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Cien años de días de radio, el siglo de las ondas

Iñaki Gabilondo legando el último micrófono que utilizó al Instituto Cervantes.

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La primera emisora radiofónica española consolidada, la EAJ-1 Radio Barcelona, se inauguró el 14 de noviembre de 1924 y seis meses después, el 17 de junio de 1925, la segunda, EAJ-2, Unión Radio Madrid. Y desde 1933 se implantó y expandió comercialmente, revelando su potencial proteico, desde medio de información y entretenimiento universal a arma propagandística y de guerra. Antes y ahora, pues cada vez que se la ha dado por agonizante ante la competencia tecnológica de los medios visuales y electrónicos, o por su utilización espuria, ha renacido fortalecida como el medio con más credibilidad, con mayor alcance y ventajoso sobre la prensa escrita por la inmediatez y sobre la televisión por la sencillez técnica. Un medio de comunicación que sólo necesita un receptor, de tecnología progresivamente simplificada, y que sólo exige oír del usuario. Como ha dicho Iñaki Gabilondo en un reciente acto de celebración del centenario de la Cadena Ser: “Cien años de historia de la radio son cien años de historia de España. La radio nos ha acompañado siempre. Desayunábamos con la radio, íbamos al baño con la radio, comíamos con la radio...”.

Pasen y oigan:

11 de septiembre de 2001. Estoy comiendo en el restaurante del Café Gijón, en el paseo de Recoletos, Madrid DF, con una docena de periodistas notables. Nos ha convocado Roberto Cerecedo, con quien preparo un libro sobre su hermano, el fallecido Cuco Cerecedo (La última vez que nací. Aproximación al periodista Francisco Cerecedo, Ed. B, 2003), y preside la asamblea de amigos del joven maestro malogrado don Alejandro Fernández Pombo, presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid, único periodista al que siempre traté de usted: fue, con el también malogrado Andrés Berlanga, mi profesor de Redacción en la carrera y siempre le guardé un gran respeto, a su pesar y a pesar de ser ideológicamente opuestos: fue un gran director del Ya, el diario madrileño de la Conferencia Episcopal, y yo, un joven sesentayochista antifranquista. Nos reúne la intención de proyectar un gran homenaje a Cuco y lo hacemos en uno de sus restaurantes favoritos y alrededor del “menú de plantilla”, decía él: paella y tortilla Alaska.

Yo, con el pinganillo de la radio en la oreja, como siempre: soy capaz de caminar y masticar chicle, habilidad cuya ausencia le reprochaban al presidente norteamericano Ford; en mi caso, escuchar las noticias y departir con mis interlocutores. Era una costumbre desde mis tiempos de corresponsal de El Periódico de Cataluña e Interviú en los EEUU: una radio en cada habitación y, en la calle, radio de bolsillo y auricular.

Poco después de las 14.46 h., el corresponsal de la Ser en los Estados Unidos interviene para dar una noticia: una avioneta se ha estrellado contra una de las Twin Towers neoyorquinas, la torre norte de las gemelas del World Trade Center, en el Bajo Manhattan. Comunico la noticia al resto de los comensales, la comentamos ligeramente y seguimos con lo nuestro. No es una avioneta sino un avión comercial de pasajeros, un Boeing 767 de American Airlines, informa la Ser y yo a la mesa. 17 minutos después, a las 15.03 h., otro Boeing 767, estede United Airlines, se estrella contra la torre sur. Ya se habla abiertamente de atentado. Se deshizo la reunión y cada mochuelo, a su Redacción. Las Torres Gemelas, que había fotografiado unos años antes, ya no existían.

Era la segunda ocasión en la que hacía de intermediario entre la radio y las reuniones de pastores. La anterior también fue luctuosa: el 19 de octubre de 1997 estaba almorzando en la preciosa casa que se habían construido en el campo segoviano de Muñopedro la gran pintora que fue Mariajo de La-Chica y su marido, mi amigo Julio Feo, ya libre de la Secretaría General de la Presidencia del Gobierno y de la política activa. Valenciano, disfrutábamos de una de sus inolvidables paellas con algún otro amigo. Yo, con mi mala educación a cuestas y el pinganillo en la oreja. Última hora: Pilar Miró ha muerto. “¡Ha muerto Pilar Miró!”, anuncié emocionado, incorporándome de mi silla: yo la conocía bastante, era muy amiga de Julio y no sabía que era amiga íntima, colega de toda la vida de otro de los comensales, Pedro Erquicia, el creador de uno de los mejores programas de la historia de la televisión española, Informe semanal, al que hubo que atender del desfallecimiento que sufrió por la brutal noticia.

