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CRÓNICA

Díaz Ayuso ya no tiene edad para poner ladrillos

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La semana del 8M comenzó con titulares psicodélicos. En mitad del choque entre el PSOE y Unidas Podemos por la ley del sólo sí es sí, alguien en el PP pensó que se abrían posibilidades nuevas para el partido con las que adentrarse en territorios hasta ahora monopolizados por la izquierda. Vamos, que se vinieron arriba e hicieron saber que no sólo no renuncian a la bandera de la igualdad, sino que están listos para registrar a su nombre el feminismo en la oficina de patentes.

“Feijóo se lanza a arrebatar al PSOE la bandera del feminismo este 8M”, decía uno de esos titulares. Feijóo, al que nadie imaginó nunca entusiasmándose por el feminismo. “Feijóo enarbola la bandera del 'feminismo real'”, se leía en otro, también lleno de un gran optimismo. Lo del apellido 'real' para el feminismo se refería a la intención del PP de utilizar las reducciones de pena provocadas por la ley de libertad sexual y el desgaste que ha supuesto para los socialistas.

El colmo del postureo fue protagonizado por Borja Sémper, quien dijo el lunes que esperaba que no se produjeran incidentes contra la presencia de dirigentes del PSOE en las manifestaciones del 8 de marzo, que el rechazo a esa ley “no se traduzca en agresividad”, dijo. Con lo que estaba sugiriendo dos cosas: esos posibles ataques no serían sorprendentes y el PP se autoerigía en representante de las convicciones de las mujeres que asistieran a las concentraciones, como si hubiera estado con ellas toda la vida.

No pasó nada serio, pero había que aprovechar la oportunidad.

Era de esperar que llegara el PP de Madrid con las rebajas para responder al intento de Génova de ofrecer un conservadurismo de rostro humano. En el ámbito de los cazadores de imágenes, las juventudes del partido en Madrid intentaron provocar incidentes en la manifestación del 8M apareciendo en el recorrido cerca de los socialistas con una pancarta que decía: “Que te vote Tito Berni”. La policía los quitó de en medio rápidamente para que la cosa no fuera a mayores.

No pasó nada serio, pero tenían que intentarlo.

Un puñado de cayetanos no crea tendencia. Isabel Díaz Ayuso, sí. En el pleno de la Asamblea de Madrid, tuvo la ocasión de despreciar el anuncio de Pedro Sánchez de una nueva ley de paridad que obligue a nombrar a un mínimo de mujeres en las listas electorales y los consejos de administración de algunas empresas. Como es habitual en ella, más que el mensaje, lo que hizo gracia fue la argumentación.

“Yo desde luego no tengo por qué imponer la paridad. Yo no quiero ni picar en la mina, ni pescar, ni poner ladrillos, así que defiendo y le doy las gracias a los hombres que lo hacen”, dijo Ayuso. De acuerdo con esa mentalidad, las profesiones en que haya cero mujeres no son motivo para intentar cambiar las cosas, sino para agradecérselo a los hombres.

En España, las mujeres tenían prohibido trabajar en las minas hasta una fecha tan cercana como 1985. Concepción Rodríguez Valencia tuvo que batallar en los tribunales para que le permitieran presentarse a unas oposiciones en Hunosa hasta que una sentencia del Tribunal Constitucional confirmó que tenía razón en 1993. Según Díaz Ayuso, Concepción debería haberse limitado a dar las gracias a los hombres por liberarla de esa carga.

El PP criticó el anteproyecto de ley de paridad por creerlo “una cortina de humo” del Gobierno con la que tapar otras polémicas relacionadas con el feminismo. Sin embargo, tuvo que matizar el mensaje rápidamente porque una directiva de la UE ya obliga a que al menos el 40% de los administradores no ejecutivos de una empresa pertenezca al “sexo menos representado” a partir de 2026.

