menos estaríamos en condiciones de pensarla y producirla para que la curación fuese mutua: la nuestra y la de la Tierra. Es una hipótesis, es cierto. Pero no es tan nueva ni tan disparatada. Cuando Rosi Braidotti, por citar a alguien del elenco de investigadoras y pensadoras que han escrito sobre un nuevo paradigma y una nueva epistemología, escribe, hace más de 20 años, naturalezacultura como una única palabra, está dando un paso de gigante en el replanteamiento de cómo vivir de un modo alegre y confiado, afirmativamente, los amores y las peleas entre las partes en litigio.

Volvamos entonces, con esta perspectiva, al espacio público. Un espacio público que ya no es solo humano, que es un espacio político lleno de cuerpos diversos, de sexualidades distintas, de materias nuevas y mutantes, de entidades vivas que a veces discuten y pelean entre sí y otras hacen el amor. Un espacio-cuerpo. Y es este espacio-cuerpo-público-político el que hay que cuidar y atender desde una perspectiva más allá de lo humano. Y para que una nueva arquitectura, un nuevo diseño y un nuevo urbanismo puedan atenderlo, para que estos espacio cuerpo pasen de ser espacios diseñados a espacios ecologizantes, que “hacen hacer ecologías”, y desde la libertad que me da el haberme dedicado desde siempre a pensar esa transformación de la arquitectura y su docencia, les propongo tres pautas sobre las que creo imprescindibles trabajar en el futuro.   

La primera es aceptar y confiar en el potencial de cambio del argumento que propongo. El nuevo espacio público es parte de los registros del nuevo paradigma. Muchos filósofos han explicado que un paradigma no es un lugar al que hay que llegar, una utopía: ni es una interpretación de la realidad ni es un ideal. Un paradigma es, por ejemplo para Bruno Latour, una práctica, un modus operandi,  que permite que surjan nuevos hechos. Es un proceso que nos dirige a un espacio experimental que se despliega como un compromiso compartido. La primera conclusión entonces, no sería pedir pautas de cómo construirlo, sino convertirnos todos en creadores-matronas de ese espacio-cuerpo-público. Matronas que ayudan que lo mejor de todos nosotros, y lo mejor de los otros seres y especies, vea la luz. Este es el acto creativo colectivo que necesitamos: facilitar alumbramientos desde la cultura hacia la naturaleza y desde la naturaleza hacia la cultura para que definitivamente se quiebre esa condición binaria de entidades separadas.

La segunda propuesta es la de evitar todo proceso de simplificación de los resultados. Los registros con los que la arquitectura el diseño y el urbanismo han concebido y construido el espacio público constituyen una epistemología política y cultural cambiante que también ahora puede y debe cambiar. De hecho, y no solo por la pandemia, sino por la acción de muchos y muchas, las relaciones entre espacio, poder y cuerpo están ya cambiando aceleradamente.  Pensar con es una propuesta de acción como la lengua de Rachel Carson es una lengua de acción. Diseñar con es cuestionar la exclusividad del punto de vista humano como el único posible. No es sencillo, por su novedad, por su ambición y por su complejidad, construir los criterios de paridad para trabajar con los registros culturales que proceden de la Tierra y sus habitantes. Pero es imprescindible si queremos encontrar una salida vital a la crisis en las que, en este terreno, y en tantos otros, estamos sumergidos.

La tercera idea es que, si ya la construcción binaria naturaleza y cultura ha entrado en crisis, y desde muchos campos de trabajo y pensamiento se está redefiniendo las relaciones objeto y sujeto, estamos obligados escuchar lo que esos nuevos seres nos proponen para construir ese cuerpo público político. Todos los movimientos de liberación recientes #metoo, #blacklivingmatter, las protestas de los migrantes, de las mujeres, de los indígenas, aportan datos más que suficientes para hablar de construcciones basadas en tres criterios, como mínimo. Uno, en criterios de reciprocidad, entre seres, entre razas, entre especies, en aras a reducir las asimetrías y las desigualdades, para entender las conexiones como relaciones fraternales; dos, en criterios de redistribuciónque permitan que haya una asignación simétrica de bienes; y tres, en patrones de integración basados en el intercambio y la consiguiente generación de otros valores no centrados en el beneficio económico.

Antonín Artaud dio del arte una definición a la que siempre vuelvo. Algo que nunca es real y siempre es verdadero. Construir espacios públicos como cuerpos políticos verdaderos podría ser un proyecto pendiente, necesario, e imprescindible. Lo estamos viviendo. El cambio necesario es tan profundo que parece imposible, escribió hace ya muchos años Paul B. Preciado. Tan profundo que es inimaginablePero lo imposible es lo que viene. Y lo inimaginable es lo debido. Y el tiempo de ese nuevo espacio público es el tiempo de lo imposible y de lo inimaginable. Nuestro tiempo: el único que tenemos.

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