Y aún hubo otra vez en la que la radio fue el cordón umbilical con la realidad: 23 de febrero de 1981, seis de la tarde: en el Congreso de los Diputados se procedía a la votación de la investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo como presidente del Gobierno. La radio en mitad de la Redacción barcelonesa de Interviú de la calle Rocafort desgranaba el soniquete de los nombres de los diputados llamados a expresar su voto de vivavoz, antes de que pudiera hacerlo el socialista “Núñez Encabo, Manuel”, llamaron desde la mesa, el elefante verde, blanco –en realidad, el viejo y ridículo azul mahón desvaído– entró armado en el hemiciclo dispuesto a golpear el sistema democrático proclamado apenas hacía tres años y devolvernos, a los supervivientes, a las cavernas de la dictadura franquista. Al rato, bajó el editor Antonio Asensio, fundador del naciente Grupo Zeta, a una Redacción alarmada con noticias aún más alarmantes, con un sálvese quien pueda: “¡Todos a casa, me han dicho que las tropas ya están Diagonal!”, a poco más de dos kilómetros. Salimos a la calle desorientados...

Había vuelto de los EEUU unos meses antes, llamado por el nuevo director de Interviú, el culto y humanista periodista gallego Eduardo Álvarez Puga, como redactor-jefe y jefe de Información de la Redacción principal, entonces en Barcelona, y los sábados por la mañana aprendía a tocar el saxofón tenor de la mano de Miquel Farrero, fundador de la banda experimental Esqueixada Sniff. Esa tarde tenía previsto comprar unas lengüetas nuevas para mi saxo en la tienda de música Herrera Guitars, en la cercana calle del Consejo de Ciento, y, tras citar a unos cuantos compañeros para más tarde en mi casa, pensé, como más o menos Sabina, que el fin del mundo me pille tocando. Entrar en la tienda de música fue como entrar en otra dimensión: jóvenes probando instrumentos, grupillos improvisando..., ajenos al mundo exterior. La única radio era la de mi pinganillo, la transmisión ininterrumpida de la Cadena Ser, pues el técnico de sonido Mariano Revilla dejó abierta en el Congreso, a pesar de las amenazas de muerte de los sicarios golpistas. “¿No os habéis enterado del golpe de estado en el Congreso de los Diputados?”, le pregunté al dependiente. “Ya. ¿Y qué vamos a hacer?”. Pues eso: The show must go on.

Seguimos las incidencias en mi casa por la Ser hasta que la intervención institucional del rey Juan Carlos, grabada precisamente por Pedro Erquicia, que, emitida por TVE a la 1.23 h. minutos de la noche del 24 de febrero de 1981 de la madrugada del 24 de febrero terminó por desbaratar el golpe y nos aconsejó finalizar el improvisado guateque para, siguiendo la iniciativa de El País, sacar al día siguiente una edición especial contra el golpe y de apoyo a la democracia. 

De aquella noche extraigo este apunte de mis cuadernos de notas:

“Noche del 23 de Febrero de 1981. El Congreso de los Diputados está secuestrado por individuos de uniforme. Sicarios armados de los golpistas han ocupado las emisoras de radio y televisión; con los periódicos, no se han atrevido. En la RNE en poder de los golpistas ponen música. A las nueve y diez termina una versión instrumental del Yesterday de los Beatles y los locutores encargados de la continuidad mantienen el siguiente diálogo surrealista:

“Locutor: –Son las nueve y diez de la noche. Seguimos ofreciéndoles música de actualidad: los Indios Tabajara [dúo instrumental brasileño que gozó de cierto éxito en los años 60]…

Hubo un espeso silencio.

Locutora: –Sí, los Indios Tabajara…

Locutor: –Porque hemos de añadir que los Indios Tabajara siempre están de actualidad.

Locutora: –Sí, efectivamente…

La música pasó a primer plano.

