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“Mi padre conduce autobuses, el tuyo dicta sentencias”: la oposición a juez sin colchón familiar

El presidente del Supremo, Carlos Lesmes, se dirige a Luis Díez Picazo en su toma de posesión como presidente de la Sala de lo Contencioso-Administrativo.

Andrea Atanes

8 de noviembre de 2021 21:57 h

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España tiene 5.320 jueces y unos 2.550 fiscales. Para que cada uno de ellos haya alcanzado ese puesto, ha tenido que pasar por el filtro de la oposición, una de las más exigentes y que más tiempo e inversión económica requieren. De hecho, la mayoría de los opositores hablan de la necesidad de dedicar de ocho a diez horas de estudio diarias durante seis días a la semana, además de asistir a los denominados cantes con sus preparadores, lo que hace prácticamente imposible que los alumnos puedan mantenerse a sí mismos durante ese tiempo con un sueldo que provenga de un trabajo.

Este contexto pone de relieve las diferencias entre los opositores, ya que deben recurrir al apoyo total de sus familias durante esos años. Y aquí el sistema de oposición deja a la vista sus costuras. Los opositores pagan de 120 a 300 euros mensuales a sus preparadores durante una media de cuatro o cinco años, a lo que hay que sumar el coste de los libros y el desplazamiento en algunos casos.

Los preparadores recomiendan siempre dedicar todo el tiempo a la oposición y no tratar de compaginar el estudio con un trabajo. Además, es muy complicado aprobar la oposición sin contar con uno de estos mentores: jueces y fiscales que orientan al estudiante, le preparan planes de estudio y le evalúan periódicamente. Por ejemplo, apenas uno de cada cuatro (23%) de los jueces que están actualmente en prácticas había trabajado antes de aprobar la oposición, según una encuesta del Consejo General del Poder Judicial.

Pablo estuvo cinco años estudiando. Empezó en 2000 tras terminar la carrera de Derecho “sin ningún esfuerzo”, como él mismo asegura. Tras unas prácticas en los juzgados de Madrid y verse deslumbrado por la “parafernalia judicial”, decidió lanzarse a la carrera judicial desde casa de sus padres, en Teruel.

En su caso, asistía a clases con una preparadora a 140 kilómetros de su casa, en Valencia, dos veces por semana, un trayecto de unas cinco horas entre ida y vuelta para cantar sus temas durante 30 minutos. 17.000 pesetas al principio, que luego pasaron a 120 euros al mes de los que nunca vio factura o recibo. Recuerda estudiar unas diez horas al día, viendo la vida pasar por la ventana de su cuarto. Lo relata como una especie de síndrome de Estocolmo: el sistema de elección es tan complicado que la rutina, que en ocasiones llega a derivar en problemas de salud, se vuelve “cómoda”. “Es absolutamente incompatible opositar con tener un trabajo por cuenta ajena con retribución mínimamente limpia”, asegura. Su situación familiar no era extrema, con dos padres funcionarios. Y reconoce que “sin su apoyo, sobre todo el económico, habría sido completamente inviable”.

Pese a tener dos años muy buenos, en los que estuvo cerca de aprobar, no veía futuro: “Ves que el esfuerzo no da resultados, que estás viviendo de tus padres y cualquier cosa que suponga salirse de estudiar te supone culpa. No podía mantener esa situación hasta los 35 años”, por lo que finalmente abandonó la judicatura para, rápidamente, conseguir otro puesto público a los ocho meses al tratarse de una oposición más asequible.

El exopositor es tajante: “Aquí no hay ascensor social. Con bastante frecuencia, se piensa que sacarlo es solo hacer un esfuerzo titánico. Y sí, hay que hacerlo, pero no llegas a la plaza sin un apoyo detrás”. Del mismo modo, resalta que sí existían diferencias importantes dependiendo de la posición económica y social de los alumnos: “Puede prepararse quien tiene tiempo, y quien tiene tiempo es porque tiene dinero. Había gente que sabía que, si aquello les iba mal, no iba a pasar nada. El ser 'hijo de' ayuda”.

Para él, el sistema de oposiciones actual “genera una endogamia brutal, y se perpetúan sagas y estirpes”. “El sesgo de clase y económico son circunstancias de este tipo, que va aparejado siempre a uno ideológico”, sostiene. Y afirma así que esta situación afecta directamente a la orientación de los órganos del Poder Judicial: “Están completamente volcados a la derecha”.

Pan para hoy...

La situación ahora no es mucho mejor. Sara lleva tres años estudiando la oposición, los dos primeros con un preparador de un juzgado de instrucción de Toledo. Este juez, ya en el primer encuentro, advirtió a su nueva alumna de las circunstancias óptimas para el estudio: “Me dijo que se tenía que tener una 'economía sostenible', que me iban a tener que mantener mis padres durante bastantes años”.

Al principio esto no resultaba un problema para esta licenciada en Derecho. Sin embargo, con el paso del tiempo, la economía familiar se resintió: “Se necesitaba dinero en mi casa, por lo que yo empecé a trabajar a la vez que estudiaba”. Consiguió libros de segunda mano, pero, a pesar de su vocación –y de tener un padre abogado–, la situación la obligó a dejar parcialmente de lado la oposición para poder ganar algo de dinero: “Primero empecé a trabajar en Seguros Santa Lucía como cobradora y, después, en Leroy Merlín los fines de semana porque era la única manera de poder seguir adelante”.

