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Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.

Contra la mística patriarcal: por una política que reconozca los derechos de las madres

Mística patriarcal
8 de junio de 2022 06:00 h

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Reconocer nuestros procesos sexuales y reproductivos es necesario en una sociedad feminista. También lo es ante un mercado laboral que ha sido diseñado por y para los hombres. La única forma de que el empleo se adapte a la vida es identificar cuáles son esos procesos que forman parte de la vida, muchos de los cuales están vinculados directamente con nuestra sexualidad, y otorgarles tiempo y recursos. La ley de Salud Sexual y Reproductiva es el espacio idóneo para ello, por ejemplo con la mejora de las bajas para menstruaciones dolorosas.

Sin embargo, todavía encontramos demasiados discursos feministas que establecen una extraña distinción: reconocen los procesos sexuales de las mujeres solo hasta que nos convertimos en madres. Es decir, se reconoce y amplía el derecho al aborto (tan necesario), la menstruación, la anticoncepción. Sin embargo, cuando ese óvulo se queda dentro de nuestro cuerpo y crece, pasamos a una etapa de desvalorización. Justo en ese momento, nuestros procesos ya no se protegen y comienzan a ser sospechosos de mantener el patriarcado.

Volviendo a la ley, hemos visto cómo, a pesar de la lucha de colectivos como El Parto es Nuestro, el término violencia obstétrica ha quedado fuera. De nuevo llaman mala praxis a esta forma de violencia machista reconocida por la ONU. También nos hemos encontrado con un retroceso al incluir la pérdida del derecho al consentimiento informado en caso de riesgo (valorado por el personal médico, incluido quienes ejercen violencia obstétrica, y pasando por encima de las decisiones de la madre), o lo que se conoce como “la carta del bebé muerto”.  

Por otro lado, se ha conseguido, gracias a la lucha de colectivos como PETRA Maternidades Feministas, que se incluya un permiso Preparto en esta ley. Un permiso que garantiza a las mujeres embarazadas no tener que pedir bajas médicas (porque el embarazo no es una enfermedad), a no depender de los duros requisitos para acceder a un permiso de riesgo durante el embarazo o a no tener que trabajar hasta el mismo día del parto. Sin embargo, que este permiso se conceda a partir de la semana 39 es prácticamente una broma y queda muy lejos de la propuesta de PETRA Maternidades Feministas de un permiso Preparto desde la semana 34, similar al de Alemania.

Y con ese mísero permiso preparto y la garantía de acceso a los derechos sanitarios y laborales que ya existían (y que son realmente insuficientes) queda el reconocimiento de los procesos sexuales de las mujeres madres en la ley. Ya no hay más. Ni el parto, ni el posparto, ni la lactancia materna, ni el puerperio son procesos dignos de inclusión con medidas específicas en una ley de salud sexual y reproductiva. Pero, ¿dónde está lo reproductivo? Únicamente en el derecho a decidir no ser madre: los derechos reproductivos se centran en lo no reproductivo. De hecho, podemos encontrar 34 veces la palabra anticonceptivo y solo una vez la palabra lactancia (para hablar del permiso por riesgo). Entonces, ¿dónde y quién legisla los procesos reproductivos? ¿Vamos a dejar todo lo referente a maternidades en manos de la derecha o, aún peor, de la extrema derecha? ¿Dónde está la izquierda y el feminismo cuando nos convertimos en madres?

Profundizando en este debate, estos días nos hemos encontrado con discursos que piden que se reconozca la maternidad, pero con cuidado. Discursos que aseguran que la menstruación no es esencialista pero, por lo visto, gestar, parir y lactar sí. Que reconocen nuestros fluidos solo cuando no existen criaturas asociadas: sangre menstrual pero no sangre posparto y mucho menos leche materna.

¿Por qué sucede esto? el principal argumento que suelen utilizar pone el foco en los cuidados: una vez que nace el bebé, todo el mundo tiene la capacidad de cuidar, no solo la madre, por lo tanto conceder derechos a la madre sería mantenerla en su rol de cuidadora. Este argumento, comprado por demasiadas personas, está considerando a la madre como un mero contenedor de bebés, sin una continuidad ni una relación entre el proceso de gestar y parir y el producto de ese nacimiento. Si esto fuese así, no nos puede extrañar que no se pongan medidas contra los vientres de alquiler (también excluidas de esta ley). Pensar que existe una igualación absoluta entre la madre que acaba de parir y el padre o cualquier otra persona obvia tanto las necesidades de la madre como las del bebé. Por un lado, sabemos cómo afecta a las madres la separación de su criatura, cómo funciona el vínculo, cómo actúan las hormonas, sabemos qué sucede cuando no se respeta la diada, entre otras cosas, puede ser un factor desencadenante de las depresiones posparto. Por otro lado, sabemos qué necesita un bebé, cuál es su hábitat como mamífero instintivo carente de cultura. Obviar estas necesidades fisiológicas es misógino y adultocéntrico.

Por eso, igualar los permisos de padre y madre tras el parto invisibiliza el hecho de que la madre ha gestado, parido, transita un posparto y un puerperio y puede lactar. Ni siquiera se presta atención a recuperaciones duras, como las de partos traumáticos y violentos, cesáreas (que son una cirugía mayor) o problemas de lactancia (ingurgitación mamaria, dolor, grietas, mastitis, etc.). ¿Cómo puede ser que las mujeres que dan a luz comiencen a tener directamente un permiso para cuidar? ¿qué permiso las cuida a ellas y a sus procesos?