En opinión de la presidenta de Madrid, las mujeres ya deberían estar satisfechas con la presencia de ella misma al frente del Gabinete. Para su Gobierno, nombró a seis hombres y tres mujeres. Su última posición en la escala paritaria fue superada por el Gobierno del PP y Vox en Castilla y León: siete hombres y tres mujeres a los que hay que añadir al presidente y al vicepresidente.

La posición de Ayuso no es una novedad. Una de las razones por las que los votantes de Vox le dan tan buena nota en las encuestas es que le encanta lanzar proclamas antifeministas. De hecho, piensa que si hay una figura que está siendo maltratada en la sociedad actual es la de los hombres. “Queremos reivindicar el papel del padre, que es una figura despreciada y perseguida. Hoy se criminaliza a todos los hombres por serlo”, dijo en enero en un acto del partido.

Pobres hombres, sin posiciones de poder, sin el control de las grandes instituciones económicas, perseguidos por los tribunales.

Otros dirigentes del partido no se atreven a tanto, pero sí hacen esfuerzos para no dar la imagen de que les parece correcto que los hombres se queden con los mejores puestos de un partido.

“La paridad ha sido necesaria en un momento determinado para que las mujeres que no teníamos posibilidad de llegar, llegásemos”, dijo recientemente la líder del partido en Extremadura. “Ahora lo que hay que valorar es el talento, la valía, las ganas”. Que es lo que se decía en la derecha cuando se empezó a hablar de paridad en España. La defensa del talento era el argumento obligado. Si todos los puestos relevantes estaban en manos de hombres, algo habrían hecho para merecerlos.

El PP ha hecho saber a los medios que está muy esperanzado con aumentar el voto femenino a sus listas, un campo en el que el PSOE le suele llevar ventaja. Su interpretación de los datos del CIS le hace pensar que ha subido 2,9 puntos desde noviembre en intención directa de voto de las mujeres. Lo achacan a la polémica por las reducciones de penas a delincuentes sexuales.

En sus declaraciones públicas, los dirigentes del PP han terminado por clonar el lenguaje de los grupos feministas antitrans. “Ustedes no pueden llamarse feministas cuando impulsan una ley trans que causa el borrado de mujeres”, dijo Cuca Gamarra el miércoles en el Congreso.

¿Es esa una carta ganadora en la opinión pública? Las encuestas conocidas revelan un apoyo claro a la ley (52,3%, según un sondeo de El Periódico, el más reciente) frente al rechazo de un tercio de la gente (33,7%). Esa visión positiva está muy extendida entre las personas de 18 a 44 años, y menos entre los mayores de esa edad. Pero incluso entre los más escépticos, los mayores de 60 años, los números están bastante igualados (43%-39,9%).

En este sondeo como en otros hechos en años anteriores, el apoyo a los derechos trans es mayor entre las mujeres que entre los hombres. 54,5% en el primer caso, 49,9% en el segundo.

“La socialización en roles de género explica que las mujeres presenten una mayor capacidad de ponerse en la piel de los más desfavorecidos. Probablemente porque ellas también forman o han formado parte de un grupo social desfavorecido”, escriben varios investigadores del tema en un artículo del blog Piedras de Papel.

El rechazo a la ley trans es amplio entre los votantes de derecha, lo que ayuda a entender la posición del PP. Sin embargo, Feijóo y sus colaboradores aspiran a dar una imagen más moderna en la que no se coloquen en contra de todas las leyes que suponen avances para la mujer (de ahí la decisión de retirar el recurso contra el aborto en el Tribunal Constitucional que por lo demás ya no tenía mucho futuro).

Ciertos obstáculos permanecen, a nada que los grupos de izquierda recuerden el pasado no muy lejano en futuras campañas. Un partido como el PP que ha votado en contra de todas las legislaciones aprobadas en España sobre el aborto lo tiene difícil para alardear de ser el mejor representante del feminismo, por mucho que le ponga detrás el apellido 'real'. En esos casos, el recurso más socorrido consiste en aplicar unas cuantas capas de maquillaje.

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