Fue en este último empleo donde le ofrecieron un contrato fijo, que se vio obligada a rechazar para poder centrarse en el estudio. Una decisión que tuvo que tomar con sus padres, ya que volvía a depender de ellos, y a la que se han enfrentado otros opositores con distinto resultado debido al contexto de precariedad. “Muchas gente que conocí se ha quedado estancada porque lleva contratada muchísimos años por querer ganar dinero. Estás ingresando una birria matándote a trabajar”, afirma Sara.

Los gastos de preparar la oposición a judicatura son altos, explica esta joven. A lo que la familia debe invertir en su manutención, se suman 150 euros al mes, como mínimo, en el caso de contar con un preparador, que ascienden a 300 si se acude a una academia o se cuenta con algunos de los preparadores más cotizados: “No quiero que ese dinero esté yendo a algo para lo que ya me puedo valer por mí misma. Llega un momento en que lo único que hace es escucharte”, destaca. Se refiere a los conocidos como cantes: los opositores acuden a recitar los temas delante del preparador, como harán si llegan hasta la última fase de la oposición, para que este evalúe y corrija. Sara acabó dejando a su preparador y ahora estudia por su cuenta.

A esos gastos se suman los de los libros, que ascienden a entre 600 y 700 euros si son nuevos. Un lastre que no todos se pueden permitir: “Muchos compañeros no han podido con ello y se han tenido que conformar con una oposición más baja porque es mucho más asequible”. Cuestionada sobre el sesgo ideológico, Sara se declara apolítica, aunque apunta que la gente que ha ido encontrando “suele ser más conservadora, con un nivel de vida mucho más alto, más de rico que personas más sencillas, que viven una vida normal y corriente”.

“Al final te sientes un parásito”

“La última vez que me presenté vino mi hermano conmigo”, cuenta Brais, que llegó a presentarse cinco veces seguidas entre 1999 y 2005. “Cuando salí de la sala, con una exposición insuficiente, mi hermano me dijo: 'No podrías haber aprobado jamás. Toda la gente aquí tiene padrino y tú vienes solo con lo que sabes'”, relata. Cuando este exopositor hablaba con compañeros en los pasillos del Tribunal Supremo, esperando a entrar al examen, se le caía “el alma a los pies”, dice en sus propias palabras. Se sentía desprotegido ante un grupo de estudiantes que parecían muy bien conectados: “Les oías decir 'Es que mi padre ha hablado con no sé quién, el mío estuvo de presidente de la Audiencia Provincial en tal sitio y este estuvo de secretario, le conocemos...'”.

Decidió empezar con un preparador que les pedía “la voluntad”, aunque nunca era menos de 50 euros por clase, dos veces por semana y nunca le dio recibo. Con una dedicación de diez horas al día, era imposible llevar un sueldo a casa: “Durante esos seis años vives de tus padres, en una familia a la que no le sobra nada”. En su caso, optó por intentar “no generar ningún gasto” y tratar de ayudar en lo que podía: “Barrer, fregar, lavar la ropa… Al final te sientes un parásito”. Un problema al que compañeros de preparación y otros posibles futuros jueces no se tuvieron que enfrentar “porque tenían una familia más acomodada y de tradición jurídica”. “Tardaban menos en sacar la oposición y contaban con otras rutinas de estudio”, rememora. Sin embargo, él se sentía “al borde de la demencia, de ser un inadaptado social”, ya que toda su vida giraba en torno a la judicatura.

A pesar del esfuerzo, las horas invertidas y el optimismo del principio, según pasaba el tiempo, el objetivo parecía más lejano: “Cada vez era más consciente. Cuando iba al examen y veía al tribunal, empezaba a cantar y tenía la sensación de que no me estaba escuchando ninguno”. “Parecía que al leer mi nombre entendían que yo no era nadie”, afirma. A su juicio, era algo totalmente diferente a lo que ocurría con otros. “No digo que sea hereditario, pero su abuelo juez, su padre juez y él o ella también lo va a ser. Cuando ya salían los aprobados, había apellidos que se repetían siempre”.

Anecdóticamente, recuerda a una pareja de hermanos con los que coincidió durante dos años, hijos de un “juez importante”. Ambos aprobaron con un curso de diferencia y, en conversaciones con ellos, dejaban clara su seguridad sobre sacar la plaza: “Yo les decía que veían la vida muy distinta a mí. Mi padre conduce autobuses, el suyo pone sentencias”.

Desde su punto de vista, el sesgo de clase es una realidad: “Es innegable que la mayoría de la gente que aprueba la judicatura, por su estatus social, es de corte conservador. Si su abuelo era notario, juez o corredor de comercio en los años cincuenta, obviamente no serán de izquierdas ni socialistas”. Y aunque asegura que los principios de mérito y capacidad cada vez se reconocen más en la judicatura, lo que supone la entrada de personas de todo el espectro social, denuncia que las altas esferas todavía siguen ocupadas por los sectores conservadores: “Es algo sistemático. Como la carrera de un juez es muy larga, tarda mucho en cambiar la tendencia. Antes se podía elegir a quien se quisiera, sin que nadie pidiera explicaciones”.

*Los nombres han sido alterados a petición propia de las fuentes.

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