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CRÓNICA

Los gobiernos se estrellan en España contra el “apocalipsis aburrido” de la COVID

Un farmacéutico cuelga un cartel sobre los test de antígenos en Madrid el martes.

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Algunos expertos lo han llamado “el apocalipsis aburrido”, una forma de definir todos los riesgos que no proceden de un acontecimiento concreto y fácilmente observable, pongamos la erupción del volcán de La Palma, y que provocan vulnerabilidades ante las que es más difícil elaborar una respuesta racional. O es más difícil que el Gobierno te convenza sobre la adecuada. La pandemia podría entrar en esa categoría a partir del momento en que la vacunación se ha extendido y los riesgos existen y son muy reales, pero no son los mismos que en 2020.

A causa de las características de ómicron, nos encontramos en Europa frente a un episodio pandémico en que el riesgo individual para cada ciudadano no ha crecido de forma espectacular, pero sí en el plano colectivo por su previsible impacto catastrófico en el sistema hospitalario.

Con la gente ya agotada por la pandemia que nunca acaba, los gobiernos tenían un reto complicado por delante en España. No se puede decir que hayan salido con nota de este último entuerto. El Gobierno central decidió hace tiempo que había terminado la época de las restricciones duras. No iba a contar con el apoyo del PP, por mucho que las pidieran algunos gobiernos autonómicos del PP, y era consciente de que en Madrid su rechazo había sido la clave del éxito electoral de Díaz Ayuso.

La presidenta madrileña había conseguido tapar sus errores de gestión con una defensa de la libertad basada en ignorar la realidad de la pandemia. La crítica más atinada la recibió hace dos semanas de un compañero de partido. “Es importante no contagiarse para ser libre”, dijo el presidente murciano López Miras en una de las frases más memorables de estos dos años. Pero la política no siempre se basa en elegir la mejor solución para cada problema. Al menos, los votantes madrileños no piensan así.

En Reino Unido, una estrategia similar ha hundido a Boris Johnson en las encuestas. En Madrid, dio a Ayuso una clara victoria en las urnas.

Arrinconado por sí mismo al descartar las medidas duras y limitado por la sentencia del Tribunal Constitucional, el Gobierno no tenía muchas armas para encarar la sexta ola. Esta semana, le hubiera venido bien consultar bibliografía sobre la psicología del riesgo.

Por un lado, puso sus fichas en la casilla de la vacunación a través de la dosis de refuerzo, que es un paso necesario. Todo lo demás serían “medidas complementarias”, en expresión de Pedro Sánchez. Las vacunas nos permitirían afrontar el aumento de contagios con “tranquilidad”. En otros países europeos, no están nada tranquilos.

Al mismo tiempo, el Gobierno decretó con el BOE publicado el jueves el regreso de la mascarilla obligatoria en exteriores. Era una medida que pedían no menos de siete gobiernos regionales. Al aceptarla, Sánchez la hizo suya, con lo que hay que suponer que él asumirá el mayor desgaste. Es sabido que la posición por defecto de muchos gobiernos autonómicos es exigir que se respeten sus competencias excepto durante la pandemia cuando no quieren quedarse solos y reclaman al Gobierno que asuma el coste de decisiones impopulares.

Sánchez no quiso explicar con claridad después de la conferencia de presidentes los términos del regreso de la mascarilla obligatoria, probablemente porque no quería que los medios de comunicación lo eligieran como el titular de la jornada. La treta estaba condenada al fracaso. Recordó un poco a cuando intentó que los periodistas no llamaran toque de queda al toque de queda, sino “restricción de la movilidad nocturna”.

El problema del Gobierno es que es difícil entender la idea de que la pandemia está en una fase que ya no obliga a limitar los horarios de los establecimientos de ocio o clausurarlos por la noche, mientras se recupera la mascarilla obligatoria en la calle. La ministra de Sanidad afirmó el jueves que la medida está “avalada por los científicos en diversos países como Alemania y Estados Unidos”. Estos estudios, que son numerosos, se refieren a la capacidad de la mascarilla para frenar los contagios donde más fácil es que se produzcan, los espacios interiores, no específicamente en exteriores donde el riesgo es bajo.

Si una medida es fácilmente ridiculizable por una viñeta de El Jueves, está claro que su venta no será fácil.

Abandonarla en exteriores, excepto en situaciones de clara aglomeración de gente, había sido una de las pocas victorias psicológicas de los ciudadanos. Volver atrás es un paso duro. No es un drama, pero es difícilmente compatible con lo que están viendo en los centros de salud en regiones como Madrid y Andalucía, donde la Atención Primaria está colapsada. El uso de esta palabra es correcto si no puedes tener cita para ver a tu médico de cabecera hasta dentro de una o dos semanas, o incluso más tarde. Muchos ciudadanos creen que los gobiernos no están poniendo recursos suficientes donde más falta hacen.

A pesar de que los gobiernos autonómicos estaban esperando a ver qué pasaba en la conferencia, es cierto que han empezado a tomar medidas. Cataluña, el toque de queda. Murcia, el cierre de actividades no esenciales de una a seis de la madrugada. Baleares, el pasaporte COVID en bares. Aragón, adelantar la hora de cierre. Con mayor o menor lentitud, algunos se han movido. No todos. Sólo cinco de los 17 gobiernos han adoptado restricciones para los próximos días. Y entre los que no creen que hay que limitar nada, evidentemente, está Madrid. Su Consejería de Sanidad ofreció este jueves otro récord de contagios notificados, 20.195. En Reino Unido, el país de Europa occidental con peores datos, anunció casi 120.000 en un día. Italia, 44.595.

Díaz Ayuso lo ha fiado todo a los test de antígenos, como si comprobar el nivel de contagios fuera lo mismo que impedirlos. En su momento, se ganó el titular que le interesa con la promesa de entregar un test a cada madrileño. Lo malo de vivir para los titulares es que también mueres por ellos. La consecuencia fue imágenes de largas colas ante los laboratorios privados y carteles en las farmacias que decían que no les habían llegado o que no tenían ninguno a causa de la alta demanda.

Ha ocurrido también en otras ciudades. Madrid se destaca sobre las demás al haberse convertido en la ciudad de las colas. Colas ante los centros de Atención Primaria desbordados ante la presión asistencial. Colas dentro de las urgencias donde algunos médicos tienen que atender a aquellos que no reciben cita en los centros de salud. Colas ante las farmacias para comprar test de antígenos. Colas ante los laboratorios para hacerse una PCR. Colas en el hospital Zendal donde centenares de personas esperaban a que las vacunara un puñado de enfermeras.

Quién le iba a decir a Ayuso que sería merecedora del título honorífico de reina de las colas.

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