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Valls, el adicto a la política busca su suerte al otro lado de los Pirineos

EFE

París —

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Manuel Valls respira política, vive en el foco, se nutre de atención mediática. En Francia se había convertido en un diputado apátrida, dentro de la mayoría macronista pero lejos de los fogones del poder. Ahora, Barcelona le brinda una oportunidad de enderezar su suerte.

Valls ha sido casi todo lo que puede ser un político en la República francesa. Ese casi, empero, es grande: cuando parecía programado para alcanzar algún día el Palacio del Elíseo, su carrera se desvió de lo que se antojaba un objetivo claro hace poco.

Nacido en el barrio barcelonés de Horta en 1962, hasta los 20 años no obtuvo la nacionalidad francesa.

Una de sus frases favoritas -que le encanta repetir cada vez que puede- es que él “aprendió a ser francés”. Esas palabras condensan sus principios más enraizados: voluntarismo, pragmatismo, republicanismo.

Como aspirante a liderar las filas antindepentistas en el Ayuntamiento barcelonés, es seguro que Valls recurrirá a esas convicciones que ha defendido con firmeza incluso cuando le llevaron a romper con el Partido Socialista en el que militó desde la adolescencia.

El ex primer ministro francés suele ser claro cuando elige sus batallas. Si en Francia fueron el laicismo, la seguridad y las reformas, en Cataluña detecta un conflicto que trasciende el ámbito regional y que amenaza la supervivencia de la Unión Europea.

Por eso se lanza a una aventura incierta, en la que algunos ven una huida hacia adelante y otros una nueva muestra de su espíritu valiente y ambicioso.

A los 15 años, recuerda Valls, ya había participado en su primera manifestación. Irónicamente, se trató de la histórica Diada de 1977, donde un millón de personas reclamaron un Estatut, cuya vigencia deberá defender ahora.

Por su hogar familiar, en el bohemio barrio parisino del Marais, desfilaban grandes personajes de la cultura y el arte que habían trabado amistad con su padre, el pintor catalán Xavier Valls, y su madre, la suiza Luisangela Galfetti.

Asumió con naturalidad su triple cultura francesa, española y catalana hasta que a los 16 años, al ir a retirar su tarjeta de residencia y sufrir un “interrogatorio” en la comisaría, “comprendió” que no era francés pese a vivir en ese país desde niño, según reconoció en una entrevista con el diario “Le Parisien”.

Siendo todavía adolescente se afilió al Partido Socialista por su simpatía con la línea centrista defendida por Michel Rocard, que contrastaba con el izquierdismo del presidente François Mitterrand.

Tras ocupar diferentes cargos en administraciones municipales y regionales, el primer ministro Lionel Jospin le dio su primera gran oportunidad al hacerle su consejero de comunicación en 1997.

Para entonces ya había ingresado en la masonería, dentro de la obediencia del Gran Oriente de Francia, una militancia a la que renunció en 2005 por sus ocupaciones políticas.

Valls evoca con cariño -más aún estos días, a las puertas de presentarse a las municipales en Barcelona- su periplo como alcalde de Évry, el primer gran cargo que desempeñó como líder político, que le ofreció la visibilidad que ansiaba.

Cultivó allí, en la periferia parisina, los rasgos que le dieron un perfil propio: dureza en la seguridad, exigencia en el laicismo, moderación en la economía.

Pese a ser un desconocido, decidió probar suerte en las primarias de su partido para las presidenciales de 2011. Quedó penúltimo entre los seis aspirantes de las primarias, con el 6 % de los votos, pero la semilla presidencial ya estaba sembrada.

Su gestión desde 2012 al frente del Ministerio del Interior, nombrado por François Hollande, lo puso en órbita como sucesor natural del presidente, quien se vio obligado a recurrir a él como primer ministro sólo dos años más tarde, cuando sus índices de popularidad comenzaban a desplomarse.

Eran tiempos promisorios para Valls, pero no pudo evitar ser arrastrado por Hollande en su caída. Por si fuese poco, un recién llegado, Emmanuel Macron, le arrebató el espacio político, a la derecha de la izquierda, por el que siempre había peleado.

La humillación que le propinaron sus bases al elegir a Benoît Hamon como candidato socialista a las elecciones del año pasado fue el remate a su carrera dentro del partido.

Apoyó a Macron desde la primera vuelta (una traición, para sus antiguos correligionarios), quien a su vez le correspondió con un escaño en la Asamblea Nacional. Fuera, eso sí, de su partido La República En Marcha.

Tras unos meses de progresivo distanciamiento de la política francesa y de guiños en clave catalana, Valls dio hoy el salto esperado, una pirueta imprevisible y sin apenas antecedentes en Europa.

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