Uno de los argumentos para rechazar un permiso puerperal (o posparto) tal y como pide la asociación PETRA Maternidades Feministas, es que entonces las madres adoptivas o las madres lesbianas no gestantes tendrían menos tiempo de permiso. Pero reconocer todas las realidades no es sinónimo de homogeneizar. Si las adopciones requieren un periodo de vinculación, debería ser tenido en cuenta a través de un permiso específico. Pero no podemos por ello eliminar la realidad biológica de parir. Las parejas lesbianas conocen bien las diferencias que ocurren en el cuerpo y mente de la madre que ha gestado y, siendo ambas madres, estoy segura de que no intentarían invisibilizar el proceso de su compañera para ocupar su lugar. Todos los lugares son importantes, pero diferentes. 

Otro argumento que relaciona maternidad y patriarcado es hablar de “maternidades intensivas”: madres que quieren pasar más tiempo con sus bebés (por ejemplo a través de excedencias), que quizás dan el pecho, que quizás duermen con sus bebés o portean… Podría estar relacionado con modelos de crianza respetuosos, aunque no sé si para llamarse “intensiva” se tienen que dar todos los requisitos o solo algunos. Este concepto tan abstracto es enormemente paternalista, porque da por hecho que la madre actúa como esclava del sistema y ante un dios: el bebé. Quizás es normal que, después de tantos años de desprecio por la infancia y de normalización del maltrato (recordemos algunas técnicas conductistas para el sueño, alimentación o el comportamiento), haya gente a la que le cueste asumir que la perspectiva de las niñas y los niños debe ser tenida en cuenta: es nuestra responsabilidad garantizar su bienestar. No es una imposición patriarcal, es respeto por la infancia. Además, los modelos de crianza respetuosos con las criaturas son también respetuosos con los deseos de la madre, porque no vienen impuestos por el sistema y permiten la libre elección. 

También nos podemos encontrar con la teoría de que los modelos de crianza respetuosos reproducen la idea de buenas y malas madres y generan culpa, al exigirnos aquello que no siempre podemos o queremos ofrecer. Este argumento es profundamente superficial y no va a la raíz: la culpa aparece porque el sistema es capaz de trasladarnos su responsabilidad a nosotras. Por ejemplo, nos dicen que la lactancia materna es lo mejor (objetivamente lo es, igual que no tomar azúcar, por mucho que nos pueda dar placer) pero, cuando elegimos lactancia materna, la dificultan hasta tal punto de tener que abandonarla. El “yo no pude dar el pecho” es mucho más cotidiano que el “yo elegí no dar el pecho”. La primera opción es un fallo del sistema (a no ser que exista una enfermedad real). Y los fallos del sistema no son casuales, se llaman patriarcado y generan indefensión en las madres, haciéndoles sentir culpables para que no exijan responsabilidades, para que no pongan reclamaciones y no alcen su voz. Además, lo hacen aprovechando momentos muy vulnerables. Sin embargo, no se puede dejar de hablar de los beneficios de la lactancia materna y ejercer paternalismo sobre las madres para que, si el sistema sanitario echa su lactancia a perder, no se sientan culpables. Las madres tienen que tener toda la información para poder reclamar sus derechos. Por ese motivo, hablar de buenas y malas madres es volver a poner el foco en las mujeres y no en el sistema. Maternar en un sistema patriarcal y capitalista (ambos intensivos) está lleno de contradicciones: nos incitan a ser madres, pero madres invisibles, infravaloradas, precarizadas, desvinculadas, consumistas, estresadas, tremendamente solas, aisladas, desterradas, etc. Por lo tanto, no hay malas o buenas madres, sino madres que sobreviven como pueden dentro de un sistema que impide maternar dignamente y como cada una decida.

Mientras escribía este artículo recibía la llamada de una madre con un bebé de cinco días y problemas de lactancia, una madre desesperada que supuestamente salió del hospital con “lactancia materna exclusiva”. Quienes estamos en grupos de apoyo conocemos de primera mano la desesperación de las madres, las llamadas a cualquier hora, visitas en fines de semana, videoconferencias durante la pandemia, etcétera. En ocasiones son problemas fisiológicos, pero la gran mayoría de veces son problemas generados por el sistema: sanitario y también cultural. Por ejemplo, muchas madres no consiguen adaptarse a los mitos y normas sobre maternidad y lactancia (que se acostumbre a los brazos, que debe mamar cada tres horas, que mamar duele; debe dormir toda la noche y en su cuna, que no te use de chupete, etcétera). Estas madres sienten liberación cuando saben que pueden hacer lo que ellas quieren y sienten, que no hay normas en sus crianzas, que ellas deciden. Parece increíble que desde ciertos sectores feministas vean a estos grupos de mujeres que luchan contra el sistema como cómplices del patriarcado.

Mientras se siga poniendo el foco en las madres (y nos llamen esencialistas), el sistema se vuelve a escapar, victorioso. Nadie pone sobre él la culpa. La Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia sale victoriosa ante la no inclusión de la violencia obstétrica y por poner condiciones al consentimiento informado de las mujeres. El patriarcado sale victorioso ante el no reconocimiento de nuestros derechos sexuales y reproductivos. El sistema capitalista sale victorioso porque de nuevo se pone el empleo en el centro. Y las madres quedamos ante las instituciones, una vez más, en el olvido.

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