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Nunca serás uno de los nuestros

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EFE

Nairobi —

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El pequeño cartel que flanquea la fotografía de Liban solo incluye su nombre pila y tres cosas que le definen como persona: “Soy mecánico. Soy padre. Soy refugiado”. Las dos primeras las ha elegido él mismo, la tercera le ha venido impuesta.

Cada fotografía de la exposición “#IDefineMe” (#YoMeDefino) muestra a un refugiado somalí residente en Nairobi mientras sostiene un objeto con el que se identifica. En el caso de Liban son unos alicates y una llave de estrella acodada, dos herramientas que usa a diario.

De las quince fotografías que hay en la sala, solo dos muestran la cara del protagonista y en ambos casos solo se distinguen los ojos.

Las mujeres retratadas pidieron de forma expresa que sus imágenes no fueran reproducidas en ningún soporte digital por miedo a ser reconocidas.

La vida de un refugiado es difícil en cualquier lugar y en cualquier circunstancia, pero la sensación de desarraigo es aún más devastadora si después de vivir 20 años en la misma ciudad tus vecinos todavía te miran con una mezcla de temor y desprecio.

“Fue un proyecto complejo y al mismo tiempo gratificante”, explica el fotógrafo keniano Armstrong Too, que tomó las instantáneas por encargo de Amnistía Internacional, Xavier Project y Pawa254.

El objetivo era conseguir que cada fotografía reflejara la dualidad a la que están expuestos los refugiados cuando pierden su condición de “personas” y quedan definidos por un estatus político que no eligieron por gusto.

“Era algo distinto a lo que suelo hacer (por la imposibilidad de mostrar los rostros de los refugiados en los retratos)”, añade Too. “Una vez tuvimos claro el enfoque, todo fue más sencillo”.

Liban, Leila, Mohamed, Samira, Kafia. Ninguno de ellos asistió a la inauguración de la exposición. Nadie les habría detenido o esposado si hubieran aparecido, aunque quizá habrían tenido que aguantar las miradas de compasión de los presentes.

Si no asistieron fue porque están acostumbrados a mirar con recelo a los extraños, y a que los extraños (y no tan extraños) los miren con recelo a ellos.

Desde que Al Shabab comenzara a atentar de forma regular en Kenia a finales de 2011, la división social entre kenianos y somalíes se ha agudizado.

La tensión ya se palpaba antes, pero ahora es más evidente porque mucha gente no hace distinción alguna entre “musulmán”, “somalí” y “terrorista”. Todos están en el mismo saco.

Es bastante común oír a chicos jóvenes referirse a los musulmanes que salen televisión como “Al Shabab” con un tono medio burlón o medio despectivo, pero es una asociación de conceptos que queda fijada en la mente de la gente.

La Policía y los políticos tampoco hacen mucho para cambiar esa percepción. El conflicto y el miedo a un enemigo común se utilizan para conseguir votos y para desviar la atención de otros problemas tanto o más acuciantes.

A veces es una detención ilegal, otras es una paliza en un callejón y, en casos muy extremos, una ejecución extrajudicial. En muchos casos, el motivo es que esa persona se encontraba en el lugar y en el momento equivocados.

Ni la Policía ni muchos otros kenianos ven a Liban como a un mecánico o a Samira como a una vendedora de fruta, solo ven el color de piel y los rasgos faciales de un somalí, y eso les lleva de nuevo a la analogía 'somalí, musulmán, terrorista'.

Por eso no fueron a la exposición ni quisieron mostrar sus caras en la fotografías.

Si alguien ajeno a todo viera la fotografía de Liban pensaría: “Es un mecánico”. Vería sus manos, su barriga, y pensaría: “Es un hombre de mediana edad”. Si pudiera ver su cara posiblemente pensaría: “Somalí. Refugiado”.

Xavi Fernández de Castro

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