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Marta Rovira, la candidata que no hubiera querido serlo

Gemma Nierga

En Catalunya tenemos la tradición del tió, un tronco que colocamos debajo del árbol y da regalos la noche de Navidad. En casa de Marta Rovira no hay uno, sino dos troncos, metáfora de lo que está ocurriendo en estas elecciones en Esquerra Republicana. En ERC no hay uno, sino dos candidatos a presidir la Generalitat: el oficial, el cabeza de cartel, Oriol Junqueras, en la cárcel de Estremera; y la ungida por Junqueras como candidata, Marta Rovira.

No da la impresión de que a Rovira este papel de candidata le esté resultando cómodo. Reconoce que está ahí por casualidad, por las circunstancias, y reconoce también que no es un rol que ella hubiera querido asumir.

Marta Rovira está casada y tiene una hija de seis años. En la distancia corta, da la impresión de que no se ha desmelenado en toda su vida. Incluso confiesa que la única gamberrada que hizo en el colegio fue romper unos globos de agua. Tampoco ha fumado nunca porque aún recuerda con profundo desagrado el olor a tabaco en casa cuando fumaba su padre.

No está siendo una campaña fácil para Marta Rovira. Las encuestas le dan ganadora, pero cada vez son más desfavorables. El Supremo se propone investigarla. Y además, no acaba de dar con la tecla para explicar bien por qué la palabra bilateralidad estaba en el primer borrador del programa electoral de Esquerra y, sin embargo, ha desaparecido en el definitivo. ¿Es una anécdota? No se lo cree nadie.

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