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Diálogo con la disidencia y posición común: los escollos entre España y Cuba

EFE

La Habana —

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La voluntad española de mantener canales permanentes de diálogo con la disidencia y el establecimiento de la Posición Común en la Unión Europea por presión del entonces presidente José María Aznar han sido los mayores puntos de fricción en la relación entre España y Cuba.

La diplomacia y los sucesivos gobiernos españoles han caminado durante las últimas décadas por un estrecho filo en su relación con La Habana, en un complicado equilibrio entre el deseo de apoyar el desarrollo del pluripartidismo y el respeto a la soberanía de la isla, principio irrenunciable para Cuba.

A ello se suma que la cuestión cubana es en España casi un asunto consanguíneo que ha convertido la relación con el país caribeño en arma arrojadiza entre el socialista PSOE y el conservador PP, los partidos que se han alternado en el poder desde la transición democrática.

La relación con la disidencia interna ha sido para unos insuficiente y “complaciente” con el Gobierno cubano, y para otros innecesaria porque envenenaba la interlocución para avanzar en tareas espinosas como la excarcelación de presos políticos.

Ese diálogo “informativo” con la oposición, con un perfil más alto o bajo según el partido en el gobierno de Madrid, ha sido constante y con un matiz: a diferencia de Estados Unidos, España nunca ha financiado a la disidencia, una “línea roja” de La Habana que España conoce y respeta.

El resultado ha sido una política con bandazos periódicos que, además de irritar a La Habana, derivó en una paulatina pérdida de peso de España, con su episodio más ilustrativo en el anuncio del “deshielo” entre EEUU (diciembre del 2014).

“Fue como una bomba atómica” en el despacho del entonces ministro de Exteriores, José Manuel García Margallo (PP), a quien la noticia desvelada a la vez por los entonces presidentes Raúl Castro y Barack Obama cogió por sorpresa, relató a Efe una fuente diplomática presente ese día.

Otra lo resume con más dureza: España se enteró por la prensa.

La ausencia institucional al máximo nivel durante tres décadas, que acabará con la visita de Pedro Sánchez esta semana, pasaba factura a un país que para algunos ha pecado de “paternalismo” con la antigua colonia.

El mayor varapalo a la relación se remonta a 1996, cuando Aznar, muy crítico con el sistema cubano, impulsó la “Posición Común” de la UE en un giro respecto a la línea del socialista Felipe González.

El diálogo con la isla quedó condicionado a avances en derechos humanos y en 2003 la UE impuso nuevas sanciones tras la “Primavera Negra” en que 75 opositores fueron detenidos y condenados a duras penas.

Otras fricciones de la etapa Aznar fueron la retirada del plácet al recién designado embajador José Coderch (1996), tras decir que mantendría contactos con la disidencia, lo que dejó a Madrid más de un año sin embajador en La Habana, y el cierre en 2003 del Centro Cultural de España.

Fidel Castro adujo que el espacio se usaba “para todo menos para la cultura española”.

Con la llegada del socialista José Luis Rodríguez Zapatero en 2004, España inició su propio “deshielo” con la isla, con las miras en eliminar la Posición Común y la excarcelación del “Grupo de los 75”, un proceso que culminó en 2010 con mediación de la Iglesia cubana.

Entre 2008 y 2011 fueron liberados 115 presos, de los que 103 viajaron a España llevando consigo a casi 700 familiares; la UE levantó también en 2008 las sanciones impuestas un lustro antes.

Según un diplomático que vivió el proceso, el Gobierno cubano quiso “vender” este gesto humanitario de España como un “destierro” de los presos.

El ministro de Exteriores de Zapatero, Miguel Ángel Moratinos, viajó a la isla tres veces para acompañar el proceso, aunque eludió reunirse con la disidencia, lo que le costó duras críticas.

Entre los momentos bajos de la era Zapatero estuvo el veto de Cuba a la entrada del diputado del PP Jorge Moragas, que viajaba con visado de turista y quien fue acusado de querer financiar a la oposición.

La llegada del conservador Mariano Rajoy sacudió de nuevo la relación cuando su titular de Exteriores, García Margallo, afirmó que no visitaría Cuba si no podía verse con la disidencia y La Habana replicó que nadie le había invitado.

De esa etapa data también uno de los episodios más delicados: el accidente en el que en julio del 2012 fallecieron los disidentes Oswaldo Payá y Harold Cepero cuando viajaban por el oriente cubano en un coche conducido por el dirigente juvenil del PP Ángel Carromero.

Carromero fue juzgado en Cuba, condenado a 4 años de cárcel por homicidio imprudente y extraditado a España, donde cumplió parcialmente la pena.

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