La radio informa que la radio informa

La radio nos ha acompañado siempre, en efecto. Desde 1933, fecha consensuada por los especialistas como la de implantación efectiva de la radiodifusión en España, la radio fue primero y sobre todo instrumento de propaganda y guerra del Gran Hermano –en realidad, de los Grandes Hermanos, pues a la radio de la dictadura contestaban las emisiones clandestinas de Radio España Independiente, La Pirenaica, del Partido Comunista de España (que nunca emitió desde los Pirineos, sino primero desde Moscú, el 22 de julio de 1941, dirigida por Dolores Ibarruri, 'Pasionaria', y luego desde Bucarest, de 1955 a julio de 1977), y Radio Euskadi, del gobierno vasco en el exilio, que emitía desde los Pirineos Atlánticos, en la Aquitania desde febrero de 1947 a septiembre de 1949, clausurada por el gobierno francés–. Un medio de adoctrinamiento –bastante inútil, por el descreimiento general en la política y en concreto en la información–, pero también, en los años de oscuridad y plomo del franquismo, era una ventana a un mundo incontaminado donde cabían la fantasía y la aventura para los niños –Dos hombres buenosDiego Valor–, el drama romántico para las amas de casa –Ama Rosa, el Consultorio de Elena Francis–, el humor –Gila, Tip y Top, Pepe Iglesias el Zorro, Matilde, Perico y Periquín–, los deportes –Carrusel deportivo–, concursos, programas benéficos –Ustedes son formidables, Operación Plus Ultra –, musicales y de entrenimiento –el mítico Discomanía, de Raúl Matas, –Cabalgata del fin de semana– e incluso culturales –Teatro del aire–.

No es extraño que en un país profundamente subdesarrollado –las viviendas con retrete propio eran el 52% en 1953; con agua corriente, el 33%; sin electricidad, el 20%; sin calefacción, el 97’4% y con el consumo de carne más bajo de Europa, 39 gramos por habitante y día–, en el que no se recuperarían las cifras de desarrollo económico de la II República hasta dos décadas después de la guerra civil, España fuera uno de los países europeos con más radios por habitante: en 1948 había 657.000 receptores de radio, 25 por cada 1.000 habitantes, pero en 1955 ya eran 2.717.000 aparatos, uno por cada 90 ciudadanos (por los 88/100 de los EEUU). El único electrodoméstico más o menos democratizado era la radio, pues aunque el precio de los receptores era inasequible para el salario medio, podía ser adquirido a plazos y abundaban tanto la fabricación artesanal de receptores de radio, de lámparas, de válvulas o a galena como las radios, digamos clandestinas, es decir, las que eludían pagar la licencia establecida, práctica habitual de las clases más desfavorecidas, además de estar muy extendida la audición colectiva –como ocurriría después con la televisión, por las mismas razones de precio–.

Y su éxito no dependía de su calidad como medio de comunicación, que como tal seguía siendo pura propaganda desde la guerra, sino de su baratura y su contenido versátil, con emisiones para todos los públicos y edades, en unos años de grisura, escasez y necesitados de entretenimiento. En la radio estaba todo, o casi todo, porque la información era monopolio de Radio Nacional de España, fundada por los golpistas en 1937, y no sólo les estaba prohibido informar al resto de emisoras radiofónicas sino que estaban obligadas a conectarse con los informativos de Radio Nacional de España, conocidos popularmente como “los partes”, con la denominación bélica que mantuvieron hasta el derrumbamiento del orden franquista, cuando las emisoras privadas pudieron emitir sus propios informativos. La Ser lo sintetizó en un afortunado eslogan publicitario: “La Ser informa que la Ser informa”.

La Transición fue, probablemente, la época dorada de la radio española, al menos informativamente. Libre de corsés y consignas políticas –“cuanto sea posible en cosa humana”, matizaba siempre mi amigo el hispanista italiano Carlo Gerosa–, nos acompañó en las conquistas democráticas, en las tragedias naturales y los grandes accidentes, en los logros de todas clases y en el largo calvario terrorista que sufrimos, desde los asesinatos cotidianos de la banda etarra –la periodista vasca Maite Arnaiz de la Redacción de la Ser en Bilbao cuenta en un vívido relato cómo recibió una amenaza de bomba durante el encierro de los trabajadores de Nervacero en la Diputación Foral de Bizkaia– hasta su final, como los de otras bandas: la matanza yihadista en Madrid el 11 de marzode 2004.

Con un lunar, en mi opinión: las tertulias, que si empezaron –en 1984, con La trastienda, un espacio complementario del programa informativo de más éxito de la cadena, Hora 25, que dirigía Javier González Ferrari– como traslación a la radio de un género que entonces estaba de moda tanto como sección de los semanarios de información política como en newsletters de venta por suscripción: la información denominada 'confidencial', exclusiva o de cotilleo político, derivaron en el guirigay actual, con notables excepciones, de sabihondos, insultadores, mentirosos de a tanto la voz, el grito... Ocurre como en la vida: la beauty mark, marca de belleza como se denomina al lunar en inglés, involuciona al ugly dot, el punto feo, la verruga.

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