El día en que el Estado se manifestó a través de las porras de los policías
Un destacamento de la Guardia Civil entra en formación en el pueblo de Sant Iscle de Vallalta (Barcelona, 1.300 habitantes) y se dirige a un centro electoral del referéndum del 1-O, donde les esperan decenas de personas reunidas en el exterior. Llevan las porras en la mano y tienen órdenes claras sobre lo que tienen que hacer. Poco antes de llegar al grupo, los primeros agentes aceleran el paso y arrollan a todos los que tienen por delante. Sin ningún aviso previo, comienzan a golpear con las porras a los concentrados.
El tribunal del juicio vio esta y otras muchas imágenes presentadas por la defensa de los acusados. Desmentían de plano los testimonios de policías y guardias civiles que testificaron en esa misma sala que sólo utilizaban sus porras para defenderse de las actitudes más violentas que habían visto nunca, que habían contemplado miradas de odio. A los golpeados no les dio tiempo a mirar con odio hasta que les empezaron a sacudir. En los brazos, en las piernas, en el torso, a muchos en la cabeza.
Las imágenes también desvelaban la dificultad de la misión que se había encomendado a los policías. La violencia policial era un elemento imprescindible de la misión, porque no se iba a producir ningún efecto disuasorio en muchas localidades. La gente se plantaba en el exterior del colegio tapando la única entrada o sentándose en el suelo para defender lo que consideraban que era su derecho a votar. En el mejor de los casos, se producían forcejeos o empujones. En el peor, lo que se vio en Sant Iscle de Vallalta y otras localidades.
La sesión del miércoles comenzó con unos pocos vídeos aportados por la Abogacía del Estado que no se habían podido ver el día anterior por razones técnicas. En uno de ellos, se veía a una persona que explicaba la noche anterior al 1 de octubre cómo debían colocarse para intentar impedir la entrada de la policía en los colegios. Al final decía: “Siempre sin violencia”.
La violencia llegó cuando aparecieron las fuerzas de seguridad.
En un vídeo de la agencia EFE proyectado en la sala, se ve a un policía que atiza un porrazo en la cabeza a una persona. Esta se revuelve, protesta y se lleva otro golpe en la cabeza. Pocos segundos después, el que parece que es el mismo agente golpea a una mujer en la cara con la porra sostenida con las dos manos. Repite el movimiento y la mujer cae al suelo. Todo se produce en la calle cuando los agentes ya han entrado en el colegio para llevarse urnas y papeletas, y otros de sus compañeros se quedan fuera formando un cordón. La policía tiene la situación controlada, aunque la tensión persista, pero siempre hay tiempo para un golpe más.
En su testimonio en el juicio, el coronel de la Guardia Civil Diego Pérez de los Cobos alabó “el uso exquisito de la proporcionalidad” por parte de los agentes cuando recurrieron a la fuerza. “Hubo actuaciones policiales que incidieron en distintas partes del cuerpo entre los que se negaron a cumplir las órdenes”, dijo para definir los golpes propinados por las fuerzas de seguridad. Fue cuando dijo que no se podía denominar “cargas policiales” a lo que hicieron las fuerzas de seguridad.
“La resistencia era brutal”, dijo en su comparecencia el comisario Sebastián Trapote, jefe superior de Policía Nacional en Catalunya. “La policía no se dedica a golpear de forma gratuita”.
Las imágenes más conocidas que se vieron son las del colegio Pau Claris de Barcelona, donde la gente estaba sentada en la escalera de entrada. Fue allí donde un policía pegó un salto para dar una patada a las personas que protestaban y otras fueron agarradas y lanzadas al suelo antes de ser expulsadas del edificio. Ese vídeo se proyectó en muchas televisiones europeas y se convirtió en uno de los símbolos del 1-O, en concreto de la respuesta del Estado.
En algunos vídeos, los policías van agarrando a las personas que están en el suelo para sacarlas una a una del acceso al local. En otros, van por la vía rápida y golpean con sus porras a los que están sentados. Como muchos persisten y no abandonan la zona, les vuelven a pegar o los levantan para tirarlos al suelo.
La defensa presentó varias fotos de personas con la cabeza ensangrentada.
En un vídeo grabado en Sant Carles de la Ràpita, se ven algunas de las imágenes de más violencia. Los guardias civiles golpean con fuerza a los que están en el suelo antes de levantarlos y echarlos de la zona. Como en otros pueblos del interior de Catalunya, la presencia policial es abrumadora en número de efectivos. Los manifestantes sólo podían interrumpir la labor policial durante un corto espacio de tiempo. Inevitablemente, cuanto más pegaban los policías, antes terminaban el trabajo.
Se da la paradoja de que en algunos de estos sitios la intervención policial terminaba por ser irrelevante. Al abandonar el pueblo, sus habitantes sacaban otras urnas y volvían a votar. Con más ganas, después de haber recibido los golpes.
Los concentrados más agresivos recibían golpes sin contemplaciones. Pero en ocasiones no era necesario hacer nada más que estar sentado en el suelo para recibir porrazos en el cuerpo. Si te resistes, te pegan. Si estás en el suelo sin moverte, te pegan. Si impides el paso a los agentes que quieren entrar para llevarse las urnas, te pegan.
El abogado Xavier Melero eligió otra estrategia. Presentó varios vídeos que no tenían nada que ver con el procés: las movilizaciones para rodear el Parlament y Rodea el Congreso, los disturbios en el barrio burgalés de Gamonal y los que se produjeron tras las Marchas por la Dignidad en 2013. Melero confesó que tenía dudas de que Marchena pudiera aceptarlos como prueba, pero el juez no se opuso. La intención era clara: ofrecer ejemplos de respuestas violentas de manifestantes contra los antidisturbios mucho más graves de lo que se vio en Catalunya en 2017, incluido el día del referéndum. Nadie fue acusado de rebelión o sedición por esos hechos.
Sólo queda ya lo que podríamos denominar el desenlace de la vista. El martes 4 de junio, las acusaciones presentarán sus conclusiones definitivas. El 11 y 12, será el turno de las defensas y del turno final de palabra para los acusados. A partir de ahí, el tribunal se dará el tiempo que estime oportuno para sus deliberaciones y la redacción de la sentencia.
Será el final de la causa penal. Lo que quedará para siempre será el impacto político y social de la sentencia. Este es un juicio que no se olvidará en Catalunya, porque sobre todo no se olvidarán las imágenes de la violencia policial que se han visto esta semana en el Tribunal Supremo.