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Ya sabemos lo que el Estado exige a los ciudadanos, queda por saber qué hará el Estado por ellos

El Consejo de Ministros del sábado con los ministros separados por un metro de distancia.

Iñigo Sáenz de Ugarte

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En la jornada política más importante en la crisis del coronavirus, el Gobierno encajó su primer revés. Uno de los que podía haber evitado. Las costuras del pacto de PSOE y Podemos habían aguantado bien los primeros meses de vida del Gabinete, incluso sorprendentemente bien. Algunas de ellas se vieron puestas a prueba el sábado por discrepancias que rompieron la agenda del día, precisamente en el momento en que Pedro Sánchez debía demostrar liderazgo y el Gobierno, cohesión.

El Consejo de Ministros que debía aprobar la declaración de estado de alarma comenzó a las 10.30 de la mañana y se suponía que acabaría en torno a las 14.00, momento en que habría una rueda de prensa. Por la tarde, Sánchez tenía que celebrar una videoconferencia con los presidentes autonómicos, otra cita muy importante. Esas tres horas y media de sesión se convirtieron en siete y media, incluido un receso para comer algo.

A las 18.00 acabó el Consejo. Una hora después, se anunció la rueda de prensa para las 20.00, que luego se retrasó a las 21.00. Antes de comer, se conocieron los puntos básicos del estado de alarma y las prohibiciones que lleva aparejadas. Mientras tanto, el país hacía su propia deliberación. Los políticos de la oposición no podían esperar más tiempo. Teodoro García Egea, Quim Torra e Iñigo Urkullu se despacharon a gusto por distintas razones.

El Consejo de Ministros –extraordinariamente complejo por una decisión inédita en su alcance y de un impacto social imposible de subestimar– se alargó demasiado, y la política en el mundo actual, al igual que el universo paralelo de las redes sociales, aborrece del vacío. Como era de prever, ese paréntesis se llenó de ruido y también de lógica inquietud por lo que tenía que ocurrir.

Pablo Iglesias rompió su aislamiento domiciliario por el positivo de la ministra Irene Montero para asistir al Consejo. Sólo ya por eso había materia prima suficiente para que se lanzaran ataques durante horas. A última hora, el vicepresidente dijo que Sánchez le había pedido que asistiera: “Era mi deber acudir y lo he hecho siguiendo un protocolo sanitario organizado por Moncloa según las indicaciones de Sanidad, que hemos cumplido a rajatabla”. Por un lado, había faltado a su compromiso de quedarse en casa durante el periodo de cuarentena. Por otro, había dado negativo en las pruebas a las que se sometieron todos los miembros del Gobierno.

Al explicar las características del estado de alarma, Sánchez no estaba al principio especialmente seguro o decidido. Incluso parecía un poco disperso y sus ojos transmitían más tristeza que la que emanaba del texto del discurso preparado. Luego cogió algo más de brío para acabar con frases que intentaban reflejar la gravedad del momento. Después de esa rueda de prensa, se hizo público que su esposa, Begoña Gómez, había dado positivo en las pruebas del coronavirus. En esta crisis, todo es personal y también lo es desde ahora para la persona que dirige los destinos del Gobierno, como lo es para muchísimas que tendrán que respetar las órdenes que lleguen de arriba.

El Gobierno ha decretado un parón completo con las excepciones imprescindibles en la vida social y económica del país. Las consecuencias serán terribles para las personas que no tienen ningún colchón económico y que trabajan en el sector de servicios y en las fábricas que reducirán su actividad o cerrarán. ¿De dónde sacarán el dinero para comer? ¿Qué ocurrirá cuando pase la crisis, todo el mundo se felicite y ellos se hayan quedado sin empleo?

La aprobación de las medidas que respondan a esa situación, sobre lo que el Estado debe hacer para ayudar a esas personas, queda pendiente para otra reunión del Consejo el martes. Hubiera sido conveniente que todo se agrupara en una cita de la que ya se supiera que iba a durar todo el día. No fue posible y eso añade varios días de incertidumbre.

Este sábado, sí hemos escuchado lo que el Estado exige a los ciudadanos. “La autoridad competente en todo el territorio será el Gobierno de España”, anunció Sánchez. Todo el sistema de sanidad, público o privado, quedará bajo las órdenes del ministro de Sanidad. “El virus no distingue de ideologías ni territorios ni partidos”, dijo el presidente. El coronavirus no actúa en función de lo que diga la Constitución.

Quim Torra y su vicepresidente, Pere Aragonès, se quejaron de ello, ignorando que cualquier estado de alarma incluye medidas excepcionales que refuerzan temporalmente el poder del Gobierno central. En España y en todos los países europeos. En cualquier caso, la colaboración debe seguir existiendo en el ámbito de la sanidad, porque se supone que todas las instituciones, locales, autonómicas y nacionales deben trabajar juntas en la lucha para contener el avance del coronavirus. En realización a la libertad de movimientos –o la falta de ella durante dos semanas o más tiempo–, el Gobierno central no podrá tener éxito sin la ayuda de otras instituciones.

En su intervención, Sánchez empleó un lenguaje de guerra que puede sonar extraño en la sociedad civil. Sin drama, sin esas referencias épicas, es difícil que la gente respete normas que nunca ha conocido en su vida. El sábado se vio con todas esas imágenes de habitantes de Madrid, Barcelona, Bilbao y otros sitios que corrieron a sus segundas residencias en zonas turísticas –obviamente, los que las pueden pagar– poniendo en riesgo la salud de otras personas.

Hay un punto de coerción sin el cual una sociedad muy individualista no reacciona, y una apuesta por lo colectivo, por las necesidades de la sociedad por encima de las del individuo, es imprescindible en una coyuntura en la que está en juego la vida de muchísimas personas.

El valor del colectivo se pudo apreciar al final del día. Poco después de la intervención de Sánchez y en respuesta a una convocatoria hecha a través de redes y medios, muchas personas salieron a sus ventanas y balcones a las diez de la noche para aplaudir a los profesionales de la sanidad pública que están peleando en la primera línea del frente (sí, otra metáfora bélica).

El aplauso, que deparó escenas emocionantes, es extensible a otros colectivos. Médicos y doctoras, enfermeras, celadores, camioneros, limpiadoras, cajeras de supermercado, reponedoras... Todos ellos y algunos más están trabajando, arriesgándose a caer enfermos, para salvar vidas y para que la gente tenga asegurado el suministro de alimentos y bienes básicos.

Vamos a estar en deuda con mucha gente. No debemos olvidarlo cuando todo esto acabe.

Nota: el artículo ha sido actualizado con la noticia del positivo de Begoña Gómez.

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